De Nueva York cuentan muchas historias. El cine de Woody Allen se desarrolla casi por completo en esa megaciudad. Scorsese narraba en 'Gangs of New York' el inicio de la construcción decimonónica de NY como tierra de promisión y futuro para irlandeses, italianos y asiáticos. Luego llegaron millones de personas de toda Europa e Iberoamérica, huyendo de las guerras y el hambre. Casi todas tenían que pasar por Ellis Island, el centro de acogida para las remesas de inmigrantes.
Georges Perec narra poéticamente sus impresiones de dicho lugar, un sitio que aún existe, "el lugar mismo del exilio", por el que pasaron obligatoriamente quince millones de personas antes de entrar en el país que añoraban para salir adelante. Dicen que la mitad de la actual población de los EEUU tiene antepasados que pasaron por allí.
Me recuerda, no sé por qué, las imágenes de las filas de exiliados republicanos españoles andando camino de la frontera francesa, las calles atestadas de gente con su casa a cuestas, en Colliure o Montauban, las tristes muertes en hoteluchos de Antonio Machado o Manuel Azaña, los campos de concentración con que aquellas autoridades francesas obsequiaron a los desheredados que huían del festival nacionalcatólico de Franco. Son cosas que, aunque a nadie importen, de vez en cuando conviene no olvidar, por dignidad, más que nada.
[ Georges Perec: Ellis Island, Libros del Zorzal, Buenos Aires ]
Tenía yo la costumbre de mirar mapas antes de viajar. Eso cuando viajaba, ahora que soy viajero de pacotilla y sofá me dedico simplemente a comprar un Atlas cada cierto tiempo, pongamos seis o siete años. Eso cuando el mundo era más o menos el mismo que siempre.
Porque ahora a los que hacen y deshacen el mundo les ha dado por modificar las fronteras políticas de los países cada tres o cuatro meses, y claro, el Atlas del año pasado ya está bastante caduco, y donde ayer había un país hoy hay tres estados muy soberanos. Me bebo otro soberano en mi sillón, y al tercer trago lo que antes eran dos estados ahora son tres países confederados. Voy a por más hielo para afrontar la dura jornada y cuando vuelvo la confederación se ha unificado en un imperio que son tres, y claro, de tanto ir y venir de la nevera al mapa, el cerebro se me nubla y me entran mareos.
No me fío de los mapas políticos, que cambian tanto. Eso no es el mundo. Prefiero mirar los planos físicos, esos que cambian menos, los ríos son los mismos, los cabos, las montañas y los atolones del intranquilo Pacífico. Son los inconvenientes que tenemos que afrontar los que estamos perdidos en los mares de papel navegando sin salvavidas, amarrados al suelo.
Notas relacionadas:
[ Escuela de Geografía Real ]
El otro día escuché por ahí que si bien la cadena del wáter La Sexta, la de Milikito, había pegado un pelotazo impresionante con el asunto del Mundiá de Furbol, el affaire marbellero del asalto a mano desarmada del Ayuntamiento (uno de los muchos robos reales de inspiración cinematográfica en el que los ladrones trabajaban dentro del establecimiento, se ve que por la noche se estudiaron la impagable Atraco a las tres) y sus infinitas posibilidades está convirtiéndose en el mundial del Tomate y Salsa Rosa, y ya hay directivos que piensan emitir toda la programación del corazón y resto de vísceras en directo desde las tapias de la cárcel de Alhaurín de la Torre, la nueva Babilonia de los medios españoles, donde los que están dentro quieren salir y los de fuera quieren entrar. ¡Capitalidad cultural europea para Alhaurín YA!
Nada que objetar, si la gente quiere información, pues toma información del Mundo Real. Una cosa: los telediarios también podrían emitirlos desde el Xanadú de los talegos ibéricos, pero desde dentro, aaah, entonces sí que me creería las noticias. Y si los deportes los diera un médico especialista en sustancias euforizantes, mucho mejor, más creíble todo.
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Hay personas que me inspiran temor, otras pena, otras bondad y algunas no me inspiran nada, es decir, indiferencia. Como el abogado-guerrillero-marbellero de la Copa de Europa Don Del Nido, lo que ocurre es que este tipo de joyas no las encuentro a menudo, y me las tengo que inventar, como se inventan las tormentas Maldonado y Paco Montesdeoca, los Hombres del Tiempo. Puestos a desear, tendrían que ser una mezcla de Mao Tse Tung, Benedicto XVI y Chuck Norris. En sus virtudes se encuentra la confianza en la comunicación humana.
