Como mi amigo Jose el italiano dice que le mola este blog, y teniendo en cuenta que me regaló unas zapatillas de deporte, pues en agradecimiento voy a actualizarlo de vez en cuando. Hoy, para solaz y disfrute de grandes y mayores, voy a detallar (con espléndidas ilustraciones) el viaje de ayer, una ruta de aproximadamente 35 km. desde Córdoba hasta la casa de los grandes Francis y Mª José, en Villafranca. Los puntos por los que se pasa serían los siguientes: mi casa, Paseo del Plan Renfe, Fátima, Campiñuela Baja, Universidad-Rabanales, Montón de Tierra, Los Amigos-Alcolea, Pantano-Puente Mocho y Villafranca.
Transcurre en sus primeros diez o quince kilómetros por el camino de servicio del canal del Guadalmellato, un corredor verde que tiene más piedras que el barco de Ceuta a Algeciras, pero que está llanito y puede utilizarlo todo el mundo. Dicho camino está más o menos a 1 km. de las cocheras de autobuses de Aucorsa. Se pasa por detrás de la Universidad de Rabanales, se llega después a un cruce en el que una señal cutre de madera indica que a la derecha se va al cortijo Montón de Tierra, pero no, hay que seguir el canal hasta que se cruza con una carretera asfaltada en la urbanización Los Amigos, cerca de Alcolea capital.
Primer follón: como es imposible seguir el canal puesto que tiene que salvar el vado de un río y va entubado, en ese mismo sitio tiro hacia la derecha por la carretera que baja hasta Alcolea capital, y en el primer cruce opto por subir otra vez a la izquierda, en busca nuevamente del bendito canal. Lo encuentro y lo sigo. Maravillosas casas con jardinitos y muchos árboles, un paisaje idílico y otoñal. Pero... aaaay colegas, que de pronto hay una supervalla cerrada a cal y canto por todos sitios con putos alambres de espino. Pues nada, como no llevo herramientas de cortar alambradas en este momento, agarro la bici, la tiro por encima de la puta valla, y luego salto yo, y sigo palante como si nadie me hubiera visto. Pienso: "Coño, qué raro, si esto es un camino público de la Confederación del Guadalquivir". En fin, que a los doscientos metros, oooootra puta valla igual, esta vez mucho más espinosa y sin posibilidad de salto. Retrocedo unos metros, me subo la bici a cuestas y aprovechando un montón de ladrillos rotos, vuelvo a tirar la bici fuera. Luego yo me tengo que arrastrar como una bicha para pasar por debajo del alambre de espinos que me cago en la puta madre que parió al inventor, que seguro que Hitler le dio el premio Nobel a este muchacho. Me engancho el jersey, claro, y bellas palabras salen de mi boca nuevamente. A todo esto ya llevo más de una hora de camino dando pedales, como para hacer saltos mortales y gimnasia artística está uno.
Segundo follón: como ya estoy hasta los huevos de hacer carrera de obstáculos, que yo ese deporte no lo entiendo, cojo un camino a la derecha que cruza por un campo y que confío que me lleve a las afueras de Alcolea, buscando la carretera del Pantano de San Rafael de Navallana. De pronto veo un cartel que dice "Ganado bravo", miro a la izquierda y veo unos bichos marrones con cuernos. Os juro que Óscar Freire hizo en ese momento peor marca que yo en el sprint, batí el récord de los cien metros fijo.
Ya con los toros a mi espalda bien lejos, encuentro la carretera dichosa, que yo creía que era la CO-263, pero que no tiene señales indicadoras por ningún sitio. Me paro, me como tres mandarinas y le pego un lingotazo al agua, le pregunto a un señor medio sordo pero muy amable y decido seguir palante, puesto que dicho paisano me dice que sí, que por ahí se va al pantano. Llego a la cabecera de ese sitio, que creo que llaman Puente Mocho, y giro a la derecha siguiendo el indicador que pone Villafranca. Lo que no pone es que está a tomar mucho por culo, y que a pesar de no ser muy difícil, sus cuestecillas sí que tiene (a la izquierda está la sierra, a la derecha el río).
A diez o doce kilómetros del cruce por fin veo el Aguapark o como se llame esa mierda donde la juventud cordobesa paga una pasta por jugar a ahogar a las personas con las que posteriormente quiere tener apareamientos sexuales. Estas actividades tan extrañas se dan preferentemente en verano, ahora está cerrado. Luego oigo ruidillo como de moscas porculeras, y observo que hay muchachos echando carreras de escúters en un circuito de competición. Lo juro, tiene su bar y sus gradas y sus aficionados comentando lo gastados que lleva los neumáticos mixtos Fulanito en la tercera vuelta o qué pena lo de Joselito, con lo bien que iba y se ha abierto la cabeza contra la valla.
Dos horas y cuarto después de salir de mi queli llego a Villafranca a casa del gran Francis, que me recibe en chándal y me invita a unas alhambras de esa verdes tan buenas. Luego nos comemos una tortilla de papas tipo familiar y unos chuletones de dos dedos de grosor que se ha traído de Pozoblanco, junto con Mª José, Ana y Jose. A esas alturas yo de toros ya no quiero ni hablar, pero bien que me los comí.
Y esta es mi vida, con lo que disfruto, bicicleta, campo, amistad, risas y sinceridad. Creo que todo es lo mismo.
El otro día cogí la máquina de dar pedales y llegué a Guadalcázar, que es un bonito pueblo campiñés que está a tomar por culo de Córdoba, por la antigua via férrea Valchillón-Marchena abandonada hace años, ahora dedicada a vía verde o camino rural. Cuando lo ví me eché un poco atrás, porque entre otras cosas no llevaba cámara de repuesto ni parches, sólo un litro de agua helada y un paquete de conguitos. Poca cosa para 55 kilómetros, ida y vuelta, un camino iniciático impagable para solitarios en busca de sí mismos. No sé si es mi caso, pero lo intento.
Un conejo chiquitillo con mixomatosis se me cruza en el camino. Digo lo de la enfermedad porque ni siquiera hizo ademán de apartarse, no podía ver ni una mierda. Lo aparté con cuidado, y que tenga suerte. No voy a comentar aquí la solución que corre por ahí para salvarle la vida. También me crucé con dos lagartos más grandes que los cocodrilos de Tarzán (sus primeras películas, las últimas eran de feria), verdes, rápidos y brillantes como el sol. Hay que pasar por un oscuro túnel de 500 metros en el que hay que pulsar a la entrada un botón para que se ilumine como se ilumina la torre Eiffel de noche. Las únicas personas de dos patas que me crucé, unos biciclistas parados en el único árbol en veinte km de recorrido, disfrutando la sombra.
-Descansando un poco, ¿no?
