Como nacemos como nacemos, es decir, amariconados, en clínicas modernas y limpias, rodeados de aparatos de un solo uso, señoras y señores con vestimentas de confianza, y esas cosas, lo normal es que, antes o después, tengas que chocarte con el protocolo y las buenas normas sociales. Si hubiéramos nacido en un establo, como Dios manda (de hecho su Hijo Chus nació en uno, pero vamos, hay que tener en cuenta que era un jipi), nada de esto ocurriría, todo sería mucho más sencillo. Pero no: hay que toparse con las formas y eso que llaman normas de urbanidad, aunque el acto sea en mitad del campo, en una finca de esas de señoritos con toros y un pestazo a mierda de caballo de agárrate. Pero es caca fina, ¿eh?
En una cena elegante de esas que te ponen un plato vacío y diez minutos más tarde un camarero se lo lleva sin usar, igual de vacío que antes, tengo a mi izquierda una señora que amablemente me indica que ese no es el tenedor del pescado, sino el de la carne, y que cuente los pinchos, pero noooo, con la mente, hijo, no con los dedos. ¿Contar pinchos con la mente?. Por un momento creo que esto es una cámara oculta del programa de misterio de Iker Casillas o como se llame el pavo ese que ve ovnis.
A mi derecha, otro señor que no conozco de nada me dice que lo correcto es comer la carne con el tenedor hacia abajo, mientras se deja el cuchillo dentro del plato, nunca fuera, puesto que cubierto que deja la mesa no vuelve. ¿Pero oiga, aún no sabe vd. pelar gambas con tenedor? Y va y dice la mujer, no se preocupe, si quiere se la pelo yo...
-(Horreur) Señora, por mí encantado, pero por favor, que aquí hay gente.
-¿Perdón?
-No, nada.
Mientras discuto levemente sobre onanismo con esta distinguida acompañante de la izquierda, el caballero de la derecha me sirve agua en la copa grande y vino blanco en la pequeña, "la otra es para el tinto". Ah, ya veo, hasta para las borracheras hay clases. Esto de las finuras me empieza a gustar.
-Nuestros anfitriones son magníficos, estudiaron relaciones públicas por lo privado-. Ajajá, me digo, ahora ya encaja todo: están en el negocio de las putas. Entonces es cuando el señor dice: "Este ruvoilloise de foie está exquisito".
No puede ser. Ha pronunciado la palabra que más odio en el mundo, exquisito. Cuando alguien la dice delante de mí, y más si es en una reunión de gilipollas, necesito solventar tal afrenta. Siguiendo el protocolo, cojo el cuchillo y el tenedor de cuatro pinchos de la señora de la izquierda y se los clavo a la vez en la garganta al señor de mi derecha, recojo la sangre con la pala del pescado y, lo poco que cae, vuelco todo en el vaso grande. Por último dejo los cubiertos encima del plato, me limpio con la servilleta, pido excusas y me retiro a mis aposentos. Todos los días se aprende algo.
Pensando en qué escribir cuando no se tiene nada que decir, o demasiado que callar, llego a la conclusión de que resulta bastante elitista mirar las cosas desde arriba, cuando Uno se cree el centro del mundo. No otra cosa les pasa a los suicidas, que se piensan el eje del universo, y que sus problemas, problemillas o catástrofes son lo único que existe.
Todos pasamos por esa época dura y llena de hiel o de hielo. Pero creo que no es así, que es un fenómeno parecido al del desierto, el espejismo que nos muestra agua donde sólo hay miles de kilómetros de arena. Nada es absoluto, ni siquiera el mal. Unos lo llaman depresión pasajera, otros pasajes depresivos, los menos egoísmo. No valoramos demasiado la libertad de cada persona, al contrario, nos infunde miedo.
A tomar por culo todos los prejuicios, con lo bien que vamos a estar haciendo lo que nos da la gana, hablando bien de las personas que nos han desechado por inútiles o raros, para qué amargarse con lo que no tiene solución. Volemos pues hacia lo que nos queda por descubrir. Si no fuera así, no habría nuevos mundos por descubrir (digo yo), ni paisajes vírgenes que ver, ni atardeceres que disfrutar, ni siquiera caminos que caminar.
Y eso sí que es triste, quedarse quietos viendo la propia muerte. Eso ya lo tenemos seguro de serie.
Tengo una moneda de plata
dentro del bolsillo
no sé para qué
algún día lo averiguaré.
Siempre me acompaña
por si acaso, será,
tengo una moneda
no sé si de plata o de oro
valiosa seguro es.
Salvavidas es
una moneda valiosa
un trozo de algo que vale
más que la propia vida.
Para no molestar.
Me dijeron:
Para pagar los gastos
de tu entierro
Bien.
Valiosa es
pues.
El mar.
Si se llevara por delante tu casa
y a los tuyos
y a tí mismo
con sus correspondientes prejuicios
y vergüenzas
y orgullos.
Nada pasaría.
Pero poco después pensarías
no me merezco este castigo.
tanto mar
tanta belleza
tanto sufrimiento
tanto infinito.
En la radio suena un anuncio con musiquita pegadiza que dice que ya basta de dormir mal en colchones de tercera categoría. Felices sueños con un colchón de laaaaaatex, tra-la-raaa. Mientras tarareo lo de dormir de puta madre en uno de esos jergones modernos de plastilina y esponjita, veo de lejos un grupo de gente en la carretera, todos vestidos iguales. El que está más cerca tiene todas las pintas de ser Woody Allen, pero no, es imposible (me acerco cada vez más) porque esto no es Manhattan, en Manhattan no hay olivos, así que debe ser su primo. Alto ahí, me dice el humorista con gafas con la mano derecha en alto. En la otra, metralleta al frente. Definitivamente, no es ni Allen ni nadie de su familia, porque habla más o menos en castellano. Detengo el vehículo de un frenazo, trago saliva, bajo la ventanilla, y por el hueco entra primero el cañón del arma; varios segundos después resuena una voz al otro lado del coche: Buenos días ¿dónde vamos?, dice el guardia mirándome claramente a los ojos delatores de infracción y/o crímenes hasta que no demuestre lo contrario.
Me parece tan gracioso este buenosdías-dondevamos dicho así, en plural, que esbozo una sonrisa y pienso Será dónde voy yo, ustedes se quedarán aquí asustando gente, que pa eso les pagan, pero no lo digo. Voy a mi casa, a tres kilómetros, le suelto.
-Me hace el favor de abrir el maletero.
Por lo que se ve, ya se acabaron las preguntas. No hay signos de interrogación, es una orden. Le abro el maletero y salen a relucir la mochila y el tocho de la 'Historia General de las Drogas', de Antonio Escotado. Qué es eso, dice el hombre. Un libro, le respondo. Sirve para leer y enterarse de cosas. El guardián mira alrededor y no abre la boca, debido a dos razones: probablemente ese objeto no es lo que busca, y seguramente tiene problemas de lectoescritura. Y qué llevamos ahí, dice el guardia.
-¿Ahí dentro? Bah, lo normal, cinco kilos de coca, dos tabletas de resina de hachís, tres bolsas de pastillas y un cartón de tripis de los de superman. No te jode.
Lo pienso, pero claro, no lo digo, que yo desde que vi el Expreso de medianoche cada vez que veo un señor guardia le digo lo que él quiera escuchar, que aún valoro en algo mi vida. ¡Señor, sí señor! ¡Nada de drogaína en el coche, Señor! Le digo que soy amaestrador de hurones salvajes y que ahora mismo llevo al veterinario un par de cadáveres de conejos degollados por uno de ellos, en descomposición y envueltos en varias bolsas de Mercadona, para que el doctor me confirme lo que sospecho.
-¿Y qué sospecha?, dice el Señor, que ya ha bajado medio metro la metralleta.
-Pues que al lado de mi casa hay una epidemia de mixomatrocolosis galopante y que puede ser que infecte a los humanos, y es una pena, porque en ese caso cualquier contacto, por mínimo que sea
Cachis en la mar, ahora que lo pienso, se me ha olvidado preguntarles una duda existencial que me asalta en las insomnes noches de estío: si te pillan conduciendo y a la vez en tareas de succión del pene, por ejemplo, ¿a quién le quitan los puntos, al acompañante succionador o al conductor? ¿de cuántos points estamos hablando? ¿y si el que succiona es el propio conductor, pero es capaz de demostrar que dicha actividad no supone riesgo alguno para la seguridad vial? ¿y si te pillan autochup...? Qué pena que se me haya olvidado preguntarle al hombre, porque no preguntes por saber que el tiempo te lo dirá, que no hay mejor placer que el saber sin preguntar, etc.
Ahora me dejan pasar cada vez que me ven, y me saludan como las azafatas del cuponazo, así con la manita tonta y la sonrisa bobalicona, porque no hay nada como las verdades a medias para hacer amistades. La otra media verdad es que venía de un bar de hartarme de comer un guiso que llevaba algo de conejo o ballena o algún bicho así raro.