Viendo el otro día en el Aparato (diría que por casualidad para quedar bien, pero no: estaba viendo la tele a propósito), el concurso en el que regalan billetes por contestar preguntas, observo de pronto a un concursante que duda entre si el nombre del primitivo grupo The Beatles antes de ser famosos era The Nosequé o The Nosecuántos. Se pone nervioso, duda y habla.
Y al hablar, tengo testigos, reconozco que lo conocí hace ya la friolera de 17 años, cuando ambos aún éramos personas. No ha cambiado, ahora gasta barba, pero su voz es la misma, y es por ella por la que lo reconocí.
Me da miedo que guardemos en algún recoveco del cerebro un registro olvidado, una voz, y que al cabo de tropocientos años se vuelva a activar y vuelvan a la vida sus recuerdos asociados, la risa y la carcajada uno de ellos. Me parece que sería capaz de identificar a una persona por la risa que despide. Coño lo que hacemos los mecánicos con la mente. Igualito que mi puteada computadora.
Ya me había ocurrido con los caretos de algunas personas, redivivas tras veinte o veinticinco años, e incluso con el olor de un plato que mi abuela me cocinó una vez de chiquitillo y que volví a reconocer mucho tiempo después, ya de individuo socializado y amaestrado.
Acongojante, de verdad, qué miedo me doy, mucho más que Norman Bates a sí mismo.
Muchas veces, en las horas antiguamente sagradas de la siesta, cuando no se oía una mosca en vuelo rasante, mirando de reojo en la tele la simpar ceremonia diaria de entrega de premios en la carrera francesa, pienso (sin poder levantar los dos párpados a la vez) en la cantidad de material virgen y desperdiciado que tienen los guionistas, becarios y periodistas mamporreros de los programas del corazón sin enterarse.
Un par de centenares de personas en calzoncillos ridículos que marcan paquete y tienen las piernas dobladas se dejan durante veinte calurosos días los cuernos en subir montañas gigantescas en una bici, donde miles de conciudadanos medio en pelota les chillan en la oreja y les echan agua u otros líquidos amarillentos en el cogote para solaz de la parroquia patria armada de banderitas y pamplinas y, sobre todo, para disfrute del gerente de la empresa que anuncia milimétricamente en todos los recovecos de su disfraz.
Y luego, encima, al ganador le agreden manadas enteras de fotógrafos y reporteros con sus micrófonos en la boca, lo suben a una tarima, le ponen un camisón de colorines, le entregan un muñeco de peluche y una cocacola, el alcalde le abraza como si fuera de su familia, y ya para colmo, dos mujeres despampanantes (pero a las que se les nota la sonrisa forzada del que hace las cosas por dinero) le dan besitos, y venga besitos, y venga flores, y venga fiesta de la lujuria. "Trescientos kilómetros de cuestas, como pa echar un polvo estoy yo ahora", dirá el cadavérico muchacho de la talla 34.
Una vez ví como a uno de ellos le subía el volumen paquetero del maillot a la altura de la entrepierna al ser besado por tan gráciles doncellas, y dicha situación me llenó la tarde de una congoja extraña. Inmediatamente después fui raudo a la tienda a comprarme una bici, evidentemente.
La primera vez que escuché a Teresa Salgueiro cantar 'Matinal' con Madredeus se me cayó un poco el alma al suelo. Y a partir de ahí, yo que venía de Dire Straits, Cure y Smiths, comprobé que cada momento de la vida tiene su banda sonora. Probablemente yo no era consciente de que a los quince años escuchas libertad, diez años después escuchas turbulencias y veinte más tarde lo que quieres es escuchar paz. Dentro de treinta lo que querré es escuchar lo que sea, ya dará igual.
La voz de Teresa y su canto me alegran la vida con mezcla de saudade, melancolía, tristeza y tranquilidad, qué maestros los portugueses en lograr la armonía con unas notas musicales y una voz.