-No, atacando, atacando lo que queda.
Magnífico el espíritu de saberse poderosos, de hacer lo que a Uno le venga en gana, sin tiempo de regreso. Me paro porque quiero, la dureza de la ruta no es mucha, pero descanso porque me da la gana, y bebo agua. Un carrerista pasa a toda hostia. Se ve que tiene prisa porque alguien le espera en algún sitio, hace bien en llegar a tiempo, no defraudes a nadie, criatura.
Pasaba entre campos de algodón (robé un poco pal botiquín, para qué nos vamos a engañar), terrenos baldíos de una belleza acojonante, plantaciones de trigo y cebada, cañizales continuos de un par de metros de alto. Si tienes que cargarte a alguien y esconder el cadáver, éste es tu sitio, no pasa ni el Tato. Por un momento sentí miedo. Si tienes un accidente y caes por la torrontera, ve rezando lo que sepas, porque es fácil que duermas malherido al raso hasta que pase algún cabrero despistado y te ayude. Es maravilloso.
Aprovecho que tengo que comprar eferalganes o cualquier otra droga para la cabeza que me den en la farmacia para ir también al Mercadona, que es nuestro Disneyworld local. Colas y colas de carritos atestados tirados por gente que espera este momento del supermercado para ilusionarse con tener, por una vez, poder de decisión sobre algo. Carne o pescado, queso o anchoas, pan de molde o pan de plástico, colesterol o directamente cáncer. Ninguna de estas personas que me acompaña en la elección de lo que nos matará está acostumbrada a la lectura, intuyo, porque si leyeran en los envases los ingredientes de lo que están comprando inmediatamente huirían despavoridos. Bolsas llenas de cosas que, seguramente, irán a parar a la basura porque no hay dios que coma tanto. En ningún sitio se siente Uno tan solitario como entre esta masa de consumidores compulsivos de lo que sea, más por justificar que seguimos todos vivos un día más en esta selva comprando comida de mentira que por hambre, que el hambre verdadera debe ser otra cosa.
En las colas se produce siempre el mismo fenómeno, que piensas que te has equivocado poniéndote en la más lenta, y cuando corriges la posición es cuando tu ex-cola avanza, hay que joderse. Y además siempre somos los mismos, en las mismas posiciones, y como todos los días, esa mujer que va delante de ti, llega, deja el carro vacío en su sitio y se va tan tranquila a buscar la compra. Cada dos minutos viene a dejar paquetes y a comprobar que nadie se atreve a decirle ni mu. Y qué decir de ese hombre que llega con un par de paquetitos de mierda y le susurra algo al primero de la cola, un joven apocado, vergonzoso y con estudios, que como son pocas cosas las que lleva, le cede el sitio, poniéndose by the face delante de siete personas, todas ellas hasta los huevos de gente sobrada. El poder de la sugestión y lo ridículo de la condición humana que nunca es capaz de decir No.
Son supervivientes, eso se nota a la legua, personas con un dominio mental sobre los demás que asusta. Y al avanzar, claro, tienes que tener un poco de vergüenza y darle una patadita al carrito medio vacío pero con derecho de pernada para que avance también, en ausencia de su dueño. Una vez me contaron que vieron una pelea con navajazos en un sitio como este por un asunto parecido, además con niño porculero incluido. Pero la vida es corta, no llegaré yo a ver una cosa así.
Cuando aquí por esta parte del mundo hace viento la gente se asusta. En la ciudad de Córdoba no suele darse ese fenómeno con asiduidad, como sí pasa en Tarifa, en Valladolid o en la Patagonia.
A Tarifa le sienta bien el aire, sus moradores tienen fama de locos, locura feliz cuando es viento de poniente o locura nerviosa cuando es de levante. A los jipijos que van a güinsurfear o como se diga eso de ponerse de pie en un tronco planito de colores ese airazo les va muy bien, y echan carreras y se lo pasan pipa. Al resto de criaturas también les gusta este deporte, porque les ponen de comer, beber, vestir y dormir a los del troncomóvil. En Iznájar el aire les sienta mal, y dicen que la mezcla del viento y el agua del pantano incita al suicidio, variante tirarse al pozo. Unos echan carreras en el mar y otros se bañan en el pozo, en Andalucía la cuestión es bañarse como sea.
En Córdoba no hay viento, ni levante ni poniente: aquí no corre el aire. Por no correr no corre ni el equipo de fútbol, que está en 2ª B Regional o algo así. Nada ni nadie se mueve, todo sigue igual que hace cinco siglos, sólo hay movimiento cuando hay golpes de estado, toros o peroles. Y las pocas veces que al aire le da por correr a la gente se le pone cara de susto, porque creen firmemente que ha llegado el día del Juicio Final. Normal en una ciudad donde el gobierno post-comunista, los constructores-estafadores y los curas salen juntos en procesión. Cuando vuela ese aire temen que se los lleve a todos por delante sin haber confesado sus pecados. Qué se puede esperar de un sitio donde la empresa con más futuro es un banco donde manda la jerarquía católica, pues miedo, qué va a ser.
Bien lo escribió Pla en su 'Viaje en autobús': nada hay como andar al azar por el mundo para descubrirse a uno mismo. Como me he quedado sin vehículo, debo transportarme por este valle de lágrimas en autobús. No pasa nada, hace diez años era mi medio de transporte y ahora lo será por algún tiempo.
Eso de 'no pasa nada' es un prejuicio, porque desde que salgo de mi casa hasta que llego a mi destino pasan tres horas y media para recorrer 72 kilómetros. ¿Esto es España? No lo sé. En la estación de Cabra capital me dicen que el autobús para Córdoba llega a las 16:30, y son las 16:10. Bien, voy con tiempo, como la gente de clase. Puedo descansar. A las 16: 40 me doy cuenta de que puedo descansar bastante. El autobús llega a las 16: 55. LLevo casi una hora esperando y ya estoy harto, como dice Danny DeVito de los diez mil abogados en el fondo del mar, un buen comienzo.
Cuando me meto en el bicho metálico veo que hay cuatro compañeros con los que compartir experiencia. Las ventanillas tienen tanta mierda encima que impide saludar a los familiares. Muchas de las cortinillas tienen los hilos en peor forma que el sudario de Jesucristo, y a bastantes de los reposamanos les falta la parte blanda, lo que deja al descubierto el esqueleto metálico del asiento. Bendito seas, Señor, que me has metido en esta joya mecánica. El conductor, palillo de dientes en la boca, decide llevarnos a nuestro destino a la hora en la que le sale de los cojones, lo cual es de agradecer. Pero no sin antes darnos un paseo por todos los pueblos de alrededor, qué menos. Ya sabemos que el turismo es la mayor industria de Andalucía. Nos pasea por Lucena, Monturque, Aguilar, Montilla, Montemayor y Fernán-Núñez, todo ello en un paseíto de tres horas antes de llegar a Córdoba, donde al bajar beso el suelo cual Juan Pablo II en su primer viaje polaco. Entre medias el chófer ha cortado la entrada a dos niños con bicicleta, impedido bajar a varios usuarios en medias paradas y abroncado a varios rumanos que bebían cocacolas.