Es curiosa la especie humana demostrando afectos, Uno llega a la conclusión de que la forma que tiene la gente de demostrar su cariño hacia sus congéneres puede ser tan variada que resulta prácticamente imposible sacar una carrera como psicología, psiquiatría, antropología, sociología u cualquier otra ciencia que termine en -ía dividiendo a las personas en compartimentos grupales, clasificándolos, sin haber estudiado antes el comportamiento de los bichos, la zoología, que es lo que de verdad cuenta. Ca uno es ca uno, y ca dos, una piragua.
Me monto en un autobús y escucho a una pareja cómo se dedican, entre besos, a decirse 'imbécil', 'zorrilla', 'subnormal', 'burra' y cosas así de fácil o difícil comprensión para los no iniciados, y entonces aprendo que hay dos tipos de humanos: los que se insultan cariñosamente a la cara y los que se insultan hipócritamente, de espaldas, que somos los de menos valor, pero mayoría. Y hay más.
Escucho una conversación telefónica en el mercado de fruta, y la criatura que compra kiwis y tomates, mirando a cuántos céntimos están los calabacines, le suelta a su interlocutor que "yo también te quiero mucho-mucho-muchíiiisimo, pero he pensado que lo mejor es que me tome un tiempo, así que no vuelvas más por mi casa, que no te voy a abrir", y después de revisar la cuenta de las lechugas y plátanos, vuelve a llamar para decirle al ex que deje las llaves debajo de la alfombra. Y aún hay más.
Porque mientras un hombre de mediana edad se toma sus cubalibres largos de cuba y cortos de lo demás y mira distraídamente la expulsión del masajista en el Barça-Milán, cuenta al resto de la parroquia de naúfragos del amor que "las tías son un coñazo, no te cases, eso nunca", muestra al sacar la billetera las fotos familiares de carné de su esposa e hijos, junto a la estampita de Santa Gema, patrona de los imposibles. Y no acaba ahí la cosa.
En la cola de apuntarse al paro hay una mujer de veinte años que responde, cuando el funcionario al mando de la base de datos del ordenador le pregunta mecánicamente su estado civil, que es viuda con dos hijos. Se hace un silencio en lo que parecía un murmullo. Qué historia de amores o desamores o lo que sea habrá vivido esta chica que arrastra el carrito del bebé llorón mientras le dice, con un susurro de voz "ya está, mi vida, ya nos vamos". Y se van, y los demás se quedan.
Postrero dulce de queso
de los Balanchares,
a tu fuente volvemos
cuando la tarde del domingo
va muriendo por exceso
de luz
antes de que la vacación acabe
y volvamos a la salada rutina
lejos de tus sabrosas horas
y por eso
te beso
porque te quiero
y por el queso
Dentro de nuestra casa común madrileña de Santa Ana 2, muy cerca de la estatua de Eloy Gonzalo, el héroe conocido como popularmente como 'Cascorro', convivíamos gentuza de varias nacionalidades en régimen de semiocupación, también llamado alquiler distraído con derecho a luz. Teníamos la muy burguesa costumbre de comprar diariamente tres cosas de necesidad primaria: cajas de tercios de cerveza Mahou, de esos tipo botijero, chaticos que ya sólo salen en las series televisivas de época, y/o vino peleón de cocinar, en una bodega de la misma calle Santa Ana a la que también acudía nuestra vecina Rossy de Palma; el alternativo y sorprendente periódico El Independiente, por turnos, en cualquier quiosco cercano o en la facultad, que acumulábamos al lado de la puerta y que formaba a los pocos meses montaña que en muchas ocasiones impedía la salida o entrada del salón; y por último, pero no menos importante, el imprescindible pan, siempre en la panadería de Ramón, en la calle de la Ruda, nuestro ídolo del barrio, el padre de los frikis antes de que existieran los frikis.
Ramón (al que entre nosotros llamabámos simplemente Rrrr, para abreviar) tenía todos los ingredientes de personaje de novela a medio camino entre Chuck Palahniuk y Pío Baroja. Su escasa matilla de pelo negro rizado con matices canoso-metálicos, más cercana al aspecto del estropajo Nanas que a cabellera humana, sus gafas de pasta marrón estilo Pere Gimferrer, de cristales de culo de vaso marcados con huellas del tamaño de la boca de metro de La Latina, y de patillas siempre dobladas, su barba de moderno de cinco días sin mirarse al espejo, su camisa con los primeros botones desabrochados y los últimos abrochados pero cojos, con la jarapilla fuera, su bragueta resistente a permanecer cerrada, que mostraba unos calzoncillos de dudoso blanco amarillento con paquetera delantera abierta que el gran Alfredo Landa puso de moda en películas en las que rudos y varoniles españolazos setenteros perseguían por los colchones a suecas supuestamente ligeras de cascos a las que atraían por señas o con sonidos guturales, como en los documentales de apareamiento de los ñús africanos. Podría tener entre treinta y setenta años, todo él era un pequeño buda precursor del grunge.
-¿Qué va a ser?
-Carne de membrillo -bromeábamos, aunque él nunca captaba el chiste-. Dos pistolas, hombre, Rrrrramón.
-¿Calientes?
-Sí, pero no te preocupes, aguantamos hasta que salgamos por la noche, que hoy es viernes.
Ramón no cogía la ironía ni la mala pipa de nuestras palabras. Nos vendía barras y pistolas con unas manos llenas de dedos gordos y de uñas que llevaban meses acumulando una mugre negroparduzca cuyo origen ninguno de los presentes se atrevía a aventurar. Nos gustaba comprarle el pan bien temprano, casi de noche, porque a esa hora nuestro héroe aún no estaba del todo despierto y el pan estaba más o menos recién sacado del horno. Cuando nuestra vecina del segundo, vieja bruja hipócrita que espiaba nuestros pasos, nos escuchaba algunas veces bajar corriendo por las escaleras aproximadamente a las tres menos cinco, momentos antes de cerrar la tienda, abría su puerta y nos encargaba comprarle el pan. Mal rollo, porque sabíamos que a esa hora, impepinablemente Ramón iba a echar su meada del mediodía, salía de frente subiéndose la cremallera y en ninguna ocasión lo habíamos visto lavarse las manos. Era entonces cuando le decíamos: "Rrrramón, ¿este pan es de hoy?", y él, en su infinita bondad, hincaba las uñas en la barra para, agujero mediante, demostrar que su producto estaba perfectamente crujiente y comestible. Esa era la barra de la vecina, sin duda.
Días felices de soberanía, pardiez.
(Fragmento del libro de memorias Santa Ana 2, 3D, inédito)
Nació en 1917 en un hospital privado de un barrio burgués de la ciudad portuaria canadiense de Halifax, en Nueva Escocia, durante el transcurso de la I Guerra Mundial y la explosión de un barco lleno de municiones que destruyó la ciudad. De padre desconocido (de entre siete posibles, todos de dudosa reputación, menos un banquero, pero éste no era, eso es seguro), su madre cubana lo cuidó amorosamente hasta que, debido a reveses de la Bolsa y la vida, fue abandonado a los ocho años en un orfanato municipal.
Mientras consigue sus primeros trabajos como monaguillo de la liturgia católica en una parroquia de su barrio de la que huye en cuanto consigue hacer copia de las llaves de la sacristía y robar las remesas de hostias y vino de consagrar para revender la mercancía a unos tristes traficantes de estupefacientes turcos que como tapadera tenían una tienda de telas para trajes de disfraces, se echa varias novias de distintas nacionalidades y razas, en la biblioteca del estado comienza a interesarse por Mallarmé y los simbolistas franceses, pero al poco tiempo descubre que eran todos unos impostores que fingían su sufrimiento, bebe como un cosaco hasta lograr que le extirpen el hígado y otros órganos menos importantes pero cercanos en un hospital de la seguridad social, todo ello antes de los veinte años. A los ventidós hace poemas surrealistas en servilletas de bares donde comienza a experimentar con las rimas de las palabras 'malestar' y 'follar', todo ello en inglés, francés y el español materno, Estudió antropología en el King's College de su ciudad natal, y a punto de doctorarse con una tesis sobre el canibalismo en las islas Marshall, huye sin dejar rastro.
Nadie sabe el paradero de Calamidad Gutiérrez hasta que varios años después se alista al ejército norteamericano para luchar en Europa contra el nazismo, pero por culpa del sarampión pasa a ejercer labores de retaguardia en una fábrica que acolcha los ataúdes para los compañeros que vuelven de la guerra con los pies por delante, tras lo cual entra en depresión y se va por libre al frente asiático donde, tras sobornar al fotógrafo, consigue pasar a la historia pinchando la bandera de las barras y estrellas en Iwo-Jima, y sin que se nadie se entere, entra en relaciones con el oficial que pasa a limpio las listas de soldados propuestos por el gobierno para recibir las condecoraciones militares, y se hace con sesenta, aunque nunca (que se sepa) las lucirá en su pechera a la vez.