Lo cual no quiere decir que sea viejo, sólo que tengo más experiencia. Una simple cuestión de dejar que el tiempo haga su trabajo, y la memoria se convierta en algo más que el juego de recordar cosas buenas o malas en las reuniones. Eso sí, lo que tengo claro es que asociar canciones a momentos vitales determinados mantiene en forma la salud mental (no es mi caso, pero a ello aspiro) de los mortales y del resto.
Les decía yo a mis amigos que, contrariamente a lo que ocurre con las adaptaciones narrativas del cine, un buen título salva una mala novela, no siempre. Pero cuando ocurre es un fenómeno gozoso. Es el poder evocador de la poesía, la fuerza de expresar mucho en unas pocas palabras.
Y les ponía como ejemplo a Vicente Aleixandre y sus espadas como labios. Con Miguel Hernández pasa igual.
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En el fuego de lo que fue
arde lo que será.
Esta frase impresionante la escribió Louis Aragon. Nadie lo conoce ya, y a nadie importa. Pero su verso es un cuchillo entrando en la carne y en la memoria de cada Uno.
Por eso leo de vez en cuando, para recordar lo que fui, y sospechar lo que seré.
Finalmente, las tropas del Orgullo Humano han alcanzado uno de sus últimos objetivos ocioso-militares. Según dicen en los noticieros, se ha extinguido una de las dos especies de rinoceronte que aún existían. Ahora, probablemente, sólo podremos recordarlos en documentales y películas de la Disney. Niños y niñas, no odiéis los zoológicos, son esos parques temáticos para melancólicos del campo y la vida silvestre con remordimiento de conciencia donde todavía se pueden ver estos animales miopes de aspecto fiero sin que sospechemos que sean robots y reconstrucciones de la realidad virtual. Aún teneis diez o doce años para ver los últimos, antes de que se mueran del todo.
Este herbívoro africano, del que a mediados de los noventa quedaban dos o tres mil ejemplares en el Camerún, ha entregado la cuchara a sus orgullosos vencedores, los cazadores que buscaban mitad aventura mitad millones por sus cuernos para ceremonias religiosas de oriente medio y para remedios curativos contra la impotencia sexual de los japoneses y chinos. Ahora, a beber helados de viagra o a cascarla con un ladrillo, hijoputas.
Yo entiendo que hablar de una cosa así en medio de estos tiempos de guerra sin cuartel, tiempos de desastres y explotación para la humanidad, puede parecer frívolo y sin sentido. Pero así es la cosa, los hombres no se contentan con humillar, reventar y torturar a los animales de su misma especie; cuando es tiempo de paz se dedican a cargarse animales raros, sin otro beneficio que el que les produce poder decir a la vuelta del safari: "El temible monstruo medía cuatro metros y me embistió, y yo le apunté impertérrito a la cabeza y allí cayó, a mis pies, vencido", enseñando la foto que atestigua dicha hazaña, una muestra más de su valentía, de su templanza, de su honor, y de la mezcla de las tres virtudes, es decir, de los cojones.
Demostrar con fotos y videos la grandeza testicular propia es el resumen de la historia de esta humanidad tan particular que domina la tierra, el mar y el aire. Obsérvese que hago énfasis en la primera palabra del párrafo: demostrar. Sin demostración no hay hazaña, no hay victoria. No hay Historia.
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Si se pudiera pedir dos deseos al Genio de la lámpara, le diría: que desaparezcan tres o cuatro profesiones, por favor, historiadores, fotógrafos, vendedores de pisos, por este orden. El porqué elijo ésas y no otras igualmente viles y vergonzosas, ésa es otra historia que sólo pienso contar cuando me extinga con mis congéneres, que no creo que tardemos mucho al paso que vamos.
(Hablará entonces la asamblea africana: "Por fin, rediós, qué descanso").
Enlace:
[ Rinoceronte negro en Wikipedia ]
En Córdoba, España, llaman las gentes a los bares tabernas. Y a los que sirven alimentos líquidos o sólidos en ellas taberneros, nunca 'camareros', 'barmans' u otros términos despectivos. Pululan siempre por esos sitios, en calidad de parroquianos o fieles y a deshoras (entre las dos y las tres de la tarde, fundamentalmente) unos especímenes humanos no suficientemente estudiados por la ciencia antropológica: los senequistas. La leyenda dice que eso no existe, pero es una leyenda también. El senequismo existe, se llame como se llame, se lea a Séneca, a Dan Brown, o no se sepa leer.