Porque el 90 % del personal de la nave eran extranjeros inmigrantes, pobres para entendernos, que son los únicos clientes, junto a los jubilados, de las líneas regulares de transporte de viajeros por el interior andaluz. Y eso que la Junta de Andalucía paga sus buenos billetes para subvencionarlos, pero se ve a la legua que esto de los autobuses es un negocio ruinoso. Nada más hay que comprobar cómo tratan los cobradores a los clientes, como una mierda.
Claro, consecuencias de potenciar el consumo de coches entre las personas menos potentadas, para las cuales vale mas un coche que su propia vida. Ahora nos encontramos con un ejército de pastilleros mangurrinos armados de Audis y BMWs dispuestos a llevar a su abuela al hospital a cualquier hora, unas carreteras espléndidas, prestas a dejarse estrellar por cualquier descerebrado, y unos transportes públicos en estado agónico, por tren o por carretera, abandonados a la vida que cada uno se busque.
Un diez para los constructores y para el Estado, han sabido hacer su trabajo, acabar con el transporte de interés general. A tomar por culo el interés público.
La primera vez que la ví metida dentro del contenedor, rebuscando la comida que la empresa obligaba a los empleados a tirar a la basura se me cayeron de golpe todos los complejos y problemas que me daban vuelta en la cabeza, porque si hay algo que se escapa al concepto de justicia es precisamente una persona afanada en su tarea de encontrar algo humano en el manantial de podredumbre, escarbando dentro de una caja metálica de despojos y restos de lo que nadie quiere, todo lo demás sobraba en aquel momento, todo se hacía leve. Lo que nadie quiere, de lo que nadie se acuerda, una metáfora perfecta de la persona cuando muere en vida.
La mujer era cualquiera de nosotros en otras circunstancias, en un día cualquiera de un año futuro. Tenía un bello rostro, como todo el mundo de un mundo imaginario. Seguramente tendría familia, como el resto. O no, eso da igual, porque nadie se preocuparía de ella ni de su belleza. Sólo de su pobreza, de su peligro para la estabilidad del mundo occidental: nacimiento-bautizo-escuela-juventud-trabajo-matrimonio-familia-senectud y entierro. Una mujer sola poniendo el peligro la continuidad de la Humanidad misma.
Me recordó el documental corto brasileño 'Isla de las flores', de Jorge Furtado, donde se explicaba irónicamente la lógica del sistema de producción capitalista, completamente contrario al sistema económico medieval, donde en principio unos pocos disfrutaban la riqueza sobre la explotación de la mayoría. Una película que sería de obligada visión en el sistema educativo de una sociedad normal donde se promoviera un mínimo espíritu crítico y un sistema de valores medio humano.
Ahora ya no es así, ya no existe el medievalismo de relación señor-vasallo. Ahora triunfa un brumoso contrato entre consumidores y explotados, una religión de la satisfacción inmediata de las necesidades menos necesarias. Una mayoría se ha pasado en masa a la parte blanda y líquida de ese sistema, y los que quedan fuera son una parte, pequeña pero llamativa. Eso en el mundo irreal, en la VOV (Versión Oficial de la Vida). En las Afueras es otra cosa: miseria y antenas parabólicas para ver cómo viven los de la VOV. Luego la gente se queja de los cayucos. Son esta mujer y los suyos, condenados a no pensar nunca en la palabra 'vergüenza', porque ni siquiera tienen la oportunidad de protestar, como en el siglo XIX.
Son invisibles, metidos en su contenedor. Y el resto, cómodamente, ciegos, sordos. Y lo peor, con el corazón tan duro como una piedra de afilar.
Tenía yo la costumbre de mirar mapas antes de viajar. Eso cuando viajaba, ahora que soy viajero de pacotilla y sofá me dedico simplemente a comprar un Atlas cada cierto tiempo, pongamos seis o siete años. Eso cuando el mundo era más o menos el mismo que siempre.
Porque ahora a los que hacen y deshacen el mundo les ha dado por modificar las fronteras políticas de los países cada tres o cuatro meses, y claro, el Atlas del año pasado ya está bastante caduco, y donde ayer había un país hoy hay tres estados muy soberanos. Me bebo otro soberano en mi sillón, y al tercer trago lo que antes eran dos estados ahora son tres países confederados. Voy a por más hielo para afrontar la dura jornada y cuando vuelvo la confederación se ha unificado en un imperio que son tres, y claro, de tanto ir y venir de la nevera al mapa, el cerebro se me nubla y me entran mareos.
No me fío de los mapas políticos, que cambian tanto. Eso no es el mundo. Prefiero mirar los planos físicos, esos que cambian menos, los ríos son los mismos, los cabos, las montañas y los atolones del intranquilo Pacífico. Son los inconvenientes que tenemos que afrontar los que estamos perdidos en los mares de papel navegando sin salvavidas, amarrados al suelo.
Notas relacionadas:
[ Escuela de Geografía Real ]
En Córdoba, España, llaman las gentes a los bares tabernas. Y a los que sirven alimentos líquidos o sólidos en ellas taberneros, nunca 'camareros', 'barmans' u otros términos despectivos. Pululan siempre por esos sitios, en calidad de parroquianos o fieles y a deshoras (entre las dos y las tres de la tarde, fundamentalmente) unos especímenes humanos no suficientemente estudiados por la ciencia antropológica: los senequistas. La leyenda dice que eso no existe, pero es una leyenda también. El senequismo existe, se llame como se llame, se lea a Séneca, a Dan Brown, o no se sepa leer.
El senequismo cordobés goza de grave enjundia: derivación de la filosofía estoica defensora de que las cosas son como son, pero si en nada me afectan, no existen. Vulgo, el silencio como principal arma contra los ataques del enemigo, es decir, el resto. Un mito no carente de base.
Dos y cinco de la tarde, entro en una taberna cualquiera de un barrio cordobés cualquiera a desofocarme de los 43º que están cayendo ahí afuera en el mundo de los vivos. Pido cerveza de grifo en formato tubo. Sacrilegio en este paraíso de las copas de vino de Moriles llenas hasta el filo. Yo ya sé que el vino de Moriles o Montilla es lo mejor del mundo, pero en este caluroso caso prefiero la bebida extranjera, esa mezcla de agua y gas de color amarillento. Miro en rededor: dos hombres me miran en mi condición de gilipollas antivino.
