Como el mes de julio lo terminé con esta nota, hablando de la gran contribución de los coleópteros al bienestar mundial, he pensado que finalizar agosto sin volver hablar de ellos sería una falta de educación imperdonable...
Mientras uno se deja los sesos en la educación primaria estudiando pamplinas que nadie nos va a preguntar jamás, las historias e historietas de la Historia van pasando por delante de nuestros hociquitos sin que les prestemos la más mínima atención. ¡Y mira que son interesantes!
En 1933 Hitler ordenó a la empresa automovilística Volkswagen la creación de un coche popular y revolucionario, que llenara Alemania de vehículos que circularan por sus tremendas autopistas, y que sirviera como propaganda de las excelencias y progresos industriales del III Reich. Tras ver los prototipos le llamaron Beetle, escarabajo.
No sabe Hitler como le odia el reino animal desde entonces.
"La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en tí es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!".
...
-¿Por eso te compraste la linterna de 40 con intermitentes y seis pares de pilas recargables?
- Sí, por eso, para verte mejor. Paso de ir al oculista.
-Ah
...
A mediados de los años 80 yo era un niño que se preocupaba mucho del futuro de las personas humanas. Más o menos como Orzowei, pero sin taparrabos. Cada vez que había elecciones tocaba discusión política con un amigo que tenía la mala costumbre de defender lo indefendible, en este caso la fuerza y capacidad de influencia del Partido Comunista en una época en la que estaba claro que el comunismo iba cuesta abajo y sin frenos. Los niños discutían de política entre los capítulos de El perro de Flandes (no el Duque de Alba, unos dibujos animados que ponían los viernes en la tele) y Tocata.
Mi amigo se cabreaba mucho cuando yo le insinuaba que el antiguamente poderoso PC estaba sobrado de vendedores, que lo que tenían que hacer es echarlos a todos, como pasa en el McDonalds, Ikea y en todos esos sitios en los que te lo tienes que hacer tú todo, y si no te dan por culo, y que son los que triunfan. Mi amigo decía que yo no era ni rojo ni negro, que era un fascista enmascarado, como el Papa. un quintacolumnista que merecía el garrote vil.
Fuí corriendo al Pequeño Sopena Ilustrado. Encontré Garrote, Enmascarado y Papa, pero no Quintacolumnista. De aquellas yo leía de noche manuales de márketing para hacerme rico y no tener que currar como un cabrón.
Siguiendo los consejos científicos de los sabios de la economía mundial, le dije a mi amigo que lo que tenían que hacer es lo mismo que la leche Pascual, vender mucho aunque no tuvieran ni un nombre pegadizo, ni una imagen moderna, ni anuncios guais, ni una ideología consecuente, ni unos líderes sólidos, ni un programa de cambio social, ni siquiera un logotipo atrayente. "Lo que necesitais es vender las ideas, como la Iglesia pero en rojo", le comenté.
Me mandó a la mierda pero me hizo caso. Al poco tiempo los comunistas, hartos de perder elecciones y referéndums de la OTAN, se unieron en un partido con un logotipo horroroso, eligieron líderes a gente antipática y cabreada, hablaron de cosas que a nadie importa, como el paro y la ética, se hicieron más comunistas al pie de los peñascos del muro de Berlín, y por supuesto, sigueron perdiendo elecciones. Porque, entre otras cosas, me contrataron a mí como asesor de imagen, yo que trabajo directamente para el Vaticano, que paga bien y hace regalitos caros. Porque no tengo moral, y porque la amistad se compra, como todas las cosas de este mundo.
Cuando se acaben los días luminosos echaré de menos algunas cosas...
... sobre todo la posibilidad de leer música en los cables de la luz, una forma como otra culquiera de pasar el tiempo dedicándolo a disfrutar de no hacer nada provechoso, es decir, de no hacer lo que los demás te dicen que debes hacer.
"Mira lo que los demás desprecian de ti. Ese eres tú", dijo una vez un poeta. No sé si inmediatamente lo metieron en la cárcel o le pusieron una estatua en la plaza de su pueblo, o le hicieron alguna cosa peor.
Parece que el verano es propicio para las clasificaciones, para hacer capítulo, recopilación, examen de conciencia, propósito de enmienda, y perdóneme padre porque he pecado. Encuentro en uno de los libros que estoy leyendo un fascinante ejercicio: se trata de proponer (y justificar, si es posible) las diez palabras más bellas que uno haya encontrado en su lento camino de alegría, llanto y búsqueda de la mort.