De vuelta a la vida civil, y gracias a sus conocimientos etnológicos, se gana la vida como asesor técnico de la escuela de boxeadores blancos que el Ku Klux Klan mantenía en Pulaski (Tennessee) para derrocar violentamente el poderío pugilístico afroamericano, pero en la práctica era el que sostenía la cubeta con la esponja y el agua en la esquina del ring. Ganó seis combates y perdió treintaysiete, y tras reunirse sus jefes a la vista de las estadísticas, fue cesado, aunque él ya había puesto pies en polvorosa la noche de antes en un coche robado.
Lo último que se sabe de él es que había montado en los años cincuenta, tras pasar de mala manera la frontera entre Bután y la India, una tienda de muñequitos budistas, trompetillas y souvenirs en Lhasa, Tibet. Cuando entraron los ejércitos de Mao en el país, Calamidad estaba en un juicio en el palacio del Potala por no pagar los siete últimos años de alquiler, pero consiguió escaquearse tras delatar a varios monjes con los que había tenido relaciones prematrimoniales, y así se pudo embarcar en Ceilán en un barco de carga como parte de la cuadrilla (mozo de espadas) de un torero aficionado que daba corridas de exhibición por los pueblos asiáticos.
Y así hasta ahora, en que nos encontramos aquí en los Pirineos Orientales buscando su tumba con una beca de la National Geographic Society, bastante floja por cierto. La única pista que tenemos es una foto borrosa de su lápida en la que pone: "Calamidad Gutiérrez. Más triste es lo de ustedes, que están haciendo el tonto". Mi ayudante dice que estamos a un paso de conocer toda la historia.
"El primero de cada año siempre me suena a varias ideas asociadas a algunas palabras o frases:
Afortunadamente este 1 de enero pasado no he tenido que sufrir nada de eso, puesto que en los días anteriores abusé de tal forma que no me he podido levantar del camastro hasta hace poco. Y así, ciego y sordo, no he podido ver ni escuchar felicitaciones ni conciertos ni saltitos de esquí, lo cual teniendo en cuenta que el día dos era también festivo, es decir, el Día de la Marmota, le ha venido a mi cuerpo super-bien".
Y hasta aquí el texto que me encontré al lado del cadáver.
Los lectores de novelas que no acostumbran a leer blogs o diarios íntimos creen que las personas que se dedican a contar su vida en capítulos ordenados por años, meses y días son, en realidad, novelistas frustrados a los que les falla la inventiva, y que suplen esa falta de imaginación fantaseando sobre su aburrida y monótona vida real, encerrados en una casa llena de libros y vacía de aventuras.
Cada vez estoy más seguro de que ocurre al contrario. Es imposible encontrar mejores argumentos de ficción que fuera de la vida literaria. Mi quiosquero, por ejemplo, podría ser el paradigma de un buen diarista, oculto tras su fastidiosa y poco grata tarea de entregarle a los clientes, a cambio de una moneda, su dosis de mentiras empapeladas, sus suplementos, deuvedés, enciclopedias de arte sacro medieval serbobosnio y demás pamplinas que regalan con los periódicos. Es huraño, un hombre de pocas palabras que oculta su alma tras los cristales de las gafas, de esas que en vez de empequeñecer los ojos, como a los miopes, los agrandan, lo que hace imposible averiguarle una cosa tan simple como la edad. Puede tener treinta años o cincuenta. No se sabe si tiene arrugas, ya que siempre está mirando para abajo.
Mi quiosquero, además, tiene fama en el barrio de ser hombre de malas o regulares pulgas, según esté el día soleado, claro, nuboso o amenazante de tormenta, y de hablar solo. Sin embargo a mí me resulta simpático. Hay veces, como hoy, que lo he visto de refilón al ir a comprar el pan, y en ese trayecto he sentido su mirada huidiza y su rencor. Se estará diciendo: Otro que no me compra nada, y a la vuelta me he parado a mirotear las revistas que tiene expuestas y me he llevado alguna, no porque tuviera especial interés en leerla, sino por él, porque creo que nos tiene a todos los vecinos un poco de envidia, nos imagina en nuestra fácil vida de domingueros compradores de prensa mientras él tiene que ingeniárselas para meter todas la aparatosas pilas de papel en su reducido estante.
Su mujer, no obstante, es muy charlatana y agradable con todo el mundo. Por ahí creo que le viene a mi quiosquero la amargura, porque piensa que el que ahora le compra un periódico o una revista de crucigramas, en el fondo lo que está haciendo es comprobar que él está trabajando en su triste garita para marcharse luego rápidamente a su casa y tirarse a su mujer, la quiosquera, que es mucho más simpática y está, por supuesto, de buen ver. Y no es un cliente, por tanto, sino un cabrón que además de ponerle los cuernos, encima viene a sembrar cizaña. Y le da muchas vueltas a la cabeza a lo largo de la mañana, y cada revista de crucigramas que vende a un comprador es un posible hijo de la gran puta que está diciéndole en clave, con esa sonrisa pretendidamente amable, que momentos después estará abriendo la puerta de su casa con una copia de sus propias llaves.
Y en eso consiste la vida, en gente que va y que viene, y que se afana en sus cosas para pasar lo mejor o peor posible el trago que va del bautizo al entierro, que por todos lados es un valle de lágrimas, unas veces dulcecitas de alegría, otras saladas de pena.
Nunca imaginé que odiaría palabras, pero así es.
Por ejemplo, 'exquisito'. La odio con toda mi alma, no puedo con ella. Una vez, en los preámbulos del banquete de una boda, y a traición, mientras me desataba la corbata, un ex-amigo soltó, como quien no quiere la cosa:
-Este jamón está ex-qui-si-to.
Al principio creí que era una variedad japonesa de algo, pero no, se comía la carne a dos carrillos. Ya no he vuelto a hablarle desde entonces, y de eso hace quince años. ¿Cómo va a ser exquisito un jamón, tú has visto al cerdo revolcándose en un charco de mierda? El jamón estará bueno, como máximo... ¡pero ex-qui-si-to!
Y ni hablar de los derivados... exquisitez. Suena a matarratas de polvos. Ésta se la escuché en una presentación de un libro de autoayuda a alguien de la pre-aristocracia local.
Dime qué palabras usas y te diré cuántas veces voy a cagarme en tus muertos.
Mi quiosquero tiene el don de saberlo todo sobre las más variadas cosas que a nadie importan. Es mucho más interesante que saber nada sobre todas las cosas.
Hoy me ha dicho que Picio, el famoso feo del dicho popular, era un zapatero de Granada que hace unos siglos fue condenado a muerte, y que cuando recibió la noticia del indulto se llevó tal impresión que se quedó sin pelo ni pestañas ni cejas y con cara deforme y llena de bultos. Desde entonces es el patrón pagano de los feos.
Yo le he respondido que la belleza es una cosa relativa, que el asco es aprendizaje cultural, y que los chinos comen ratas y les parecen estupendas, y que nosotros comemos caracoles, y que en la Edad Media alguien bronceado era tenido por desgraciado.
-Lo que para mi puede ser horrible para ti puede ser la hermosura más irrepetible. Sólo la maldad y los prejuicios conllevan a dictaminar la fealdad.
Y él ha torcido el gesto, y me ha puesto, sin palabras, un ejemplo: se ha llevado la mano a la nariz y ha estado hurgando cual excavadora de obra hasta sacar el fruto espléndido de sus secreciones moqueadoras.
...
Claro, quiosquero, tienes razón, hay cosas que no se pueden discutir, y con estos argumentos tan poderosos mucho menos.
-"Lo que el público presente no sabe es que el señor Thomas Alva Edison es un estafador. No ha inventado nada, todos sus cacharritos y pamplinas inservibles y absurdas son obra del mismo Demonio, que utiliza su cuerpo como traje para los más abyectos propósitos" (murmullos en la sala).
Así, de esta manera tan violenta, finalizó la carrera científica de Edison, el inventor de tantas cosas que, gracias a este incidente con un asistente a una conferencia contrario a los avances tecnológicos, y que luego se descubrió que era un fabricante de paraguas preocupado por si Edison inventara algún aparato para acabar con las lluvias, cayó en depresión, dejó de inventar y se dedicó a otras cosas, gastronomía y crucigramas, mayormente.
Y esta es la verdadera historia del fracaso de un hombre, que si bien pudo llegar a ser alguien, como de natural era susceptible, sólo llegó a ser nadie, que es lo máximo a lo que podemos aspirar las personas a las que nos influyen bastante las opiniones de la gente que no conocemos de nada.
Cuando fui a que me alquilaran una casa tuve que elegir entre varias.
Me quedé con la más pequeña, de una sola habitación, porque en ella no me cabía ni la menor duda.
-Llega un momento en la vida en el que no tienes absolutamente ningún tipo de duda, sólo cervezas.
-Querrá decir certezas.
-Tal vez sí o tal vez no.