Uno de ellos es el que busco: hombre de pocas o ningunas palabras, apoyado en la barra, tarda lo necesario en cargarse su medio. ¿Cuanto es lo justo? ¿Una hora, un cuarto de hora, un minuto? Nadie sabe. "Lo que sea de razón", ésa es la respuesta. Sentencias para cada uno que lucha con uno mismo.
Característica fundamental del tabernario: siempre va solo, no necesita a nadie pues de nadie va a aprender nada. Un hombre solo es libre e independiente, el resto son borregos. Si le sacan palabras son cortas, justas y definitivas, un hombre tranquilo, como John Wayne en su vuelta a Irlanda. Si está de pie mantiene el rictus así lleve dos litros y medio de alpiste encima, y si está sentado es imprescindible apoyar las manos en las rodillas con las palmas hacia abajo, mirando al frente, como los escribas de Egipto, pero con las piernas enm el suelo. El símbolo de la dignidad. Tendrás estudios o dineros, pero no me podrás humillar, porque la humillación es poner las palmas hacia arriba. Eso es pedir, en eso consiste la limosna.
Otra cosa: jamás de los jamases pide que le llenen la copa, el tabernero lo conoce de sobra como para saber cuando debe llenar. Tampoco escurre la mirada: observa al resto, sin hablar y sin meterse en conversaciones. Y una última: Nunca apura la copa, le deja siempre un cuarto sin beber, como el sevillano Silvio con la coñac. Apurar es de tiesos. Él también estará tieso, pero jamás lo aparenta.
Aunque este año no he podido ir, prometo so-lem-ne-men-te que el año próximo estaré allí, donde se pude apreciar perfectamente lo que Uno es, sin más.
Muchas personas odian el desierto. No sé por qué tiene que ser incompatible la vida con esta visión interior, pero tampoco voy a hacer mucho por averiguarlo. Me parece que no hace falta más que escuchar y ver para apreciar el bien más sencillo y menos valorado que tenemos los humanos.
Mira y escucha, parece que no, pero hay cosas: eres tú.
Un señor cruza temprano el posmoderno puente sobre el río Guadalquivir. Aunque ahora ya no recuerdo si era el posmoderno río Guadalquivir el que cruzaba temprano sobre un señor, o un sobre que se tiraba a un puente, o un posmoderno que se reía de un cruzado...
Ya no sé nada, sólo que era raro.
Pasear por la europea y africana Córdoba, qué gran cosa cuando uno se encuentra que aún existe gente que entiende por comercio lo que antiguamente entendía toda la ciudadanía. Sólo por entrar en esos sitios deberían cobrar entrada. Un tienda de colchones que vende aceitunas o un fontanero que envasa papas fritas o una papelería que vende zapatillas, o una floristería donde se rellenan quinielas, o yo qué se, una taberna con un conejo disecado vestido de árbitro de fútbol.
Y además (gracias, señor) es el único sitio de la tierra donde sigue habiendo carnicerías a las que el dueño rotula como carnecerías, así mismo, sin complejos, no porque el dueño carezca de nociones lingüísticas, sino porque le da la gana que sea así, y al que le moleste que no entre. La grandeza del pequeño comercio.
La cosa es que hace falta mantener ese espíritu de mercaderes de tienda atestada de cualquier cosa que pueda hacer falta para la vida normal, porque con la proliferación de malls, macdonalds, factorys y centros comerciales de diseño, por un lado, y las tiendas de todo a 1 de productos esclavistas de pésima calidad, todo ese mundo se está acabando.
Enlace:
[ Proyecto Cartele , Argentina ]
"No es lo mismo trabajar en la obra o cogiendo aceitunas que en una oficina, evidentemente, pero todos los que trabajan en la obra o cogen aceitunas, antes o después, han de pasar por una oficina, pero los oficinistas difícilmente pondrán ladrillos o cogerán otra cosa que un resfriao". Me dice esto y se queda tan pancho. ¿Concurso de filosofía de wáter? ¿Jesulín de Ubrique resolviendo sudokus? Aaaah, ntonces me lanzo al ruedo de cabeza, y le respondo:
-Pues que sepas que yo soy funcionario.
-Ah, entonces no trabajas por la tarde, ¿no?
-No, cuando no trabajo es por la mañana, por la tarde directamente no voy.
Hay un espécimen de oficinista que en condiciones normales suele pasar desapercibido, y tampoco está catalogado como especie protegida o en extinción, pero a fe mía que debería estarlo: es el Gafe Manzanillo. Conocemos ya de sobra al Jefe, al SubJefe, al Mamporrillero, al Chapuzas, al Escaqueador y al Esclavo y al Gracioso, pero no está suficientemente estudiado el prototipo de Gafe Manzanillo, esa criatura a la que piden que traiga un café y haga dos fotocopias y va y mete los dossieres originales por la parte de arriba de la cafetera mientras derrama el capuchino en el tóner de la copiadora, todo ello después de dejarse tres euros en la bandeja clasificadora de los folios.
Suelen ser también los encargados de decirle al que se le prepara la fiesta sorpresa que tal día hay una fiesta en su honor, el que inunda de virus la red por abrir un correo reenviado con fotos en pelota de Madonna o que intentando arreglar la impresora distribuye la tinta por todas las mesas, y después de todo ello se va a su casa satisfecho de su jornada laboral y calculando lo que le van a quitar este mes de IRPF, a ver si este mes puede comprarle por su cumpleaños a su chiquillo un chándal al que no le falte una pernera, como el año pasado.
Impagables oficinas zoológicas.
"En verano a la sombra y en invierno al sol".
Eso me dijeron mis amigos cuando les pregunté que quién era Diógenes, el que dialogó con Alejandro el Magno desde su tonel. En Andalucía mucha gente piensa que el sol es realmente la primera industria, lo que mueve el mundo, y en parte tienen razón. En verano no, criaturas, el verano cordobés puede ser una tortura inaguantable. Pero en invierno Lorenzo nos regala lo mejor de su fuerza para que no se nos ponga cara de enfermos a los que aquí habitamos.
"Al patio, a la recachilla", decíamos en los descansos de las clases de secundaria. La recachilla era ese rincón único donde asomaba el sol débil de invierno en medio de ese mar de sombra y frío, porque en Andalucía, rediós, también hace rasca en los meses que van de noviembre a febrero, y nos calentábamos bien a gusto.
¿Por qué recuerdo esto? Pues porque a medida que Uno va cumpliendo años va acumulando catarros y toses, y como decía García Márquez de los polvos, venimos al mundo con los resfriados contados, como el bonobús.