El senequismo cordobés goza de grave enjundia: derivación de la filosofía estoica defensora de que las cosas son como son, pero si en nada me afectan, no existen. Vulgo, el silencio como principal arma contra los ataques del enemigo, es decir, el resto. Un mito no carente de base.
Dos y cinco de la tarde, entro en una taberna cualquiera de un barrio cordobés cualquiera a desofocarme de los 43º que están cayendo ahí afuera en el mundo de los vivos. Pido cerveza de grifo en formato tubo. Sacrilegio en este paraíso de las copas de vino de Moriles llenas hasta el filo. Yo ya sé que el vino de Moriles o Montilla es lo mejor del mundo, pero en este caluroso caso prefiero la bebida extranjera, esa mezcla de agua y gas de color amarillento. Miro en rededor: dos hombres me miran en mi condición de gilipollas antivino.
Uno de ellos es el que busco: hombre de pocas o ningunas palabras, apoyado en la barra, tarda lo necesario en cargarse su medio. ¿Cuanto es lo justo? ¿Una hora, un cuarto de hora, un minuto? Nadie sabe. "Lo que sea de razón", ésa es la respuesta. Sentencias para cada uno que lucha con uno mismo.
Característica fundamental del tabernario: siempre va solo, no necesita a nadie pues de nadie va a aprender nada. Un hombre solo es libre e independiente, el resto son borregos. Si le sacan palabras son cortas, justas y definitivas, un hombre tranquilo, como John Wayne en su vuelta a Irlanda. Si está de pie mantiene el rictus así lleve dos litros y medio de alpiste encima, y si está sentado es imprescindible apoyar las manos en las rodillas con las palmas hacia abajo, mirando al frente, como los escribas de Egipto, pero con las piernas enm el suelo. El símbolo de la dignidad. Tendrás estudios o dineros, pero no me podrás humillar, porque la humillación es poner las palmas hacia arriba. Eso es pedir, en eso consiste la limosna.
Otra cosa: jamás de los jamases pide que le llenen la copa, el tabernero lo conoce de sobra como para saber cuando debe llenar. Tampoco escurre la mirada: observa al resto, sin hablar y sin meterse en conversaciones. Y una última: Nunca apura la copa, le deja siempre un cuarto sin beber, como el sevillano Silvio con la coñac. Apurar es de tiesos. Él también estará tieso, pero jamás lo aparenta.
Lo más impresionante de esta veleta es que no se sabe qué tipo de bicho representa, visto así, silueta de perfil, parece una cigüeña de esas que acampan en los tejados de las iglesias como guardianes de la fe, pero no lo podría asegurar. ¿Garza? ¿Garceta? ¿Pelícano transgénico sin buche?
"Un flamenco no es, por el pico recto. Es una gallina preñada, sin duda", me dice mi colega. Es un bromista que lucha contra los manuales darwinianos.
Miro otra vez al cielo gris, a ese viento al que intenta oponerse ese trozo metálico. No es una gallina gorda, creo. No daría mi brazo izquierdo en apuesta. "Parece un ave zancuda, aunque ahora que lo pienso no tiene la elegancia necesaria".
Mmmm... dices bien, una vez me ví venir encima una cigüeña a la charca en cuya orilla yo tomaba el fresco tan tranquilo, y me acojoné por sus dimensiones y su aparatosidad. No me pareció elegante, pero me dí cuenta de que cuando alguien o algo tiene sed le importa tres pepinos lo que haya cerca. Todos los días se aprende algo, excepto hoy, mar de dudas.
Escuchando a Cultura ProBase, me doy cuenta de que me he cargado, sin tener Canal+ y viendo malamente la Sexta, bastantes partidos del Mundial de Furbol Alemania 2006 (tiene cojones, estamos en 2006, hace poco estábamos en los ochenta y no me he enterado de que me soy veinte años más viejo), y eso hay que comentarlo.
Ahora mismo aún no se ha jugado la final del campeonato, ese partido que enfrenta a los dos mejores equipos del mundo en esto de la pelota y los penaltis, en este caso Francia e Italia, es por ello que me reservo mi opinión para cuando sepa el resultado definitivo. Pero puedo ir adelantando cosas.
