En Córdoba, España, llaman las gentes a los bares tabernas. Y a los que sirven alimentos líquidos o sólidos en ellas taberneros, nunca 'camareros', 'barmans' u otros términos despectivos. Pululan siempre por esos sitios, en calidad de parroquianos o fieles y a deshoras (entre las dos y las tres de la tarde, fundamentalmente) unos especímenes humanos no suficientemente estudiados por la ciencia antropológica: los senequistas. La leyenda dice que eso no existe, pero es una leyenda también. El senequismo existe, se llame como se llame, se lea a Séneca, a Dan Brown, o no se sepa leer.
El senequismo cordobés goza de grave enjundia: derivación de la filosofía estoica defensora de que las cosas son como son, pero si en nada me afectan, no existen. Vulgo, el silencio como principal arma contra los ataques del enemigo, es decir, el resto. Un mito no carente de base.
Dos y cinco de la tarde, entro en una taberna cualquiera de un barrio cordobés cualquiera a desofocarme de los 43º que están cayendo ahí afuera en el mundo de los vivos. Pido cerveza de grifo en formato tubo. Sacrilegio en este paraíso de las copas de vino de Moriles llenas hasta el filo. Yo ya sé que el vino de Moriles o Montilla es lo mejor del mundo, pero en este caluroso caso prefiero la bebida extranjera, esa mezcla de agua y gas de color amarillento. Miro en rededor: dos hombres me miran en mi condición de gilipollas antivino.
Uno de ellos es el que busco: hombre de pocas o ningunas palabras, apoyado en la barra, tarda lo necesario en cargarse su medio. ¿Cuanto es lo justo? ¿Una hora, un cuarto de hora, un minuto? Nadie sabe. "Lo que sea de razón", ésa es la respuesta. Sentencias para cada uno que lucha con uno mismo.
Característica fundamental del tabernario: siempre va solo, no necesita a nadie pues de nadie va a aprender nada. Un hombre solo es libre e independiente, el resto son borregos. Si le sacan palabras son cortas, justas y definitivas, un hombre tranquilo, como John Wayne en su vuelta a Irlanda. Si está de pie mantiene el rictus así lleve dos litros y medio de alpiste encima, y si está sentado es imprescindible apoyar las manos en las rodillas con las palmas hacia abajo, mirando al frente, como los escribas de Egipto, pero con las piernas enm el suelo. El símbolo de la dignidad. Tendrás estudios o dineros, pero no me podrás humillar, porque la humillación es poner las palmas hacia arriba. Eso es pedir, en eso consiste la limosna.
Otra cosa: jamás de los jamases pide que le llenen la copa, el tabernero lo conoce de sobra como para saber cuando debe llenar. Tampoco escurre la mirada: observa al resto, sin hablar y sin meterse en conversaciones. Y una última: Nunca apura la copa, le deja siempre un cuarto sin beber, como el sevillano Silvio con la coñac. Apurar es de tiesos. Él también estará tieso, pero jamás lo aparenta.
qué arte tienes! ;)
Escrito por Laura a las 13 de Julio 2006 a las 03:59 AMEl senequista cordobés es primo hermano del malafollá granaíno. Bueno, de un tipo de malafollá granaíno que definiera hace unos años Alejandro V. García como ""un señor con bigotillo, camisa guayabera y camiseta de tirantes, que roe interminablemente un palillo de dientes mientras le hace la vivisección visual a los extranjeros que se torran y se ponen cremas en Plaza Nueva. "¿Qué estarán buscando éstos aquí?, le pregunta al de al lado. "La Alhambra", le dice el otro. "Joer con los moros", replica. ¿No podían haber hecho la Alhambra en otro sitio?""
Pero hay que decir que, con arrastrar Granada la fama, es notablemente superior el senequista cordobés porque ha alcanzado un grado de malafollá tan metafísica que ni siquiera necesita contertulios ni abrir la boca para expresarla. Y, desde luego, hace más gasto en las tabernas que el roñoso granaíno que actúa preferentemente en los bancos de las plazas. Vaya el curioso a la Taberna de la Sociedad de Plateros de San Francisco, a la hora senequista, y aguarde a que un turista pida un café con leche para acompañar el bacalao frito, como suelen los pobres, despistados, hacer. Observe entonces el casi imperceptible movimiento facial que intercambian entre sí los estatuarios senequistas desperdigados por la taberna y disfrutará de la esencia de un arte que se ha acrisolado en esta tierra tras milenios de malafollismo irredento.
Escrito por Harazem a las 13 de Julio 2006 a las 01:27 PMEvidentemente, vuelves a dar en el clavo. Este personaje, en algunos barrios en peligro de extinción, da sentido a la cultura tabernaria de la ciudad. Te digo más,¿no echas de menos esa "Casa Rubio" con los 8 tertulianos, cuatro de ellos jugando al dominó y los otros cuatros sentados apoyados contra la pared viendo pasar la gente, el tiempo,las horas, sin más pretensión que tener su partidita y su medio fresco de rigor a la misma hora en su lugar de siempre? Cuando cerraron, se llevaron con los escombros la vida en la taberna. Ya echo de menos yo a los senequistas...
Escrito por El aldeano a las 23 de Julio 2006 a las 12:22 AM
Menudo estudio antropológico has hecho del senequista cordobés. De estos todavía quedan reductos de focos senequistas en los barrios de mi ciudad más castizos. Al lado de casa tenemos una taberna, llamada asím, taberna, con sus barricas de vino y todo, donde sus parroquianos llevan acudiendo hace más de 25 años y algunos conservan todavía su mis rincón de la barra, su mismo taburete. Cada día se dejan caer por allí a echar la tarde, sin falta, días festivos y todo. ¡Una especie digna de estudio!
me gusto un chingo esta puta pagina grax! espero que en el futuro pongan + fotos... sobre todo de sexo! ahahah sexo
Escrito por shara a las 23 de Agosto 2006 a las 02:03 AM