En Xátiva, en el museo municipal de l'Almodí, había un cuadro del rey español Felipe V. Esta criatura, en su lucha contra las revueltas levantinas, decidió pegarle fuego a esa preciosa ciudad valenciana. Desde entonces a los setabenses se les conoce como socarrats, que para quien no lo sepa es el punto anterior a lo quemado. El arroz socarrat es lo mejor de la paella. El grano no está quemado por dentro, sólo por fuera, y mi madre siempre nos enseñó que es lo primero que hay que comprobar para que nuestra paella salga como debe.
Los vecinos decidieron hace unos cuantos años colgar el retrato de este Borbón infame al revés, por cabrón. Resulta bastante curioso comprobar que queda mucho mejor este hombre así, con la cabeza boca abajo y sus ridículas patillas borbónicas y pirómanas mirando al techo. Unos cuantos dirigentes más se merecían estre castigo, desde luego. Se podía haber dedicado a incendiar su casa en vez de las de los demás.
Son muy grandes, sin duda. Y hacen ruido. Y asustan también a los niños que cuando pasan cerca de esas líneas blancas del horizonte ponen la mirada allí a lo lejos, y a través de la ventanilla del coche piensan que menos mal que no están cerca, porque si lo estuvieran nos tragarían a todos de un bocado. "Esto no puede ser obra humana", piensa.
-Son gigantes.
-Si. Y dan miedo, igual que al caballero andante.
Pasando por los campos castellanos veo más molinos, los mismos que funcionaban hace quinientos años. Don Quijote creyó que eran gigantes que agitaban violentamente sus brazos. Desafiantes en su inmensidad, poderosos, sabedores de su fuerza.
Gigantes eran y gigantes son, pardiez. Por eso intentó derribarlos, porque eran sobre todo chulos. Y la fanfarronería debe castigarse. Aunque siempre se pierda la batalla.
De memoria intento recordar en cuántas casas he vivido. Me asusto, necesito lápiz y papel. Horreur: me salen más de veinte. Con sus correspondientes vecinos, porteros automáticos, ventanas que no cierran, wáteres atrancados, cocinas con fugas de gas, losetas que cuando pisas hacen clonc, etc.
Y eso sin contar las camas distintas en las que he dormido, solo o mal acompañado. Una vez me acosté en una y me levanté en otra, y lo peor es que había doscientos kilómetros de distancia entre ellas.
La tristeza de la mudanza viene, aparte del camión, de la sensación de desamparo que da una habitación vacía; dejar una casa silenciosa y solitaria, y saber que, con toda seguridad, después de tí ya la habitan otros cuerpos, otros problemas con patas, otras colchas, otros somieres sin colchón.
Y también te dejas una parte de tí allí, en el suelo, en cada loseta a la que pusiste cemento, en cada puerta que ya encaja, en cada persiana, en cada grifo que ahora, para siempre, deja correr el agua que no volverás a beber nunca.
-Recupérate, yérguete. Florece y vive. Lucha.
Todo eso le susurramos cuando creíamos que no había ya resquicio para la flor. Nos hizo caso.
Un día observamos que volvía a florecer. El jazmín de mi casa, como todas las cosas, se tomó su tiempo tras el frío y las heladas. Nos asustó. "Todo permanece, como siempre", nos dijo.
Y vuelve con más fuerza que antes, María, como todas las cosas.
Y que bonito que huela por la noche, y que nos regale su color blanco en los atardeceres, y nos refresque la vida. Dicen que esta planta viene de Indonesia. Con ella se puede hacer té y perfumes. Por eso, porque no forma parte de las cosas consideradas comúnmente importantes, su presencia es imprescindible. Y porque su falta, sí, me sumiría en un profundo dolor irreparable.
Me parece especialmente interesante prestar atención a este artículo, 'El cambio climático rompe los polos', de Antonio Ruiz de Elvira en El Cultural, donde afirma que estamos a veinte años de producir un cambio climático irreversible que conllevará, inexorablemente, la aceleración del próximo ciclo de la glaciación del planeta. Lo explica basándose en una serie de datos irrefutables, el deshielo del polo norte, la subida de varios grados en la zona ártica o el cambio de la salinidad del agua provocarán que la corriente del Golfo se vuelva hacia atrás en Irlanda, y en veinte o treinta años, las zonas europeas que quedan por encima de Inglaterra, el norte de América y de Asia quedarán cubiertas por una capa de hielo de tres kilómetros, como ha ocurrido diez veces en el último millón de años (diez glaciaciones, cada una de cienmil años de duarción), situación imposible de evitar.
Parece una broma de la Disney, pero no lo es, todo realidad: "¿Es tan malo que se deshiele el Ártico? La vida de nuestras sociedades occidentales (Europa y EEUU) depende de que el hielo invernal no baje de los 60ºN en Europa o los 50ºN en EEUU. Si la lámina glacial avanza hacia el sur, cubre, con una capa de tres kilómetros de altura, las tierras nórdicas, haciendo la vida imposible en Escandinavia, Escocia y Canadá, y tremendamente difícil en Inglaterra, el norte de Europa y la mitad de los estados de la Unión americana. Esta capa de hielo ha cubierto esas zonas 10 veces en el último millón de años, en un juego de glaciaciones y deglaciaciones que tiene una escala temporal de unos 100.000 años, para las etapas glaciales, y 20.000 años para las interglaciales, en una de las cuales nos encontramos." A mamarla pues (nuestros hijos y nietos, claro).
Pues nada, a prepararnos para tener frío, hielo y cubitos de sobra para todas las fiestas que queramos. Se acabó el calor señoras y señores, si tenían pensado comprar ese aparato de aire acondicionado tan caro para legarlo a sus nietos, o ese frigorífico no-frost tan guay, o esa máquina de hacer polos de frutas, ni lo intenten, porque en unos años ese dinero les va a hacer falta para comprar braseros, carbón y leña.
Desde luego, como decía el gran filósofo Balandra, somos la especie más imbécil de la humanidad. Claro estas cosas al G8 y a los directivos de las industrias petroleras y automovilísticas les importa una mierda, porque son lo suficientemente viejos como para no ver lo que pasará de aquí a treinta años, y lo suficientemente hijoputas como para cambiar el futuro por un saco de blilletes.
Me voy al agujero, mama, que miedo.
Sin duda, ahora es el momento de salir al campo, a ver florecer los girasoles.
Y si plantas unas pocas semillas, y las riegas, en poco tiempo tendrás una esplendorosa planta de dos metros de altura que, con la poda adecuada, te abastecerá de pipas durante un tiempo.
Hay veces que me siento, como la mayoría de las personas, feliz al contemplar un campo sembrado de girasoles en esta época. Otras, en cambio, noto una sensación extraña... supongo que no me acostumbro a esos colores tan raros, el amarillo y el verde, junto con el azul del cielo... La selección de Brasil y Carlinhos Brown visten así, y será por algo.