-Ah.
...
[ Decía Pío Baroja que, viniendo en tren desde Francia, sabía perfectamente cuándo había entrado en España por las blasfemias y el carácter agrio de los ocupantes que iban subiendo ]
-Mire vd., joven, tengo muchas razones para suicidarme aquí mismo, en el metro, y en cualquier caso nadie podría detenerme, ni usted mismo que está aquí a mi lado.
-¿Cómo dice?
-Que en el fondo, lo único que me impide tirarme a la vía en el momento justo de pasar el tren es que soy una buena persona y no quisiera echarle por tierra el día, y que tenga vd. que bajar ahí a recogerme hecho pedazos, y que se vea obigado a pedir ayuda... con las cosas que tendrá que hacer esta mañana...
-...esta mañana tan luminosa, quiero decir.
-Hombre, por mí no se preocupe, tengo el día libre, y no tengo nada que hacer. Si quiere tirarse, alla vd, yo no se lo impido.
-No, joder, no, que seguro que en casa le esperan para comer.
-Que noooo, que se tire usted, si quiere.
-Mire... no se me ponga tonto, no me voy a tirar porque me lo diga el primer tío chuleta que me encuentro.
-Ni usted me va puede impedir a mí que yo lo ayude si se tira, y sí, amigo, tengo todo el tiempo del mundo para recogerle a vd. en pedazos en una bolsa o llamar a la policía, si me parece oportuno.
-¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer! ¡Pues no me da la gana de tirarme!
-Y a mí nadie me organiza el tiempo, faltaría más ¡Tírese ya de una vez y deje de dar morcilla!
-¡Con lo que tiene que bregar uno todas las mañanas, qué falta de educación!
-A la mierda, hombre, ¡cobarde!
...
[ Españoles, sin duda ]
Señor mi Dios: ¿Qué te hemos hecho los padres de familia normales para que nos mandes ahora esta plaga de dirigentes sin vergüenza alguna, que legislan contra natura y que nos llevan directos al mismo infierno donde se cuecen los ateos que osaron mancillar tu sagrado poder?
Porque vamos a ver, ¿Cómo coño (perdón, Señor, no me lo tengas en cuenta) vamos a permitir el matrimonio heterosexual? Si es que la misma palabra me da asco cuando la escribo, y ya si pienso en un tío y una tía besándose en público, arrrrrgggg, se me quedan los dedos sucios al teclear esto. Sí, hombre, qué bonito, y encima de ir contra las leyes naturales, estos 'matrimonios' de personas de distinto sexo querrán casarse por la Santa Madre Iglesia y que les echen peladillas y les cante el Orfeón Donostiarra. ¡Venga hombre! Y encima luego a revolcarse en un hotel decente, donde los demás podemos pillar cualquier enfermedad de esas.
Mira señor (no te llamo de vd. porque hay confianza: son muchos años echando billetes en el cepillo): Si por alguna razón me tuvieras que castigar y me mandaras tu ira, por favor que no sea como lo que le estás mandando a unos cuantos de mis amigos, que les has puesto heterosexuales como compañeros de trabajo y que encima no se cortan un pelo de hablar de guarrerías y de 'cunnilingus' a su lado, e incluso (algún caso hay), hasta dentro de su propia familia. Si a mí me hicieras eso, maestro, y me saliera un hijo hetero, que sepas que soy capaz de agarrarlo de los huevos y tirarlo por el balcón. Y eso que una vez ya tuve que darle a un sobrino dos hostias (uy, se me escapó)... tuve que darle dos Sagradas Formas porque lo pillé metiéndole mano a una criada. Claro, después lo llevé a un chapero de la Casa de Campo, a que lo hiciera un Hombre, y algo bueno aprendería.
De verdad, si hay algo más malo que el ateísmo es un par de ateos de distinto sexo revolcándose en la cama paterna. Además, si tú humildemente hubieras querido que los heteros no sufrieran en silencio su enfermedad, no habrías creado pito y culo, o chichi y chichi, joder, que es lo lógico. "Cada mochuelo a su olivo", decía mi señor padre, que aunque gustaba de echar canitas al aire con otros colegas, jamás se le ocurrió dejarse tocar por una mujer ni cosas así fuertes.
Te dejo, Señor, que me estoy poniendo malo.
A pesar de que le faltaban tres dedos de una mano y que el aliento le olía a bocadillo de ajos de Montalbán recalentados, Faustino tenía mucha suerte con las chicas porque les daba pena. No a una o a dos, a toda la clase. Los demás lo imitábamos en su dejadez, en su mirada huidiza, en su costumbre de sacarse los forros de los bolsillos y enseñar lo pelao que andaba por la vida, pero no podíamos con la fuerza, el egoísmo y el carisma que despachaba a tutiplén y sin moderación, inexplicablemente, como el rey Baltasar tirando caramelos en una cabalgata para niños muertos de hambre.
Tampoco podíamos con su capacidad para los idiomas, cosa que a todas les encantaba: confundir forgotten con furgoneta no está al alcance de cualquiera.
-Maria Eugenia, table significa tabla, library, librería, garden, gardenia...¿no?
-Sí, niño, idiot, idiota, stupid, estúpido... sigue así.
-Joder...
Nadie como Faustino sabía manejar la lengua y sus ritmos, eso estaba claro.
Hace muchos más años de los que me acuerdo, subía raudo las montañas cerca de mi casa para llegar y ver desde allí lo que abajo estaba oculto. Era más o menos la paradoja de los árboles que no dejan ver el bosque. Y entonces, tras un pequeño descanso, miraba hacia arriba, y casi siempre veía aquella casa misteriosa que sólo tenía cuatro tabiques y medio tejado, sin cristales en las ventanas. Y en ella decían que vivía un tonto o un loco o un monstruo o las tres cosas juntas.
"Muy raro no será, cuando vive en un sitio desde el que se ve todo", me decía. Y me imaginaba al que sería su morador, y me acordaba de la letra de esa canción de Radio Futura:
Ya se retira el sol
y los hombres acechan
sentados a la puerta del bar
las parejas se van por la carretera
y aquí viene Simón con su extraño andar.
Hola Simón
a donde vas tan aprisa
para un poco, ¿qué quieres tomar?
...
Y al volver me contaban historias de muertos y de la guerra civil, de represaliados, de topos y de personas ocultas y mudas. Y ese hombre, a lo lejos, que nunca decía nada a nadie, porque de nadie era amigo.
Dicen que siempre cuentas la misma historia
es lo que esperan todos, se sienten mejor
que tu padre murió por quemar la iglesia
que tu desdicha es castigo del señor.
Eres tonto Simón
y no tienes elección
de tu cráneo rapao al cero
quita esa gorra de obrero
y sortea la cuestión, Simón.
...
Un día, sentado en una piedra, lo ví cortando queso con una navaja. Me ofreció, y yo acepté comer un trozo de su almuerzo que cogí del mismo filo del hierro. Y empezamos a hablar, y desde entonces, contrariamente a lo que aconseja la mayoría de la gente, pienso que haces mal en no mirar hacia las casas misteriosas que, desde lo alto de las montañas y sin que nadie pueda impedirlo, desafían al resto de la gente que, ahí abajo en el corral, se considera sabia, cuerda y normal.
Clase de Filosofía en Bachillerato. 12:30 de la mañana.
-Abran el libro por la página 169. Al lado de esa foto que está en blanco, ¿qué pone... quiere alguien leerlo?.
-"El pensamiento español en el siglo XX".
-Eso es, ¿Sabes algo de Ortega y Gasset?
-Pueees... que son dos personajes españoles muy importantes dentro de lo que es la historia de lo que viene siendo España..
-¿Doooos? ¿Gasset...?
-El que inventó las cintas de grabar que se utilizaban antes para escuchar música.
-Aaaaah... ¿Y Ortega?
-Joder, maestro, parece vd. tonto... ¡Ortega, coño, el marido de la Rocío Jurado!
...
Nota: Tras este diálogo el profesor reflexionó largamente, recondujo su carrera, y a través de los vericuetos del funcionariado, se jubiló a los 34 años por enfermedad incurable. En estos momentos trabaja como consultor y comentarista free-lance de lo que es asuntos de sociedad, corazón y otras partes del cuerpo humano en una TV local de un pueblo de lo que viene siendo Albacete, donde vive feliz en unión de su perro Francisco José II.
Mi vecino Superdrunk debe haber cambiado de trabajo, creo que ya no se dedica al desatranque de tuberías de wáteres de bares, porque ayer, al salir de casa, lo ví bajando las escaleras, muy rápido (se avergüenza de su Mr. Hyde etílico de todas las noches), y pude comprobar como iba perfectamente engominado y embutido en un traje azul marino con su correspondiente corbata, y es que hasta la forma de andar con la mano en el bolsillo le había cambiado.
No me dio tiempo a ver si iba el bicho dentro o sólo era la cáscara la que se iba andando sola para la calle, a buscarse la vida.