¿Por qué misteriosa razón se protegen los órganos genitales los jugadores en la barrera que forma ante un tiro a puerta. ¿No les da igual? Si yo defendiera guerreramente a mi pueblo, si de mí dependiera que un país pasara de la derrota a la victoria, de la humillación al orgullo, del mangurrinismo social a la exaltación heroica, no me cubriría una cosa tan insignificante, que sólo sirve para cosas secundarias y criminales, follar y traer nuevos hijoputas a este mundo; un crimen, sin duda, del que podrían librarse tras recibir un buen balonazo en ese sitio mítico y sobrevalorado por varones y hembras de la especie humana. Piensen que dentro de quince años estarán haciendo el ridículo delante de sus amigos o amigas, intentando impedir que sus hijos beban o fumen o se droguen o las tres cosas a la vez, que tontería. Todo este mal rato se puede evitar.
Déjense dar un buen pelotazo ahí, criaturas, que eso les ahorraría un mogollón de problemas posteriores. Pero nooooo, el hombre se cubre con miedo, no vaya a ser que exista otra cosa más allá y le hagan falta los órganos colgantes.
No puedo reprimir el gozo que me produce que por fin, tras siglos de afrentas y subdesarrollo, mis paisanos cordobeses hayan decidido unirse al Mundo Real por vía de la publicidad-que-trata-a-la-gente-como-se-merece. Si no fuera pecado mortal diría: ¡con dos huevos!
Agradezco mi paso por la perra vida a la buena gente de CajaSur, que para quien no conozca esta sagrada institución bancaria es el banco de la Santa Madre Iglesia en esta parte del mundo que llamamos Andalucía, probablemente la mayor aportación de Córdoba a la globalización del mundo mundial, donde se puede a la vez ser votante comunista, cristiano católico apostólico romano y no avergonzarse de la usura y la especulación, y se lo agradezco de corazón. Sí señor, Jesucristo nada dijo de esto, nada habló de la imposibilidad de montar chiringuitos inmobiliarios ni emporios económicos, de dominar económicamente a setecientasmil personas, ni de prestar dinero al alcalde Gil para construir ilegalmente en Marbella. Jesucristo era un jipi iluso que hablaba de no se qué hostias del amor, no lo olvidemos.
Mis paisanos los curas banqueros, echándole huevos a la selva capitalista, sacan adelante, con fanfarria propagandística y televisiva de primer orden, una hipoteca ligera acorde con el 0'40 % del Euribor, que no sé qué puñetera mierda significa, pero pintas de importante tiene. Lo que quiere decir que los borreguitos de a pie como yo pueden dormir tranquilos, que si te van a robar durante veinte o treinta años el doble del préstamo que pidas, por lo menos, lo van a hacer ligeramente, es decir, light, bio, guay, molón, una hipoteca que no engorda excepto sus cuentas corrientes personales, de forma natural y cristianamente adecuada, porque con lo que te sacan financian bodas, banquetes y bautizos sociales que complementan la mísera limosna del pacto con el odioso estado en manos ateas que les pseudofinancia las jubilaciones de oro, los pisos y chalets en la costa y las bandejas de langostinos en El Churrasco.
Buena idea esto de lo light. Todo ya es light, el estado, la justicia, la tele, la educación... no iban a ser menos nuestros intermediarios con el señor de allí parriba, los abogados de lo que nos espera en el Puto Juicio Final. Curas, prestamistas y a la vez socialmente responsables, no se me ocurre mejor idea para triunfar en el futuro que viene.
Otra veleta egabrense, de la misma calle: Un gallo con la difícil postura de cuello torcido mirando arriba, la del pavo que traga grano por cojones para engordar.
Ésta mira para arriba, al cielo veletero, pero no resulta artificial, sino al contrario, muy natural en un animal que acostumbramos a ver recto y digno en el resto de veletas mundiales. Un tío con clase que pisa gallinas, en todos los sentidos del antiguo término. Machista, eso sí, pero para eso está.
El canto del cisne parece equivocado de especie, el último grito antes de entregar la cuchara a la civilización occidental. Me recuerda al gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de México 86, sí, el de la mano de Dios. Todos mirábamos al cielo también, arriba, pero no era eso, era en la tierra donde se decidían las cosas, como siempre.