El jueves nevó en Córdoba capital, igual que el año pasado por estas mismas fechas, cosa que no sucedía desde hace treinta o cincuenta años. Lo raro es que este año, además, ha nevado a plena luz del día, a las diez de la mañana. La gente ha salido de sus casas, de sus trabajos, de sus bares, de sus organismos oficiales, de sus puticlubs, para comprobar que lo que caía del cielo eran copos de nieve, tan grandes como una castaña.
Este hecho provoca inquietud, a la vez que alegría. Porque significa que el fin del mundo está cerca, sin duda. El cambio climático ahora está en boca de todo el mundo.
Luego todas las personas, tras disfrutar del fenómeneo meteorológico y discutir sobre los acuerdos de Kioto, han cogido su coche en grupos de a uno y se han largado a esconderse del frío en sus casas, a poner la calefacción y a leerse el Hola en el brasero eléctrico, tan tranquilas.
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Bajo a comprar al mercado cosillas para la paella de mañana. Calamares, mejillones, almejas y gambas. Un pimiento verde también, que ya no tengo. En la pescadería veo que un cangrejo de río (4'70 ) se escapa vivo de su bolsa de malla y trepa por entre los boquerones. Intuye el cambio climático, pero a la pescadera sus intuiciones le dan lo mismo y lo devuelve al redil de muy mala pipa. Como los carceleros y los presos, cada uno a su trabajo.
Qué haría Uno sin estos espectáculos de la naturaleza.
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Presentación del libro de un amigo en Cabra, veo a todos los colegas, el rojerío local, acompañados de curiosos y comprometidos, y se produce un interesante debate sobre la limitada capacidad local para modificar la conducta general. Luego, la charla con familiares y compañeros, batallitas internas estupendas que me llenan de alegría. Sin embargo, no ven claro que se produzca un cambio político. Y yo, que no soy militante sino abstencionista activo arrepentido, les tengo que dar ánimos. Mal asunto cuando el de fuera que no tiene puta idea de lo de dentro tiene que dar consejos a los de dentro. Aún así, por favor, que se acabe la chulería y prepotencia del alcalde y sus mamporrilleros, eso es lo único que espero.
Las penurias agudizan el ingenio, dicen. O eso era antes. Unas criaturas estadounidenses inventan el wáter-acuario, para que las personas no se aburran mientras sueltan sus más bajos instintos en el retrete. Como dicen los promotores del invento: ¿por qué no convertir este lugar en algo divertido?
Lo que yo veo es que si hemos llegado en la civilización a este punto es por algo, probablemente porque la cantidad de personas que se aburren al tener sus necesidades básicas cubiertas. Y porque, contrariamente a lo que ocurre en otros asuntos como el hambre o la violencia, la tontería humana no tiene límites. Ya lo dijo Baltasar Gracián: "No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir". Esta gente no encubre nada, la muestra en su mayor esplendor. Los humanos ricos nos aburrimos soberanamente.
Aunque bien mirado, mucho mejor que esta empresa se dedique a esto que a fabricar minas o tanques. Voy a encargar un par de ellos, en cuanto me aseguren que los lindos pececitos no sufran cada vez que tiro de la cadena.
Dando un paseo por la calle principal de mi barrio veo, a través de los cristales de una inmobiliaria, que encima de una de las mesas de atención a la clientela no hay apenas nada, ni montañas de papeles ni ordenador ni calendario ni marcos de fotos familiares; sólo un pequeño jarroncito con una solitaria rosa roja.
Y me ha dado por imaginar que ese trabajador o trabajadora de la empresa, cada pocos días, dedica un poco de su tiempo mañanero en cambiar el agua, en poner una flor nueva cuando comienza a marchitarse, y eso les trae al pensamiento algo parecido al amor. No veo ahí transacciones comerciales, hipotecas, timos o estafas, como sería razonable pensar.
A veces, creo, en los sitios más insospechados hay personas que piensan en otras cosas aparte del dinero, lo cual no los hace más humanos ni más sensibles, pero seguro que piensan dónde coño están trabajando y qué están haciendo con su vida. Sólo a veces.
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Las cacas de los perros bien educados, cuando son recogidas por sus amos con la mano, en una bolsita, que después tiran cívicamente en una papelera, adquieren de repente un estatus diferente al resto de las cacas depositadas libremente por los perros sin amos. He ahí la grandeza de estas últimas. No son mierdas, sino pequeños gritos revolucionarios del mundo animal que se niega a tanta domesticación y tanta ley.
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Un niño leyendo la cartilla escolar el mi-ma-má-me-mi-ma, pero se equivoca y donde pone eme dice pe. Inmediatamente el padre le zumba una hostia.
No sé si son los celos o la educación sentimental, y esa duda me consume; mientras, el chiquillo hinca los ojos aplicándose en aprender para la próxima vez.
Ya hace tiempo que no voy al cinema a ver películas en compañía de los prójimos, por misantropía, mayormente. Así que me acerco al videoclub y alquilo lo primero que veo más o menos entretenido mientras me como una fideuá o lo que haya en la nevera. Es triste, pero así no tengo que estar pendiente del cabezón que, ahondando en la teoría de la tostada y la mantequilla, siempre me toca en el asiento de delante, y me centro en lo que me cuentan los actores, directores, etc.
El otro día miré la cajita de 'El fuego de la venganza' en la que salía Denzel Washington pegando tiros, y otras figuritas más, Christopher Walken entre ellos. "¿Walken? ¿El que cortaba las cabezas en Sleepy Hollow?. Uno de mis ídolos desde chiquitillo. Incluso desde que él era chiquitillo", me dije, así que al sillón de cabeza a verla.