Y en eso consiste todo, en girar como el mundo.
La Mujer del Tiempo (en Andalucía suelen imponerse a los Hombres del Tiempo, será por el matriarcado de facto) ha dicho: "Ya no va a llover más"... Y punto.
Será por la forma de decirlo, pero esta afirmación tan tajante, tan segura, me llena precisamente de inseguridad y de miedo. ¿Ya no va a llover más? ¡Nunca más!
Los dueños de los restaurantes y hoteles, los que viven del turismo, del sol y las moscas cojoneras, los chorizos de la costa (con o sin corbata), los concejales de Hacienda, los fabricantes de helados, los vendedores de cremas para las quemaduras, los farmacéuticos, los expendedores de cerveza, los reparadores de pinchazos de bicicleta... todo cristo quiere que, de una vez por todas, desaparezca eso que llaman 'mal tiempo' y no vuelva jamás de los jamases a caer una gota de agua y entremos directamente en el puto verano y se acaben las alergias y la primavera y el corte inglés.
Pero ahí está nuestra amiga la tormenta, agazapada tras esa nube extraña que no se mueve... para dejarte su regalo y marcharse rápidamente.
Hace muchos años, mirando en los mapas grandes llenos de dobleces que tanto me gustaban y que me parecían hechos a escala 1:1, localicé un pequeño y curioso nombre en la costa suroriental de España: Los Muertos. Y me imaginaba naufragios y piratas, y asesinatos y enterramientos, cosas de la edad en que uno lee novelas en las que los personajes son memorables, lisiados, tuertos, misántropos, silenciosos, bárbaros, sentimentales, blasfemos, bucaneros que izan el jolly roger, parche, garfio y ron, gente que siempre está bailando en la cuerda floja de la vida-muerte de ficción, mucho mejor y más interesante que esta mierda de la realidad.
Sobre todo ese sitio me evocaba una palabra: traición. Porque en cada buena historia debe haber, además de perdedores, traidores.
De mayor, ya metido de lleno en los fangos de lo real y de lo absurdo, llegué un buen día de mayo a esas tierras, y me acerqué a esa playa mítica de los Muertos, cerca de Carboneras. Me sorprendió que un sitio tan maravilloso como nunca había visto antes estuviera tan cerca de una asquerosa y gigantesca fábrica de cemento, y me imaginaba cómo sería aquel paraje sin esas torres y esas industrias, una playa casi virgen a la que no se puede acceder fácilmente y que ahora, en época de tiempo revuelto, es refugio de personas amantes del nudismo y del silencio.
Cerca del mar No hay arena, sólo pequeños guijarros amables, suavitos, de colores, transparentes que van y vuelven a través del agua más limpia que uno pueda tocar. Y si hace un poco de aire, la furia de la resaca te arrastra violentamente hasta que parezcas un pelele. Pero miras al horizonte, o a los lados, con esa tierra negra, montañosa y abrupta que esconde la cala, y te sientes en tu casa, porque tú, aunque todavía no lo sabes, también eres de los muertos.
Y ya me estoy arrepintiendo de compartir este secreto.
Notas relacionadas:
[ El desierto de Almería ]
Ver el paisaje desértico del sudeste de la península ibérica siempre me produce una mezcla de alegría y estupor. Admiración y sorpresa, sobre todo. Es algo que no es posible imaginar hasta que se observa.
La provincia de Almería entera es uno de esos sitios en los que uno siempre quisiera estar. Aunque no creo que me ocurriera lo mismo si supiera que no hay otro sitio donde ir o donde estar.
La diferencia es la misma que la del viajero con el turista que lleva en la cartera el billete de vuelta. Sabes que esta desolación y esta belleza no es para siempre, que no te acompañarán durante el resto de tu vida, como las flores que mañana se marchitan.
Entre el sábado y hoy lunes, día de Andalucía, he visto más nieve que en toda mi vida. Hemos recorrido en unas horas cuatro provincias andaluzas, Almería, Granada, Jaén y Córdoba, y en todas ellas ha nevado en algún sitio, y en abundancia.
Que tiempo más raro. Vemos coches en caravana por carreteras que dentro de unas horas, si sigue nevando así, estarán cortadas. Máquinas quitanieves, pueblos en los que no hay nadie por la calle. ¿Dónde está la gente? María dice que esto no es normal, que seguro que es el comienzo de una glaciación, y según parece el verano que nos espera es de los de 46º a la sombra.
Nos ha nevado hasta en pleno desierto de Tabernas, yo creo que una cosa así no ha pasado nunca. Espero que no estuvieran rodando ninguna película de indios, ruina total. Las aceitunas este año no darán aceite, van todas con bufanda. El paisaje blanco te quema la vista, miras a un lado y a otro y no ves más que blanco... Es otro desierto.
Recuerdo la impresión que le causó a uno de mis gatos, nacido pocos meses antes, en plena primavera, el descubrimiento de una tormenta de nieve. Los animales, sean de la especie humana o de otra, se sorprenden ante lo que no pueden explicar, como este caso de los fenómenos atmosféricos. Y recuerdo que no tenía miedo a meter la patita en los charcos, contrariamente a lo que dicen los tópicos del agua y los felinos chiquitillos.
Todo inmaculado, parece Fargo, no Andalucía.
... dicen que lo más importante en la vida es saber orientarse, es decir, saber por dónde sale el sol, y por dónde se pone.
... y yo, sonado como aquel boxeador del anuncio, que le decían "¡Pégale con la derecha! ¡Con la derecha!", y el pobre no distinguía derecha de izquierda, más o menos como los votantes de hoy, y le zumbaban por todos lados, yo que no veo de noche ni con faros halógenos, dudaba de hacia qué sitio saldría el sol.
... y así me pasé esa noche, esperando a que saliera la bombilla amarilla para saber dónde estaban el este y el oeste, el norte y el sur, por qué lado me golpearía el viento cuando el invierno se volviera recio. Porque, según parece, las casas buenas están orientadas al noroeste, y necesitaba saber qué punto cardinal era ese.
Ya dije hace un tiempo que si no tomas medidas, cualquiera puede entrar en tus dominios. Un antivirus es un buen sistema para evitar visitas inesperadas, puesto que como es bien sabido, más vale prevenir que curar, y el cartero siempre llama dos veces, y lo que entra sale y vuelve a entrar, y agua que no has de beber déjala correr y más vale pájaro en mano que ciento volando
Técnicamente podríamos definir el antivirus como aquello que consta de dos partes: anti y virus.
Protege a los tuyos, haz el favor.