En cualquier caso esta mañana, muy temprano y por culpa del remordimiento, he subido a su casa y le he dado las gracias por existir, porque sin su porculerismo cotidiano mi vida sería, por supuesto, muy aburrida. Creo que me ha presentado a su novia y me ha invitado a la boda, que es mañana. Se conocieron anteayer, por eso lleva ahora corbata, y por eso Platón dijo que la historia es un círculo que se repite y vuelve y vuelve... y que mientras da la vuelta se bebe dos copas y chilla y mueve los muebles... y entonces, al recordar esta cita, lo he entendido todo. Gracias a la corbata de mi superborracho vecino y compañero.
Notas sobre Superdrunk:
Hace unos meses me propuse tomarme una caña en un sitio cool, de los que salen en las revistas pijas, y me colé en un restaurante de esos de diseño con muebles de a mil ebros la silla, con las paredes vacías y musiquita new age, toda la taberna llena de luces pequeñitas, halógenas, no-directas, donde los camareros son todos guapos, perfumados y elegantes, y te llaman 'señor' y te ofrecen amablemente retirarte el abrigo como en las películas, y que cuando en vez de abrigo le das un trapo de jarapa comprado en el mercadillo, te dicen gracias. "Si quieres después no me lo devuelvas, tíralo, porque anoche mi perro durmió en él y me da un poquillo de cosa ponérmelo", y luego le dedico una educada sonrisa.
Nada más entrar, un tío trajeado como Al Pacino en El Padrino II, con un pinganillo colguerón en la oreja izquierda y las manos colocadas una encima de la otra sobre las partes pudendas, más o menos como los futbolistas de la barrera en un tiro directo a portería, pero sin el miedo al pelotazo, con pose chulesca y sobrada, se me acerca, me inspecciona de arriba-abajo y viceversa, me huele y, sin quitar la vista de mis zapatos de persona poco preocupada por su apariencia (por decirlo suavemente), dice algo por el mini-micrófono que seguro que lleva en la solapa de su traje mil rayas (mil rayas el traje, el tío no sé las que lleva en el cuerpo). Pero como yo fuí en mi juventud intérprete de sordomudos en una oenegé a tiempo parcial, le cojo de inmediato la conversación en los labios.
-Posible tres-cero-cero, pobre.
Claro, lo de pobre, teniendo en cuenta que llevo seis horas descargando cajas de despojos de sepias con una pala en la fábrica de comida deshidratada baja en calorías para gatos en la que trabajo, lógico, huelo a eau-de-porc que tiro patrás, y lo sufro en silencio, como las hemorroides. Y lo admito, que eso es lo importante, que sepas cuál es tu lugar en este bello mundo.
Pero eso de tres-cero-cero me mosquea. Me acerco y le pregunto a la criatura por el significado de sus palabras.
-Oiga, ¿qué es eso que dice usted que soy, tres-cero-qué?
-¿Perdón?
-Digo que haga el favor de aclararme lo que le estaba contando a los de las cámaras de seguridad esas de la bola negra de ahí arriba.
El figurín robotizado se pone un poco nervioso, se lleva la mano a la oreja del pinganillo, la misma mano que antes ha estado en contacto con su paquete, y me responde que debe ser un malentendido, que él no habla con nadie.
-No, si a mí me da más o menos igual que piense que soy pobre, se lo digo (y no me tire de la lengua) porque tiene usted que saber que voy así vestido para no despertar sospechas, porque yo soy crítico en prácticas de la guía Michelín, no sé si usted la conoce, la de los neumáticos, de incógnito, claro, y estaba viendo posibles sitios de dos estrellas y eso, pero vamos, que no se preocupe que ya me iba...
A partir de ahí venga bandejas, venga vinos caros, a tutiplén, sin miedo. Y venga gente sacando platos de caviar untado en gambas y en bichos que no sabía ni que existían. Y el tío de la pajarita se desvive en hacerse el simpático "Comprenderá el señor que...".
-Sí, si yo lo comprendo todo, pero esta vichisuás de almejas de Quintanilla de Burgos con frutas del bosque mediterráneo, no sé, no sé... y este pavo de Madagascar en tinta de calamar criado en cautividad con cariño ayer por la tarde... no sé, no termino de cogerle el punto de cocción, y este ribera del duero... sí ya sé que vale quinientos euros la botella, pero parece que deja posos en el paladar...
Total, que al final pido la cuenta y me dicen que no, que es invitación de la casa, y que no se preocupe el señor, que vuelva cuando quiera y que es un honor y que si esto y lo otro. Y me regalan un abrigo nuevecito. "Pero que las ancas de rana con tortilla de escalopes de Rute estaban pasadas, dígaselo al cocinero de mi parte. Por lo demás, bien", le digo al maitre. Quedar bien en estos sitios siempre es un lujo.
Que buenas personas hay por el mundo, de verdad, le ponen de comer de gratis al primero que llega y encima le dan hasta mecheros imitación de oro. Un día de estos cuento lo de Pelote, que es mi perro, y al que, a pesar de que le faltan las dos patas de alante, atendieron como un marqués en otro sitio de esos a los que vamos la gente con clase.
Lo escribo así, todo junto, Reyesmagos, porque es como lo aprendí. Muchas cosas me echaron los reyesmagos cuando era chico, balones, tentes, bombones, exin castillos, puzzles... todo formaba parte del mágico mundo de los aprendices de hombres... hasta que llegó mi vecino El Hijoputa a decirme que todo era mentira y que eran mis propios padres los que me colmaban de presentes.
Cabrón.
Una vez ví en una casa a unos reyesmagos disfrazados malamente, de estos que salen en cabalgatas de tercera división y reparten regalos por las viviendas particulares donde aún hay padres creyentes (porque chiquillos ya no queda ni uno, me parece) a cambio de una copichuela y unas risas. Bueno pues ya eran las dos de la mañana y debían haber estado pegándole al vino bastante, porque en vez de dejarle al sorprendido niño su regalo se fueron para la cocina y le vaciaron de la nevera el potaje que la madre había preparado para el día siguiente.
Cuando el niño se levantó, alarmado por el ruido y esperando con ilusión a Sus Majestades de Oriente, encontró a los tres reyes comiéndose su potaje a dos carrillos y fumando ducados con las barbas quitadas, pero con el traje y las babuchas puestas.
-¿Son ustedes Mechor, Gaspar y Baltasar? -preguntó angustiado.
-Calla niño, y duérmete que todavía no hemos llegado.
-Ah -y la criatura durmió esa noche feliz, porque esos mequetrefes no eran los reyes, eran unos estafadores.
Cuando son las cinco de la mañana y no tienes sueño puedes, como en la poesía, cambiar de punto de vista, se abre un mundo de posiblidades en tu cabecita insomne.
Podrías ponerte a contar borreguitos, de esos que saltan la valla diciendo beeee, pero seguro que cuando llevas ciento treintamildoscientosveinte empiezas a verle la parte económica al asunto: ¿montar una empresa agropecuaria, una fábrica de quesos, una cooperativa textil para la confección de prendas de pura lana virgen, darán subvenciones europeas, te forrarás y dejarás de levantarte de madrugada para ir a currar? ... mmm, bien, pero yo sé poco de números, me suspendieron matemáticas en segundo de BUP y creo que cien banqueros en el fondo del mar son (también) un buen comienzo.
Podrías levantarte y ver la tele, pero seguro que no ponen programas de sexo duro o algo así interesante, sólo películas austrohúngaras en versión original, y con comentarios del director, o televenta de woks e instrumental quirúrgico para utilizar en las comidas familiares, máquinas que por 90 pican, rallan, amasan, licuan, hacen batidos y te lo llevan ya todo hecho a la mesa, listo para ingerir, o conciertos de Manolo Escobar unplugged, o partidos de voleibol de la liga lituana, o el España-Malta (con gol de Poli Rincón y de Señor), señor, qué cruz, o ponen debates sobre la sábana santa y su influencia en el apareamiento del cangrejo de río en los alrededores de Boston, o documentales de ñús pariendo o del ritual y cortejo nupcial de la mantis religiosa, como en la siesta, y entonces decides apagar la tele y leer un libro.
Y es cuando te das cuenta de que no tienes nada de interés que leer porque ayer te mudaste y tienes casi todas tus cosas metidas en cajas de patatas fritas en tu ex-casa, de la que te han echado por no pagar el alquiler de los últimos cuatro meses, y es en ese preciso momento cuando, después de vestirte, sales a la calle y te encuentras con un suicida a punto de tirarse por el puente de san Rafael y le dices que no lo haga, y cuando lo agarras para que no deje este mundo te saca una navaja y te roba el billete de 50 euros, el móvil con todos los teléfonos de tus contactos de trabajo, el reloj, la foto de los familiares, un décimo de lotería para el sorteo del Niño y se va corriendo, supongo que a celebrarlo a cualquier casa de putas.
La vida es bella, si señor, y mucho más de noche.