La peli es de Tony Scott, el hermano de Ridley que hizo Enemigo Público, así que a lo mejor no me aburro demasiado. Mal pensado, colega, porque entretenida sí que es, ya que en dos horas y media que dura el cámara no para quieto ni pa mear, todo el rato mareando como en los anuncios publicitarios modernos. El argumento lo podría haber hecho un primo que tengo de siete años. Va de uno de los grandes temas del mundo desde los griegos y Shakespeare: la venganza, probablemente la pulsión humana más repugnante pero que mejor ha soportado la compañía de la mentira, la maldad, la delación, la tortura y la codicia. Y de todo ello va este rollo patatero, pero malamente contado.
Denzel Washington es un ex-militar borracho que lee la Biblia mientras le pega al cristal y que se va a México DF a currar de guardaespaldas antisecuestros de la niña de un rico, que es Marc Anthony, el pasteloso cantante, sí, ese mismo, que por lo visto hace cine también. Vamos, si esta niña rubita y guapita es hija de ese melón feísimo yo soy el Papa de Roma, hombre, por Dios, un poco de verosimilitud o lo que sea. Bueno, pues la secuestran los malos, claro (si no de qué iban a ir estos yanquis a rodar allí), y encima se la cargan, pero el poli negro Washington, pasando desapercibido por la calle y por las discos, y yo que me lo creo, les va dando matarile uno a uno a los implicados, no sin antes cortarles los dedos, meterles bombas por el culo, en fin, caricias vengativas que harán las delicias de todos aquellos que ya están pensando en contratar a uno de esos para que los niñatos del barrio no le abollen el coche.
Los malos son polis corruptos, el abogado de la familia y el padre, que también es un hijoputa aunque le reza a la virgen. Da la impresión de que en México es toda la gente así de pérfida, pero noooo, para eso nos ponen a una intrépida periodista y a su compañero de camastro, un poli bueno que fuma como un cavaor. Yanquis=buenos; mexicanos=malos, dice el director. Pa que no se cabreen sus vecinos del sur también hay un secuestrador que es de los EEUU: Mickey Rourke, aunque yo creo que por las pintas no es él sino su padre. O eso o es que ha llevado una vida muy mala. Os cuento el final, por supuesto: la niña está viva y al poli se lo llevan los malos, pero da igual porque ya estaba medio muerto. Así que todo es felicidad.
Moraleja: si tienes billetes contrata a un asesino borrachón pero honrado que lea el Antiguo Testamento. Los chorizos, en cuanto vean al pavo, ni te piden la hora, vamos. No la veas, que te dan ganas de pasarte por la piedra al vecino de arriba, el que juega a las canicas a las seis de la mañana.
Otros destripamientos:
[ Piratas del Caribe. El cofre del hombre muerto ]
[ Poseidon ]
[ Flores rotas ]
[ La isla ]
[ Rey Arturo ]
[ Match Point ]
[ Cuando menos te lo esperas ]
[ Closer ]
Lo de que los niños esperan los Reyes Magos o Papá Noel o el Olentzero o quién coño sea el que les traiga juguetes ya me suena a cuento chino. Y no porque el ochenta por ciento de las cosas que ahora fabrican y denominan como 'juguetes' las hagan en ese macropaís, sino porque ya no se trata de esperar a los seis años algo para distraerse o divertirse, sino de exigir armas como las de la vida real, porque otra forma no hay para destacar. Pocos lectores se han hecho millonarios leyendo. Videojuegos o cochecitos réplica, lo que sea con tal de imitar las mismas pamplinas que hacen los padres.
El armamento automovilístico-petrolífero que cada diez segundos anuncian en la tele o los cartelones de las ciudades encuentra últimamente su mejor sitio en la infancia. Primero te ponen a correr a un tío a trescientos por hora, le dan champán y lo derrama en la cabeza de su colega mientras suena el chero-tachero militar de turno con los trapos heroicos al fondo. Los niños y sus páters lo ponen de ejemplo de una vida triunfante y milmillonaria. Una vida que para sobrevivir sin dar palo al agua ni ser un tonto honrado medio normal siempre necesita estar cerca del riesgo absurdo, y cobrar después.
A los diez años ya necesitan sentir la velocidad en las venas igual que el Vaquilla necesitaba caballo por las suyas o Jesulín unos cuernos cerca del paquete. La diferencia está en que ni la niña del torero ni los del atracador les pedían a sus padres una muleta o una jeringuilla. La generación de alonsos exige máquinas de correr, pide a gritos una oportunidad de estrellarse como en la tele.
Cambian los tiempos, vuelven los mismos cabrones de siempre a idiotizar al personal antes de que sepan siquiera el significado de la palabra muerte.
Llevé dos botellas de Lambrusco, preparé unos dátiles con queso, nueces y pistachos para fin de año. Me encontré con mi familia, después de varios años.
Brindamos por los nuevos tiempos. Mi tío Manolo me contó chistes que me reconcilaban con el absurdo a la vez que me hacían reir, de una vez por todas. Mis primos me contaban sus nuevas perspectivas vitales. Mis padres brindaban por los presentes y por los ausentes. Nos comimos doce uvas a la carrera. Echamos de menos a quien nos había abandonado. Recibimos llamadas valencianas que mantuvieron tenso y fresco el hilo de donde venimos.
Familia siciliana, antes muertos que separados.