Ya he hecho en otras ocasiones pública confesión de admiración por Andrés Trapiello, que es quien hace este juego en Mar sin orilla, una recopilación de textos cortos publicados en prensa, concretamente en la pieza titulada Diez palabras. Es un breve pero intenso escrito lleno de matices poéticos, con memoria y ritmo de diario íntimo, transcribo buena parte del artículo. "He aquí las diez que yo elegí, pudiendo ser mañana otras distintas", dice Trapiello:
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"1. Sí. La palabra más bella.
2. Ultramarinos. Mi abuelo abrió después de la guerra un comercio de coloniales y ultramarinos en León, que pasó a mi padre, a imitación del abarrote que un pariente emigrado había abierto en México, durante la dictadura de Porfirio Díaz. De niño no alcancé nunca a saber qué significaba exactamente, pero me gustaba por lo que prometía de exótico y lejano. Para mí siempre orá unida a un chocolate de la marca El Indio, cuyas tabletas tenían un envoltorio de papel basto en el que aparecía estampada la cara de un indio motilón, naturalmente de color chocolate, empenachado de plumas sobre un fondo amarillo lleno de modernistas letras rojas. Si pienso en un azul ultramar imagino un azul, otra palabra mágica, más lejano que ninguno, un azul dios, un azul indiano, un azul niño, perdido, muerto muy lejos de su casa.
3. Rosa. Siempre distinta, eterna, 'pura contradicción, voluptuosidad de no ser el sueño de nadie bajo tantos párpados'.
4. Tranvía. Necesitamos de un tiempo pasado, no demasiado remoto, para que el nuestro se haga más soportable, ciudades cosmopolitas todavía sombrías y provincianas, en las que sólo se oigan los cascos de los caballos sobre los adoquines y los chasquidos eléctricos del trole en la red de los cables.
5. Arrayanes. El Sur, un surtidor, la huida.
6. Misericordia. Habla de lo mejor del hombre, pero en silencio.
7. Mar. Nace tan cerca del verbo amar, que casi son la misma palabra.
8. Mastina. Hace unos meses, durante una nevada, vimos a nuestra mastina echada en el olivar sobre la nieve. No se movía, mantenía erguida la cabeza con majestad, como una esfinge. Caían los copos sobre ella, se posaban en sus pestañas, pero ni siquiera parpadeaba. El corazón humano merecería haber sido creado con la misma materia.
9. Manantial. Nos hace pensar en algo profundo, limpio y fundamental.
10. Rocín. Es una palabra vieja y ya sin uso. En el Quijote aparece desde la tercera línea del primer capítulo hasta el final innúmeras veces, y sólo por eso sigue viva, al igual que otras que ya en tiempos de Cervantes resultaban demasiado arcaicas. Todas las palabras tienen un alma, incluso las muertas. Sólo hay que saber encontrársela o, en su defecto, dársela de nuevo".
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Yo propongo también las diez palabras más hermosas, que para mí en este momento son las que siguen:
Y ahora que cada cual explique las suyas.
[ Actualización Julio 2005: Una página se dedica exclusivamente a recopilar las Diez Palabras más hermosas de las personas que quieran participar ]
Una vez descubrí que para lo único que servía el verano era para dejar de desear que llegara, porque durante el estío, en la febril mente infantil y en teoría, no había que estudiar ni ir a la escuela ni hacer nada por cojones, sólo aburrirse por la siesta y comer helados de dos bolas (verano=lujuria) y ver a la prima-que-viene-de-fuera...
Cuando dejé de estudiar vi que el verano era otra cosa: el principio del maravilloso otoño, que era cuando de verdad la vida se mostraba en todo su esplendor, el preludio de la belleza triste, la lluvia, las hojas muertas que se caen del árbol, la regeneración de lo nuevo, volverán las oscuras golondrinas...
Cuando dejé de leer poesía y me aficioné a la Verdad, observé que había que comprar fascículos, apuntarse al gimnasio, a inglés, a francés y a los fascículos de idiomas que uno no sabía que existían, y visitar los grandes almacenes porque ya No es Primavera y hay que cambiar el vestuario, so pobre, y coleccionar Mi primera Casita de Muñecas, y ver la vuelta de las apasionantes series de TV, y apuntarse al Club de Petanca, y comprarse un coche, y vivir la vita...