Cuando era niño, es decir, esa fase de felicidad a la que casi todos los adultos desean volver, antes de que los amaestraran, dos de las tres instituciones básicas que se dedican a supervisar los descontroles infantiles, la Escuela y la Medicina (la otra es el Dios) comenzaron a sospechar que yo andaba mal, es decir, que andaba como un pato.
Reunido el sanedrín de podólogos ante los que mostré mis pies y mis andares, dictaron sentencia:
-Efectivamente, este niño anda como un pato.
Tras lo cual explicaron que yo era un pies-planos, que a mí me sonaba a la tribu india de los pies-negros, y claro, entonces saqué el hacha y les corté las cabelleras uno a uno, cada mediquito una pelambrerita. Por alguna extraña razón, ellos siguieron explicando y concluyendo y dictaminando y recetando. Luego mi madre me sacó de la consulta, les pagó buenos billetes a los curanderos descabezados y nos fuimos pa la casa.
En su agonía, uno de los mentecatos me avisó: "Quien mal anda mal acaba", y yo le respondí que caminante no hay camino se hace camino al andar, y entonces expiró.
Otro de los sabios, supongo que antes de entregar la cuchara, había ordenado a la Madre Suprema la receta para curar mis males: plantillas ortopédicas duras y de plástico asqueroso, ejercicios contorsionistas sobre alfombras y balones medicinales. Se apiadaron de mí y no me mandaron collarín, gracias Señor por los favores recibidos.
Ahora sigo teniendo los pies planos, ando como un pato, tengo la huella que parece un trozo de bistec, me salieron varias hernias incurables de tanta gimnasia, y mis padres son un poco más pobres.
Todo ello gracias a la Medicina. Por eso siempre que puedo voy descalzo, porque soy un resentido.
Sin duda lo mejor que tenía la llegada del invierno era la posibilidad de sacar la ropa de abrigo...
... y recordaba aquella monstruosa canción de Manzanita, donde decía que los maltratadores, en el fondo, son buena gente, llena de sentimientos y eso:
"Era feliz en su matrimonio
aunque su marido era el mismo demonio"...
... y después de llorar los meses de otoño, ilusionarse con el descubrimiento de los jerseis de lana, que su pareja le escondía a propósito en todos los recovecos de la casa, y que para ella era como cambiar de vida. Debajo de las sábanas, encima del armario, metidos en bolsas: jerseis nuevos.
Cómo le gustaba estrenar ropa todos los inviernos, aunque fuera la misma de siempre, ese olor y ese tacto no lo cambiaba por nada.
Aquella gitana de las faldas largas y negras que yo había visto gritándole a una mujer por negarle limosna hace treinta años me pareció la misma que estaba aquí, frente a mí, atosigando a los turistas con la buenaventura.
-¿Te leo la mano, chiquillo?
-Si... ¿la derecha o la izquierda?
La gitana, que llevaba a su churumbel agarrado de la cintura, y que parecía la viva imagen de una foto de Clifford en el Sacromonte del siglo XIX, se echó para atrás de un salto:
-¡Quieto parao, payo, que yo a tí no tengo ná que decirte!
¿Habría visto mi muerte, mi mala suerte, mis problemas amorosos? ¿No me los quería desvelar?... Sí, son papachurras, pero hace ya tiempo que decidí que la palabra superstición significaría algo (o no) dependiendo del estado de ánimo.
Y me fuí tan tranquilo a mi casa. Entonces fue cuando descubrí que esa mujer a la que hace veinte o treinta años la gitana gritaba era mi madre, y que algún asunto entre ellas tendrían, porque en mi mano vió lo que ni ellas ni nadie podían ver ni contar, que era su propio destino que, al cabo del tiempo, volvía para cobrarse viejas afrentas. Y que aquel niño que llevaba en los brazos podría ser de mi propia familia...
Igual que todas las mañanas, desde hace unas semanas, llego al Ikea y robo quince o veinte lápices y metros de papel de los que ponen en la entrada. Voy con mi bolsa de bocadillos de chopped, fanta-limón de litro y medio, dos servilletas, una pera, una revista de motos del año pasado y papel higiénico. Subo a la sección de exposición de saloncitos de estar, donde pone "vivir en 25 metros cuadrados", elijo un apartamento precioso, con un tresillo de dos plazas y nos sentamos.
Es comodísimo, Mi perro Lucas dice (en su lenguaje canino, pero yo lo entiendo perfectamente) que donde estamos apalancados no es un tresillo, sino un sofá. "Pero, coño, ¿no es lo mismo?", le digo. Lucas me expone con mucha paciencia la diferencia semántica, un tresillo es de tres plazas, y un sofá de dos. Siempre es bonito culturizarse en unos grandes almacenes. Dos plazas, yo una y mi perro otra, entre los dos ocupamos el mueble entero, como familia que somos.
-"¿Te imaginas, Lucas, tú y yo viendo el fútbol aquí los dos, por las tardes?"
-Ahí viene el encargado -dice mi compañero, pero con sus palabras.
El encargado no es la primera vez que viene a darnos por culo. Hasta ahora sólo nos había preguntado si estábamos buscando algo en concreto. A ver que dice ahora.
-¿Buscaban algo en concreto?
-Paz.
-¿Perdón? -pregunta el mamporrero de la empresa, poniendo cara como de no entender.
-Piedad -le contestamos a la vez mi perro y yo.
-... mireeee, no se puede quedar aquí. Esta zona es la exposición de muebles, hay mucha gente esperando.
-Y nosotros también estamos esperando, llevamos dos años en la lista de espera de un piso de esos para pobres, los que hacen con aluminosis, nos han echado del trabajo y del albergue. Aquí estamos bien. Y no molestamos a nadie. Lucas, ofrécele una cocacola a este señor.
Lucas obedece, le abre la lata con los dientes caninos, y se la pasa al vigilante con la patita de alante. "¿Quiere vd. pipas?", le digo.
-No se pueden quedar aquí, esto no es una vivienda.
-¿Cómo que no es una vivienda? ¿Y ahí que pone? Pone "Vivir en 25 metros cuadrados". Y eso es lo que vamos a hacer el Lucas y yo, vivir aquí, que está muy bien, muy coqueto, tienen vds. mucho gusto, les felicito.
El hombre se marcha por donde ha venido o a solicitar la baja laboral o a que le recete el médico un par de kilos de pastillas de esas para la cabeza.
-La depresión es mu mala, Lucas.
-Es que hay gente que no sabe superar los reveses de la vida -me dice mientras escupe las cáscaras de las pipas en una bolsita (de Ikea, por supuesto) que hemos pedido en Información. Mi perro es que es muy limpio, creció en un barrio de pijos.
-Después de comer ponen toros -me dice Lucas apretando el mando de la tele, como dejándolo caer, sabiendo como sabe que a mí lo que me gusta es el programa "Saber vivir" y enterarme de los problemazos de la gente. Lo importante es eso, disfrutar de estos pequeños momentos tan entrañables en familia.
"La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en tí es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!".
...
-¿Por eso te compraste la linterna de 40 con intermitentes y seis pares de pilas recargables?
- Sí, por eso, para verte mejor. Paso de ir al oculista.
-Ah
...
Una tranquila mañana de domingo leíamos mi mujer y yo el periódico, hojeando aburridamente el horóscopo, los cotilleos y el fútbol.
-"Mira lo que pone aquí, en las páginas de salud" -dijo ella. "Las personas que dejan de beber y fumar antes de llegar a los 45 años tienen la misma esperanza de vida que las que nunca han bebido ni fumado". Me quedé unos instantes pensativo... E insistía: "¿Te das cuenta del poco esfuerzo que cuesta asegurarse una vejez tranquila?".
Yo nunca había abusado, fumaba sólo puros, en las bodas y en comidas de Navidad, y bebía un vaso de rioja al mediodía, y algún gin-tonic en vacaciones y fiestas de guardar en casa de mis padres.
-"¿Pues sabes que te digo?. Que dejaré completamente los vicios un día de estos" -aseguré sin miedo. Así le prometí a mi mujer que cuando cumpliera los 45 estaría libre de toxinas y mi cuerpo parecería por dentro y por fuera el de un niño de seis años (de los de antes).
La tarde de las vísperas de mi cumpleaños cuarentaicincoañero recordé mi promesa. Miré el reloj. Hostia, las nueve de la noche, ¡¡sólo quedaban tres horas para pasar a mi nuevo estado absolutamente abstemio y libre de humos!!... Que nervios. Salgo a la calle corriendo, cojo el coche, busco el primer 24 horas abierto, compro dos paquetes de Ducados, una botella de Ballantine's, otra de Pepsi-cola de litro y medio y una bolsa de hielo tamaño familiar.
Corriendo para mi casa miro otra vez la hora: las nueve y media. Joder, si me llego a acordar antes habría tenido toda la tarde, pero ahora, como siempre, todo a última hora y con prisas.