Por una serie de circunstancias, hace unos días estuve en la punta más suroccidental de la península ibérica, en el Cabo de San Vicente. Ver el atardecer desde ese acantilado es una de las mejores cosas que uno puede hacer en la vida. Al caer el sol, miras hacia la izquierda y hay mar, y miras a la derecha y aún más mar, más inmenso todavía si cabe.
Una serie de personas habían tenido la misma idea, algunas de ellas en silla de ruedas, abrigadas para la ocasión, pues el viento en esa zona donde la tierra da la vuelta es terrible. Me quedé sin pilas en la cámara, pero esperando un poco se recargaron y pude hacer esa foto de aquí abajo, con el famoso faro, la linterna más grande del mundo, según dicen.
Más allá no había nada, sólo el Atlántico y la tempestad, los piratas, el Nuevo Mundo. La carretera que lleva al faro es preciosa, entre Sagres y Vila do Bispo el paisaje es sobrecogedor por desértico. Y, arriba entre las piedras, una pequeña lápida donde dice que en 2001 alguien, a quien sus familiares querían, se despeñó al asomarse, como aviso a navegantes...
-¿Subes parriba?
-No, bajo pabajo
...
-¿Y no cabría la posibilidad de que subieras pabajo?
-Mmmm... quizá lo mejor sería que tú bajaras parriba, ¿no?
-Entiendo
-Yo tampoco.
Las escaleras permiten múltiples combinaciones. Incluso hay gente que se encuentra enmedio, lo cual quiere decir que son los sitios ideales para compartir experiencias, especialmente en estados carenciales.
Por lo menos su carácter público era evidente antes del uso masivo del ascensor, ese ataud metálico que tiene en un lateral un desasosegante botón de comunicación con los bomberos y que siempre se para donde no debe. ¿Sabes hacia dónde mirar en un ascensor? ¿No? Pues es que te estás mirando a tí mismo, con las gafas de la indiferencia, la desconfianza o el miedo. Recuerdo a mis vecinos de escalera de todos los sitios donde he vivido: el ejecutivo mafioso que siempre chilla a alguien por teléfono, la vecina discreta, distante y elegante, el loco huraño y que arrastra los muebles por el pasillo a las cuatro de la mañana, la pareja de fumadores de cigarrillos mentolados que se odiaban entre susurros y toses, los niños extrañamente silenciosos del tercero que vivían sin padres, la comuna de experimentadores del amor, la inmigrante explotada, avergonzada y triste, el viejo cascarrabias que bajaba cada día en las bolsas de la basura su propia vida...
Nuestro punto en común era la escalera... de hecho pienso que eran los propios escalones antiguos de madera chirriante lo que nos mantenía vivos con respecto al mundo exterior, ese sitio tan raro.
La mayoría de la gente no entiende el asunto del spray como arte, más bien se ofuscan con lo que consideran signo de mala educación. En el momento en el que el graffiti entre en los museos y se domestique, se muere por asfixia... por eso ya intentan comprar a sus creadores, y por eso salen en los medios, porque su imagen de rebeldía vende.
Algunas direcciones de acciones callejeras (colectivas y anónimas en su mayoría) que me llaman mucho la atención: la revolución silenciosa del Dr. Hofmann, el humor simbólico y minimalista de Txapelpixel, y la denuncia colorista del Niño de las Pinturas, cada uno a su modo, a escondidas o a plena luz, ocupan el espacio público gritando sin voz.
El 80 por ciento de los ataques a empresas y datos se deben a que la responsabilidad de la seguridad está en manos de irresponsables. El rey de España no puede ser juzgado por ningún delito porque es irresponsable. Conclusión 1: el rey es un hacker. Conclusión 2: Los creadores de virus y troyanos son monárquicos. Conclusión 3: Un cortafuegos o firewall está formado por dos partes: corta y fuegos.
Moraleja: el que avisa no es traidor es una de las frases más utilizadas y acojonantes de la historia.
Hablar de la nieve, pero no de la que usan Maradona y Macaulay Culkin y todos esos ricos que se mueren de meterse farlopa y les hacen honores de estado sin haber dado palo al agua. En Andalucía suele nevar más bien poco, excepto en las zonas de orientales de la montaña de Granada y Jaén, y territorios limítrofes.
La primera vez que vi nevar creía que era una broma del Señor, o que tenía diarreas divinas o vete tú a saber qué sería aquello. Intenté hacer un muñeco como los que había visto en las películas de Nueva York y me salió un ente amorfo, chiquitillo, triste, sin cabeza ni nariz ni ojos ni piojos, y que además, para colmo, no era completamente blanco sino más bien marroncito claro, tan descafeinada era la nieve cordobesa. Ni siquiera hacía frío, y aquello se convertía en pocas horas en un poloflash desparramado por el suelo.
Luego comprobé que se trataba de un fenómeno climático que reside en el imaginario de la infancia feliz, despreciado por los médicos y los fabricantes de helados, como el Niño y la Niña que lloran por piñas, y el tío las piñas se va a Lucena, cancioncilla que cantaba el vendedor por las calles...
Espero que llegue pronto y cubra la tierra con su manto perenne (como dicen los poetas), no entiendo la razón por la que no llega una glaciación y se nos lleva a todos por delante, y empezamos de nuevo, como en el juego de la silla, pero con la única música del silencio.
Porque creo que para eso sirve la nieve en la naturaleza, para empezar otra vez de cero.
Cuando se acaben los días luminosos echaré de menos algunas cosas...
... sobre todo la posibilidad de leer música en los cables de la luz, una forma como otra culquiera de pasar el tiempo dedicándolo a disfrutar de no hacer nada provechoso, es decir, de no hacer lo que los demás te dicen que debes hacer.
"Mira lo que los demás desprecian de ti. Ese eres tú", dijo una vez un poeta. No sé si inmediatamente lo metieron en la cárcel o le pusieron una estatua en la plaza de su pueblo, o le hicieron alguna cosa peor.
Una vez descubrí que para lo único que servía el verano era para dejar de desear que llegara, porque durante el estío, en la febril mente infantil y en teoría, no había que estudiar ni ir a la escuela ni hacer nada por cojones, sólo aburrirse por la siesta y comer helados de dos bolas (verano=lujuria) y ver a la prima-que-viene-de-fuera...
Cuando dejé de estudiar vi que el verano era otra cosa: el principio del maravilloso otoño, que era cuando de verdad la vida se mostraba en todo su esplendor, el preludio de la belleza triste, la lluvia, las hojas muertas que se caen del árbol, la regeneración de lo nuevo, volverán las oscuras golondrinas...
Cuando dejé de leer poesía y me aficioné a la Verdad, observé que había que comprar fascículos, apuntarse al gimnasio, a inglés, a francés y a los fascículos de idiomas que uno no sabía que existían, y visitar los grandes almacenes porque ya No es Primavera y hay que cambiar el vestuario, so pobre, y coleccionar Mi primera Casita de Muñecas, y ver la vuelta de las apasionantes series de TV, y apuntarse al Club de Petanca, y comprarse un coche, y vivir la vita...