De todo eso hace ya muchos años que sé que es Mentira, y que lo único que cambia el verano es que cuando salgo a la calle de dia voy por la sombra, justo al contrario que en invierno, que voy por el sol, lo demás sobra.
¿Por qué se alegra la gente de que 'España' o 'Polonia' o 'Andorra' vaya ganando más medallas que 'Alemania', 'Francia' o 'Burkina Fasso? ¿Por qué pongo entre comillas el nombre de los países? ¿Es lo mismo 'EEUU' que los estadounidenses? ¿Por qué me pregunto tantas tonterías? ¿Es cierto que el calor afecta al cerebro?...
¿Por qué se alegra la gente de que un tío claramente desnutrido en calzoncillos corra que se las pele cuarenta vueltas a un estadio lleno de obesos chillones comiendo porquerías deshidratadas para llegar antes que otro desnutrido, y que los dos (y un tercero) se suban a un cajón para que les pongan musiquita, lloren un poco y les regalen un trozo de hierro de colores y se emocionen con su puta banderita y todo su país, sus paisanos, sus dirigentes, sus jerarcas, sus explotadores y sus pobres se alegren también y se muestren orgullosos de tamaño logro? ... Ah, el Orgullo, qué cosa más rara...
¿Por qué no hay Olimpiadas de la Vergüenza, donde el representante del país pobre, en la ceremonia de las medallas se la tire a la cara al cabrón rico que se la está dando y pensando a la vez "toma, hijo, podeis estar contentos tú y tus vecinos muertos de hambre, anda vete pa tu casa y acuéstate"?.
Esta mañana, muy temprano, revolviendo cosas y trastos en mi antigua y querida casa (la verdadera patria de la persona que Uno fue, el resto son todas de Mentira) he puesto en marcha mi tocadiscos, ese aparato de antes de la era digital en el que ponías vinilos y sonaba música.
Me ha costado un poco, primero sacarlo de la mazmorra de las cajas donde llevaba una vida perruna, el follón de los cables, colocarlos todos en su sitio sin ayuda de un plano... hace muchos años esta operación, en cada traslado, en cada vida vivida, podía hacerla con los ojos cerrados, de noche, a oscuras. Ahora no.
Cuando ya estaba todo en su sitio lo he enchufado, y las lucecitas rojas han vuelto a encenderse, y con ellas, la luz de mi memoria. "Busca un disco", me dice mi Yo adolescente. He elegido seis o siete de la estantería que va pareciéndose a un cementerio de elefantes, quién va a querer oir mañana estos discos grandes de plástico que tanto polvo y tantos rayones acumulan. The Beautiful South, Durutti Column, Sade, Radio Futura, Aztec Camera y también una pequeña joya, un single pequeñito y extraño de Germán Coppini y Nacho Cano, Dame un chupito de amor (en la cara B, la genial Divina palabra).
Igual que al salir los equipos de la Champions les suena ese himno guerrero y pegadizo cantado por un coro de chillones heroicos, hace muchos años yo ponía Pepito el Grillo o Fascination Street de The Cure antes de comerme la calle los sábados por la tarde, era el himno de lo que más apreciaba, la libertad de hacer lo que me diera la gana durante unas horas, de la explosión de la amistad y de las miradas. Oyendo esto recupero años en cada canción, pero sólo yo puedo saber qué significa, eso es lo misterioso de asociar música y vida. "Pásate a los CD's de una vez, los LP's ya no sirven para nada", me decían. Mentirosos.
Al sonar, suena otra vez mi corazón, qué bien se lo pasa dando vueltas a 45 rpm o a 33. Y qué fácil es ser feliz con las pequeñas cosas.
El crítico literario Manuel Rodríguez Rivero sostiene una columna de opinión sobre cuestiones editoriales en el Blanco y Negro Cultural de ABC. En la del sábado pasado nos recordaba este minicuento de Augusto Monterroso, robado directamente del libro La oveja negra y otras fábulas:
"Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha".
Lo que más me gusta del espectáculo colorista y flagelante de los juegos olímpicos es que ya nadie se ruboriza cuando se asocia la anteriormente sagrada palabra deporte con la estigmatizada droga.
Es más, creo que no hay un solo deportista que, ante la contemplación de los llantos de alegría patriótica y golpes en el pecho de ardor guerrero y deportivo que demuestran sus colegas triunfales en la ceremonia de los himnos y las medallas, no se digan para sus adentros: "La próxima vez, quien va a contratar al mejor médico especialista en doping voy a ser yo".