Y así fue como esa noche, antes de las doce, me bebí diez cubatas y me fumé veintiocho cigarros. Me puse tan contento y experimenté tantas sensaciones que, desde entonces, compro el tabaco por cartones, soy asiduo de los bares de horario nocturno, le compro habitualmente cocaína a un camello de mi barrio, me quitaron el carnet del coche, me echaron del trabajo, me he separado de mi esposa, abandoné a mis hijos y estoy prejubilado por politoxicómano. Según todas las estadísticas, soy una piltrafa humana.
Pero eso sí, sigo intentando cumplir mis promesas.
En Europa cuando se quiere asustar a un niño se le suele decir: "¡Que viene el coco!", frase que tiene sus variantes regionales en el hombre del saco, el ogro, el sacamantecas, o incluso el Duque de Alba (en Flandes).
Pues bien, en África Central el susto de los niños se acrecienta cuando los amenazan con que vienen Idi Amin (al que llamaban cariñosamente el caníbal) o Bokassa, puesto que según parece ambos gustaban de hincarles el diente a los infantes calentitos, en sus salsa o entre pan y pan.
Poca gente sabe la historia de Jean-Bedel Bokassa, un sargentillo del ejército colonial francés que se autoproclamó presidente de la naciente República Centroafricana hasta que decidió que ya estaba bien de pamplinas y se coronó él mismo emperador en una ceremonia calcada de la de Napoleón Bonaparte. En ese espléndido acto se gastó la tercera parte de las divisas del país, donde sus vasallos las pasaban putas para comer y él gobernaba con mano de hierro sentado en un trono imperial de oro macizo, entre otras minucias y detallitos propios de la gente con clase.
Y hablando de gastronomía... ¿a qué no sabeis lo que puso de papear el emperador Bokassa en su banquete de coronación? Pues sí, comimos trozos de personas humanas ... mmmmm... había veces que todo estaba tan rico que no sabía si me estaba chupando los dedos míos o eran del fiambre que estaba rehogadito en el plato, ya os lo contaré un día de estos porque, por circunstancias de la perra vida, ese día de diciembre de 1977 un servidor estaba allí, invitado a los fastos imperiales.
Los que criticáis el canibalismo lo hacéis por prejuicios, la carne humana es una delicatessen digna de reyes, no se hizo la miel para la boca del asno, y ya puestos, como dice mi madre: "¿Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado?".
Hice muchas tonterías, robé, asesiné a inocentes, dije infinidad de mentiras, cambié de gustos, de ropa, de ciudad, de trabajo, de pareja, de sexo y de riñón, luego me quedé dormido.
Cuando me desperté tenía treinta y cinco años.
Cuando aquel hombre taló el nogal que me había acompañado toda mi vida me dieron ganas de cortarle la garganta con el hacha, pero sin que se desprendiera la cabeza, dejando sólo un hilillo de carne para que pudiera comprobar durante un rato el dolor y el daño del que era causante...
... pero lo que hice fue darle a probar un trozo de pastel de nueces, las últimas que ese árbol nos regaló. Qué malos somos los seres humanos.
De nada sirve el odio, sólo vale la venganza, cosa fría y lenta, y en este asunto los que nos gustan las plantas, los mejores.
Es bueno dormir la siesta, sobre todo en estados carenciales. Esto lo dicen todos los médicos, la siesta es necesaria para el buen funcionamiento del corazón, del cerebro, los ojos y resto de casquería del cuerpo humano o animal en general, sobre todo si se acompaña de ejercicios gimnástico-sexuales.
Lo que ocurre es que estos profesionales de la medicina recomiendan no dormir más de media hora por la tarde, y la mayor parte de la población casi se levanta del siestorro a las nueve de la noche.
Además la siesta me parece muy rara, cuando era pequeño la odiaba, me parecía que la gente que dormía la siesta eran los que estaban entrenando para morirse. Luego me enteré de que la palabra 'cementerio' proviene del término griego koimetirion que significa dormitorio.
Ayer domingo hubo elecciones aquí en la parte ésta de Europa, conforme escupes, a la derecha.
Una vez vi un reportaje en un programa televisivo (de esos en los que sale gente denunciando a los vecinos jaleosos, pegándole a sus parejas y declarando amores a sus perros) que si eres impedido y lo solicitas, te llevan al colegio a votar. Ayer tenía ganas de darme un paseíto, llamé a los servicios sociales del ayuntamiento, dije que era una criatura contribuyente, votante y protestona, que estaba desvalido y desnutrido desde que un camión de Cacaolat me pasó por encima dando marcha atrás, y que quería que me llevaran a votar.
Me tomaron los datos falsos, me senté en una silla de mi casa, me puse una manta de cuadritos en las piernas, y al poco rato se presentó una ambulancia con seis ateeses, camilleros, un médico anestesista y una enfermera, aparte del conductor, que fue muy amable y me invitó a un ducados light. Después de media hora de trapicheos, toqueteos y una vueltecita por la ciudad (les pedí por favor que pararan en el Carrefour, que no tenía papel higiénico ni pilas pa la radio), antes de votar me pongo de pie, enseño el carnet y ejerzo mi derecho más derecho que una vela.
Los de la ambulancia creo que se cagaron en mis muertos varias veces, mientras yo les decía: "Pero hombre, si estabais aburridos, ¿que más os da?". Como estaba lejos de mi casa el resto de la jornada me dediqué a informar a las viejecitas de que el señor Mayor ese de la Oreja del PP iba en las listas del Partido del Cannabis.
-Señora, no hace falta que busque su papeleta de Aznar, ya se la doy yo -y así conseguí que en mi mesa electoral mi partido, el de los porreros, estuviera a punto de gobernar Europa. Por poco: 53.785 votos, el 0'35 % del total de votos.
Los resultados electorales, aquí.
...
imagínate que te dan un gran girasol, en plena madurez, con sus cientos de pepitas en el centro, dispuestas a que las arranques pacientemente, y disfrutes de pasar la palma de la mano por la parte suave, casi cremosa, de la planta donde estaban las semillas. Y escuchar su sonido: frrrrr
imagínate que, dispuesto a comerte esas pipas, aun sin salar y sin tostar, las vas poniendo una a una en la mesa, despacito, una detrás de otra. Como una procesión de hormigas. Y las cuentas, y entonces te das cuenta de que tienes alrededor de ochenta o noventa, más o menos...
... pero no te las comes, las observas (una detrás de otra, en fila)...
imaginate que cada una de esas pipas representara una primavera (o mejor, un verano). Cada pipa es un año, tienes setenta u ochenta o noventa, y empiezas a comértelas, al principio muy rápido, de manera ansiosa, después lentamente...
cuando llevas treinta más o menos, te das cuenta de que aún quedan muchas pipas por comer pero no tantas.
¿No tantas? Cuéntalas ahora, otra vez: treinta, cuarenta veranos... treinta, cuarenta lunas de agosto. Y cuando terminas ya no tienes gana de nada.
...
[ Nota: La foto del girasol está robada del último post de No soy superwoman, en homenaje a uno de los mejores blogs de estos tiempos. Estoy seguro de que pronto, aunque con otro nombre, volverá a escribir. ]
Me llegan cientos de cartas pidiendo que explique por qué estoy entre los elegidos para la Boda. La historia es algo compleja, pero como dijo el papa Juan Pablo I en su toma de posesión: seré breve.
Resulta que hace muchos años yo era un niño más pobre que una rata, me dedicaba a ayudar a mi primo Gervasio vendiendo melones amarillos de Benamejí por las carreteras, esos melones dulces y pequeñitos tan ricos. Bueno, pues un día de la década de los 60 (no recuerdo si por la tarde o por la mañana) nos enteramos mi primo y yo de que inauguraban el pantano de Iznájar, entre las provincias de Córdoba, Málaga y Granada. Pallá que nos fuimos el Gervasio y un servidor con el Land Rover cargaditos de melones dulces a hacer negocio. Cuando llegamos todo aquello estaba lleno de periodistas, gobernadores civiles, ministros, obispos, monaguillos, señoras, señoritas de compañía, etc.
Cuando agenciamos unas pesetillas nos largamos a celebrar el buen día a un ventorrillo cercano de Rute y allí, cuando fui a echar una meada, me di cuenta de que el retrete estaba ocupado. Oigo la cisterna y de pronto aparece Franco subiéndose los pantalones, sin escoltas ni nadie alrededor. Al parecer, en una habitación apartada, se reunía en secreto con Breznev, el ogro del gobierno de la Unión Soviética, para tratar asuntillos variados que no vienen a cuento, la guerra fría, el holocausto nuclear, el despliegue de misiles, el gol de Marcelino en la final de la Eurocopa, qué se yo, asuntos importantes.
Bueno, pues cuando su Excelencia me vió comenzó a explicarme que tenía un grave problema de salud: terribles y traicioneras diarreas le atacaban desde hace un tiempo, y el Generalísimo sufría en silencio su mal. Además este achaque estaba echando por tierra las supersecretas negociaciones con el mandatario soviético, que al parecer se lo estaba comiendo por sopas. "¿Sabe joven? El Señor me ha castigado por algo, y me va a mandar al Valle de los Caídos antes de tiempo", sollozaba con su vocecilla aflautada, pero sin perder la marcialidad.