De todo eso hace ya muchos años que sé que es Mentira, y que lo único que cambia el verano es que cuando salgo a la calle de dia voy por la sombra, justo al contrario que en invierno, que voy por el sol, lo demás sobra.
Mirar nubes, imaginar figuras, ver novelas, pensar batallas, enmendar entuertos, robar besos, creer en algo...
Esto de imaginar cosas mirando el cielo es uno de los mayores lujos que tenemos los animales. Ilusiones o espejismos, creo que lo llaman.
Ella no lo sabe, pero yo me hago el dormido y me doy cuenta de que se escapa de noche, a mirar el mundo. Lo descubrí hace un tiempo al levantarme, igual que Peter Pan, mi sombra no duerme conmigo la mayoría de las noches.
He llegado a acostumbrarme a su ausencia, incluso me parece bien, tengo espacio suficiente en la cama y puedo estirar los brazos. Una mañana miré las fotos grabadas en la cámara, mi sombra había estado haciendo capturas del amanecer. No me importó, las fotos eran preciosas. Pero en una de las imágenes salía ella. ¿Cómo? ¿Si estaba fotografiando el amanecer... entonces, ¿quién tomó esa imagen?
Ahí fue cuando descubrí que mi sombra eran dos, la buena (que retrata paisajes) y la mala (que descubre personas y conspira), y siempre están juntas aunque no se pueden ver. Ahora vivo feliz, duermo a su lado, sabiendo que a media noche cada una sale en busca de lo que le interesa, y así puedo dormir en paz.
El 29 de mayo de 1953, hace 51 años, el neozelandés Edmund Hillary y el nepalí Tenzing Norgay lograron subir a la cumbre de la montaña más alta del mundo, el Everest, abriendo el camino a las conquistas de los techos terrestres hasta hoy, cuando ya no es considerada la ascensión más difícil y la subida se ha convertido casi en un destino turístico más, al que puede acceder cualquier millonario caprichoso. La montaña es otra cosa.
Probablemente el 8 de junio de 1924, 30 años antes, George Mallory y Sandy Irvine lograron ser los primeros seres humanos en pisar esa cumbre, pero su muerte en el descenso nos impide saberlo con certeza.
Hace poco se descubrieron sus cuerpos y los restos de esa expedición, la primera de la era moderna o la última romántica, de cuando el mundo era todavía un sitio grande y extraño. Aún hoy la discusión se centra en si Tenzing, un sherpa, llegó a la cima del Everest antes de Hillary, nuestro blanco, lo que supondría una vergüenza para la superioridad de la civilización occidental en la época del fin de los imperios. Ellos llegaron a un acuerdo: nunca se lo dirían a nadie, da lo mismo quien llegara tres pasos antes que después.
Pero los que lo hicieron antes están congelados en sus laderas, son parte del mito, como la propia montaña y su misterio, que es justamente lo que busca la gente que sube a 8000 metros, a ver qué se siente.
El barrio de la Villa de Priego es la antigua zona de la judería de ese precioso pueblo del sur de Córdoba, en plena sierra Subbética.
Cuando me paseo por sus calles estrechas y en penumbra noto que hoy, igual que hace cien o seiscientos años, el peso de la historia va como una sombra guiándote a cada paso. Si, suena muy cursi, pero es así. Aquí fue donde me di cuenta de que entre la luz y la oscuridad hay un estadio intermedio del que poca gente habla: la sombra.
Una tarde de siesta de verano entre sus macetas de geranios y el frescor de sus paredes blancas de piedra da para muchas cosas... Quizá la felicidad de sus habitantes consista en eso, en esperar, en el silencio. En cosas sencillas y antiguas que hacen sentirte vivo.
Una vez me dijeron que los esquimales, los inuit, tienen en su lengua 250 palabras para nombrar los distintos matices del color blanco, y cientos de términos para asociarlos a abstracciones como la pureza, la verdad, etc.
Otra vez me dijeron que los habitantes del desierto de Kalahari poseen igualmente centenares de palabras que se relacionan con los colores ocres y su forma de vida en la tierra seca, la recolección, la caza, la supervivencia.
Las palabras son eso, sentidos, olores y colores, restos de la memoria de los antepasados. Cada día se pierden unas cuantas docenas de idiomas en todos sitios por extinción de las etnias que los hablan. Con ellos se pierden mundos enteros. Luego va CocaCola y vende agua del grifo envasada en botellas de diseño a 3 el litro. Te venden lo que ya tienes con otras formas, adaptadas a las exigencias de un mundo mudo y pequeño, cerrado y simple. Transparente como el agua del grifo, pero a precio de oro. Ese es el futuro.
Una pared blanca es muy bonita, pero es como cuando alguien dice "evidentemente", es evidente que lo dice para ocultar algo. Con las paredes blancas pasa igual. Los desconchones que hay en muchas casas de los pueblos son los periódicos de los arqueólogos e investigadores de la historia del futuro. Las capas de cal se van sucediendo como las de una cebolla, una detras de otra y de otra y de otra...
En las ciudades, para que no se descubriera nada del pasado oculto, se construían casas con otros materiales, muchos pisos, muchas terrazas, que entre el aire y se lleve lo malo. Algunas personas lo conseguían, otras no.
Por eso todavía, en algunos sitios, se encalan y blanquean las paredes, para ocultar los siglos y siglos de oscuridades, miserias, gritos y vergüenzas de las familias, porque las paredes, como las cebollas, hacen llorar cuando hablan.
Creo que una de las imágenes más melancólicas que uno puede ver es una piscina en invierno, abandonada.
La palabra piscina viene de piscis, y en esta sólo hay bichos e insectos medio muertos, hojas mugrientas y caídas que ya no volverán nunca al árbol, hierbas, musgo, verdín lo llaman por aquí. Uno se baña en verano en una psicina si no la ha visto en invierno.
Me gustan mucho los dulces, como a mi abuela. Ayer me fui a la sierra de Cabra a pasearme por el campo. Desde una cierta altura, en los días soleados de invierno en los que la temperatura sube muchos grados con respecto a la noche, se puede admirar la neblina que forma el rocío evaporándose. Es un fenómeno muy curioso y muy bonito.
La vista de la niebla desde 1200 metros de altitud me recuerda a un hojaldre, todo llenito de capas casi transparentes, pero con la consistencia de un algodón de azúcar de esos de la feria, pero el color... no es color hojaldre ni rosa, es azul o gris. Es un momento en el que uno se siente más o menos contento de tener ojos y no haber perdido (aún) el sentido de la vista.