En 1981 los diosecillos de las letras y la cultura se dignaban premiar con el Nobel a un hombre llamado Elías Canetti.
Cuando intentaron resumir sus datos biográficos se dieron cuenta de que su vida superaba con creces cualquier otra ficción literaria. Nacido en en 1905 en una aldea de Bulgaria, judío de padres sefardíes que italianizaron su apellido Cañete por las persecuciones, se instaló en Viena durante el periodo de entreguerras, hasta que en plena dictadura nazi huye a Londres, donde se nacionaliza británico. Toda su obra la escribe en alemán.
Escribió esto:
" En el amor es donde menos existe la piedad: en el amor cuenta siempre lo más pequeño, lo insignificante: esa precisión minuciosa le otorga su ser. Nada se olvida. Si uno dice: quiero todo, hay que entenderlo así: todo. Acaso sólo un caníbal podría ser aquí consecuente. Sin embargo, el canibalismo anímico es mucho más complicado: hay que advertir que se trata de dos caníbales que se devoran al mismo tiempo. "
Cuando no tengo nada mejor que hacer, leo.
Y cuando no tengo libros o revistas para leer, veo pintura.
Y cuando no tengo ningún cuadro que ver, me dedico a mí mismo, es decir, a aburrirme de ser Yo, cosa que está muy bien en estados carenciales, como ahora.
Y ya cuando me aburro de aburrirme de mí mismo, y cuando ya no quedan píldoras llenas de droga para las carencias y el exceso... entonces veo la tele.
Y lo que más me gusta de la tele, después de los anuncios, son los programas que llaman del corazón, programas rosa, cotilleos y demás. En serio. Y sobre todo comprobar que el tema del amor (en todas sus variedades, romántico, sexual, platónico, económico y muchas más que no recuerdo) sigue fundamentando la vida.
Así son las cosas, y así nos las han contado (como decía el presentador de Antena3, el nieto del Carnicero de Baena).
¿Por qué el cuadro de la imagen, que es de Picasso, me resulta increíblemente atrayente, fascinante y todas esas palabras que terminan en -ante? No lo sé, se llama La Celestina, lo pintó su autor en 1904, y más que compararlo con la obra literaria de hace quinientos años, atribuída a Fernando de Rojas, que trata exactamente los mismos temas que esos programas televisivos del corazón y de los genitales, lo que me gusta es recordar la obra de otro genio, José Gutiérrez Solana, y su visión de la España Negra, tan parecida a aquello que pintaba Goya. Y será que las cosas no cambian nunca.
Releyendo el libro Para acabar con los números redondos de Enrique Vila-Matas me doy cuenta de que tiene perfecta razón al defender el fin de la dictadura de las cifras exactas. Ya está bien de conmemorar el centenario de la guerra de los Flanders-Boers contra el imperialismo syldavo, el cincuentenario del descubrimiento de la bacteria causante del exceso seborreico del cutis adolescente, los veinticinco años del descubrimiento de un cometa lejano que depende administrativamente de un satélite de Urano, o los quinientos siglos del fallecimiento de un lirón careto islandés que tenía como mascota (o quizá algo más) un sobrino de William Shakespeare por parte de madre.
Lo que verdaderamente necesitamos conmemorar son las cosas importantes: las tres horas, cincuenta minutos y treinta segundos que me ha costado encontrar un producto para limpiar la meada del perrito del vecino en mi puerta, los cuarentaitantos días y bastantes minutos que lleva mi cuñado sin limpiar el cuarto de baño, los seis meses, quince días y seis horas que han pasado desde que unos chorizos me ayudaron a deshacerme de mi viejo radiocassette, los tres años y cuatro meses que lleva sin devolverme mi primo ese disco i-nen-con-tra-ble de Police (sí, el que me costó cinco talegos, primo, no te hagas el longui que cualquier día de éstos le pego fuego a tu colección de madelmanes buzos), los siete siglos que llevamos esperando los vecinos del barrio a que arreglen la fuga de agua, etcétera, etcétera. Los milenios que llevo esperando la palabra perdón de la boca de los criminales, clérigos, militares, políticos y banqueros que nos han hecho a los borreguitos de a pie la vida más fácil. Ni un solo 10 o 20 o 25 o 100 más, ni uno.
Y es más, la lectura de la tesis de Vila-Matas me ha hecho darme cuenta de algo fundamental: Si me revientan los aniversarios y la exactitud matemática, aburrida y alienante... ¿Por qué me caen tan igualmente requetemal las botellas de PepsiCola de litro y medio? ...Si, ésas que no sabes si te viene corta o larga, si es cara o barata, si es bonita o fea... Cada vez estoy más convencido de la genialidad del inventor de los donuts, que no se complicó la vida, cogió ejemplo del cero y a tomar por culo.
Joder, cuanta poesía, belleza y misterio hay en esto de los números.
Mirar nubes, imaginar figuras, ver novelas, pensar batallas, enmendar entuertos, robar besos, creer en algo...
Esto de imaginar cosas mirando el cielo es uno de los mayores lujos que tenemos los animales. Ilusiones o espejismos, creo que lo llaman.
Pequeños epitafios para grandes tumbas. Quizá el más rompedor es el que se compuso a sí mismo Marx (don Groucho): Perdone que no me levante. Sin embargo, hay autoepitafios que nunca llegaron a ser escritos en las lápidas, aun siendo ésa la voluntad del difunto.
Es el caso de Malcolm Lowry, conocido en Granada, Ronda y otros puntos del planeta como el borracho inglés, escritor norteamericano de grande fama, mayor desequilibrio y mejor (o peor, según se mire) beber. Su vida fue una continua calamidad. Escribió Bajo el volcán y se murió a los 47 años. En su tumba nadie puso, por desgracia, las palabras que debieran allí figurar:
Malcolm Lowry
Late of the Bowery
His prose was flowery
And often glowery
He lived, nightly, and drank, daily,
And died playing the ukulele
[Traducción de Javier Marías: Malcolm Lowry / difunto de la calle Ebria / su prosa fue florida / y a menudo airada / Vivió, noche a noche, y bebió, día a día, / y murió tocando el ukelele]
No he sido partidario de encerrar animales en jaulas, pero hace unos días mi madre se encontró de frente con un periquito herido en el suelo. Lo curamos, le dimos agua y galletas y avellanas machacadas, estaba hinchado y apenas podía moverse.
Cuando vi que empezaba a picotear la comida le compré rápidamente 50 céntimos de mijo en una pajarería (el equivalente a un BigMac XXXXL con papas fritas y cocacola gigante), y por 6 ebros me quedé con la jaula más grande que había en la tienda de los veinte duros. Por el camino estuve a punto de tirar la jaula a la basura, pero llegué a mi casa, instalé los comederos y bebederos, le puse un columpio y papel de propaganda del Ikea en la parte de abajo para las cagadas.
Fieles a las tradiciones de nuestros ancestros, cualquier persona o bicho que entre en la casa debería llamarse según el santo correspondiente a dicho día del santoral del Vaticano S.L. Miramos el calendario de santos, "Miércoles 4 de agosto de 2004", la cosa no estaba como para tirar cohetes pues teníamos que elegir entre:
Yo prefería Eleuterio, que nombre más bonito, más acratón, parece que ya estaba viendo a mi abuela llamándolo: "Eleuterio, Eleuterio, bebe agua que te vas a tostar", pero tras un cambio de impresiones la familia pensó que era un poco incongruente bautizar Eleuterio a una criatura e inmediatamente entalegarlo entre barrotes en una celda, y encima de las tiendas de todo a cien, una humillación que no debería soportar nadie.
Así que le pusimos Baldomero, no tan popular como Blas, ni tan regio como Baltasar o Balduino, ni tan culto como Baudolino, ni tan bohemio como Ballantine's pero sí tan histórico como Baldomero Espartero, ese militar de bigote que le recitaba artículos de la constitución española a Isabel II por la noche en su alcoba, un nombre elegante a la par que sencillo y discreto. No sabemos si es macho o hembra, mientras nos enteramos de ese detalle, Baldomero se ha recuperado por completo, vive moderadamente feliz (dentro de lo que cabe estando preso) y resulta que es un pájaro que debió escaparse de un circo o algo así, titiritero y saltimbanqui es cien por cien, no deja de dar volatines y saltos mortales girando sobre sí mismo. Al principio creíamos que el de la pajarería nos había vendido droga con aspecto de alpiste por error, y que el bicho estaba alucinando, pero al parecer los periquitos suelen ser trapecistas por naturaleza.
Es cierto lo que pone en el folleto, Baldomero, Ikea cambia tu vida.
En muchas entrevistas a personas humanas de variado género y pelaje, he visto como ante una pregunta de carácter erótico la respuesta siempre tiene que ver con el fetichismo de los pinreles. (No me pregunten vds. por qué, si lo supiera no sería un gran misterio).
Las chanclas, si son de marca de prestigio, Camper por ejemplo, significa sencillez a la par que elegancia y un punto de jipismo ilustrado. Si son de mercadillo lo que deja ver es que eres un matao/ada que no tiene 120 ebros de mierda para sujetar decentemente el dedo gordo del pie con una cuerda, que cutres sois. Gastarse las pelas en este sofisticado instrumento de dominación es invertir en futuros polvos, eso seguro. Una chancla siempre viste más de lo que cuesta.
Lo que es cierto es que, en el tiempo estival, los pies suelen ser calzados de maneras extremas: o perfectamente ataviados a la última moda colorista o dejados de la mano del dios de los pieses, (que por las pintas debe ser el mismo que patrocina los quesitos tipo cabrales que tanto nos alegran este triste paso por la vita-vita-e), ese dios vengativo que hizo cinco dedos cuando en los dibujos animados pone claramente que con cuatro el cuerpo se sostiene perfectamente. Ganas de tirar material, digo yo.
Si, pero lo del erotismo pinreliano no lo averiguamos así se pongan delante el mismísimo Freud y Manolo Blanchik o como cojones se llame el zapatero ese de los ricos.
Una tranquila mañana de domingo leíamos mi mujer y yo el periódico, hojeando aburridamente el horóscopo, los cotilleos y el fútbol.
-"Mira lo que pone aquí, en las páginas de salud" -dijo ella. "Las personas que dejan de beber y fumar antes de llegar a los 45 años tienen la misma esperanza de vida que las que nunca han bebido ni fumado". Me quedé unos instantes pensativo... E insistía: "¿Te das cuenta del poco esfuerzo que cuesta asegurarse una vejez tranquila?".
Yo nunca había abusado, fumaba sólo puros, en las bodas y en comidas de Navidad, y bebía un vaso de rioja al mediodía, y algún gin-tonic en vacaciones y fiestas de guardar en casa de mis padres.
-"¿Pues sabes que te digo?. Que dejaré completamente los vicios un día de estos" -aseguré sin miedo. Así le prometí a mi mujer que cuando cumpliera los 45 estaría libre de toxinas y mi cuerpo parecería por dentro y por fuera el de un niño de seis años (de los de antes).
La tarde de las vísperas de mi cumpleaños cuarentaicincoañero recordé mi promesa. Miré el reloj. Hostia, las nueve de la noche, ¡¡sólo quedaban tres horas para pasar a mi nuevo estado absolutamente abstemio y libre de humos!!... Que nervios. Salgo a la calle corriendo, cojo el coche, busco el primer 24 horas abierto, compro dos paquetes de Ducados, una botella de Ballantine's, otra de Pepsi-cola de litro y medio y una bolsa de hielo tamaño familiar.
Corriendo para mi casa miro otra vez la hora: las nueve y media. Joder, si me llego a acordar antes habría tenido toda la tarde, pero ahora, como siempre, todo a última hora y con prisas.
Y así fue como esa noche, antes de las doce, me bebí diez cubatas y me fumé veintiocho cigarros. Me puse tan contento y experimenté tantas sensaciones que, desde entonces, compro el tabaco por cartones, soy asiduo de los bares de horario nocturno, le compro habitualmente cocaína a un camello de mi barrio, me quitaron el carnet del coche, me echaron del trabajo, me he separado de mi esposa, abandoné a mis hijos y estoy prejubilado por politoxicómano. Según todas las estadísticas, soy una piltrafa humana.
Pero eso sí, sigo intentando cumplir mis promesas.
-"Es un hombre muy rico, nada en la ambulancia".
-"Me encogí por el miedo, en posición fecal".
-"Los tiburones pertenecen a la familia de los escuálidos".
-"Soy famosa, llevo mucho tiempo en el candelabro".
[ Hay frases que deberían pasar por méritos propios al lenguaje común, a pesar de ser evidentes errores. Porque como dice Verdú, en esta época de mentiras lo importante no es lo verdadero sino lo verosímil ].