-No se preocupe, Excelencia, yo tengo la solución -afirmé.
Y le di unas hojas de higuera untadas en leche de burra preñada que siempre llevaba en el bolsillo. "Aplíqueselas a base de friegas con cuidado en su Excelente culo, y notará en pocos minutos el alivio. Mano de santo". Después de seguir mis instrucciones me dio un abrazo (aún guardo la camisa donde Él me tocó) y se fue a continuar con su agenda.
Al cabo de unos meses me llegó una invitación a visitar el palacio de El Pardo, y ahí nació una entrañable amistad. De hecho el Generalisímo me hizo bastantes confidencias: me dijo que estaba harto de mandar, que a él lo que le gustaba era pescar y cazar, y me preguntó por el calibre de perdigones que yo usaba para los conejos. Además me aconsejó que montara una empresa de exportación de lo que quisiera a la URSS, que eso de la confabulación judeomasónica era una tontería que le obligaban a decir y que los rusos eran buenos coleguitas. "¿Podría exportar melones?", le pregunté. "Lo que quieras, mis ayudantes del Opus te arreglan todos los papeles". Y así hasta ahora, que gracias a la Compañía de Melones 'La Cruzada' de la que soy propietario, en la actualidad disfruto de un nivel adquisitivo digno de Botín y he escalado en la buena sociedad hasta llegar a comprarme un rolls-royce con el volante tapizado en piel de guepardo de Namibia, y no hay fiesta de la aristocracia a la que no asista.
Antes de morir, Franco me envió un paquete con un madelman buzo sin estrenar, una equipación completa del Real Madrid (con el número 11), un exin castillos y una caja de magia Borrás de las grandes, para mis chiquillos. También había dentro una carta en la que me mandaba un papelito firmado de su puño y con letra temblorosa: "Vale para entrar en la primera boda real que se celebre en España". En la carta también explicaba que como ya no podía invitarme al enlace de su recomendado Juancar, que ya se había casado, pues me invitaba a la de su hijo. También me pedía tres cosas: que rezara mucho por España, que comprara los discos de Joselito y que no se me olvidara bajar la basura antes de las diez de la noche. Por eso, para honrar su memoria y por los favores que me hizo, voy a ir con mi pase VIP a la Almudena y al banquete. Porque puedo, que cojones.
Soy un manojo de nervios. A medida que se acerca el gran día del Enlace del Siglo me encuentro más deseperado, sobre todo los nervios me atacan a las partes bajas, el pene y zonas adyacentes, de manera que cuando me tomo dos o tres cañas, y del etílico trasiego el cuerpo me pide que las evacue, algo (los nervios supongo, soy rico primerizo) me impide el movimiento natural de la pelvis y la natural micción. Tres cojones me importa, el día 22 allí estaré con mi chaqué y mis martinellis. Ojo, martinellis... y también martinis. Mi bolsa con la tortilla en papel albal y mi navaja para el cacho queso no la voy a dejar fuera, eso está claro, no vaya a ser que luego pongan de segundo plato raviolis de foie de rata tibetana a las finas hierbas y me quede esmayao toda la puta tarde. Y mi petaca con el machaquito, por supuesto.
Porque otra cosa que me preocupa bastante, aparte de dónde se mea en la catedral, es el tipo de líquidos espirituosos que nos van a dar en el convite, y que al final es lo que va a distinguir a una Boda Irreal como Dios manda de un contrato civil semisecreto entre mangurrinos. No me fío ni un pelo de esas noticias que dicen que aquello va a ser Troya, venga rioja gran reserva, venga albariño, cavas rosados y blancos que no falten, la coñac (espero que sea Carlos III o V o alguno de éstos así importantillos, en casa del soberano nada de Soberano, que no haya miserias, que luego van contando por ahí por Europa que aquí la monarquía es una panda de tristes asalariados que no tienen un castillo donde caerse muertos), y por supuesto que tampoco falten montecristos, que de la última vez que fui a una boda villana aún tengo el regusto asqueroso a farias en la boca.
Porque yo lo que pienso es que esto de ser de la realeza, la aristocracia y los ricos sólo tiene una cosa mala: excepto la reina madre de Inglaterra, que se bebía las ginebras dobladas, y algún que otro caso como el marido de la heredera de Mónaco, no conozco muchos casos de gente entre mis iguales a los que les guste pegarle al cristal, que eso es lo que hacemos los dipsómanos. Cleptómano no, eso es algo relacionado con los robos y los hurtos, y como yo no tengo que preocuparme de esa ordinariez lumpen del dinero, soy dipsómano, acumulo experiencias en el hígado y en otras zonas de casquería humana.
Desde que me hice rico ando más preocupado por guardar la compostura que por alimentarme por dentro, y eso no es. Espero que el sábado, una vez hayamos casado a Felipe, conozca a algún alma gemela que sepa que la dipsomanía no es como las hemorroides, que la sufres en silencio, sino la marca que nos distingue a los buenos de los mejores, y a gritarlo a todo el mundo: ¡¡Vivan los novios!! ¡¡Arriba los borrachos sin clase!! ¡¡Fuera la vergüenza!! ¡¡Viva Portugal!!
Estoy enfermo, ¡cómo envejezco!
Desde que mi amigo Felipe de Todos los Santos me mandó la invitación, es que no paro quieto. No se si ponerme el chaqué que me regaló mi madre para la recepción al embajador de Burkina-Faso o ir directamente en chándal y cambiarme allí en el Palacio Irreal, o en el wáter de la Almudena (porque supongo que habrá wáter), o mejor en el confesionario, cierro las cortinillas, meto el chándal en la bolsa del Pryca (para despistar), se la doy a mi esclavo que cargue con ella mientras me pongo hasta arriba de crema de faisanes capados con revuelto de ajetes serbobosnios al aroma de Chateau d'Or cosecha bisiesta de 1875 ... pero ¿y los zapatos? ¿donde los meto?. Antes voy descalzo que con unos tristes martinellis de 200 ebros.
Joder, que cantidad de problemas, qué mierda es esto de ser rico y pertenecer a la alta sociedad irreal, era más feliz cuando era pobre, fumaba ducados y no me tenía que preocupar de que se me vieran los calzoncillos cuando me agachaba.
'De grandes cenas están las tumbas llenas' decía mi abuela. Pues de grandes borracheras también está el reino del MasPallá hasta la bola, como he podido comprobar esta misma mañana. Bien temprano, aunque ya con luz de día, me cruzo en la escalera con mi vecino el fiestero, que viene medio arrastrándose de vuelta de su tour etílico de los jueves. Hasta aquí todo normal.
-¿Qué pasa campeón, de fiesta?
-Si, pero que yo vengo de currar, ¿eh? - y me enseña debajo del jersey una grabadora de cassettes.
Yo ya es que ni me acordaba que existían esos aparatos. El mundo de la tecnología musical ha cambiado tanto que los últimos cassettes que recuerdo haber escuchado son los del discurso de Arias Navarro diciendo entre sollozos aquello tan gracioso de "Españoles: Franco... ha muerto", y que utilizé para un montaje de hip-hop.
-¿Comooooooo?
-Que si, coño, que vengo del cementerio de currar.
Ante mi asombro se seca el dyc que le sale de la frente y me sigue explicando: "Verás, es que yo trabajo de grabador de psicofonías free-lance para una revista de esoterismo. Hoy llevo por lo menos quince, lamentos, lloros, voces de todo tipo. Me parece que tengo hasta un ahorcao". Le doy un clinex para que empape el alcohol que sale de su cuerpo serrano y me invita a escucharlas en su casa, le digo que tengo prisa y me largo de allí por patas.
Y yo que creía que ya lo había visto todo en esta vida. "Oye, que cuando quieras me acompañas, mañana tengo una sesión de ouija en una casa de putas de La Carlota". Muchas veces los sonidos dicen más que las imágenes, eso está claro. No me quiero ni imaginar lo que hace con la grabadora cuando se mete en el wáter a evacuar los catorce dyc con pepsi de los sábados.
Me levanto del catre con el pie izquierdo, como siempre, meo intentando acertar, bostezo, me miro al espejo, menos mal, ahí está esa misma mala cara de siempre. Me ducho, me seco... todo normal. Un día como otro cualquiera espera a Uno en su lucha por dar de comer a sus churumbeles... (como no los tengo, me lo gasto en visios). ¡A coger fuerzas!
Me visto, primero los pantalones, después los zapatos (no es tontería, tengo que apuntarlo porque una vez, ya en la escalera, me di cuenta del tremendo fallo al verle el careto al vecino), camisa... ¡desayu-no! ¡desayu-no!
"¡Aaaaaaarrrrrgh! ¿Pero esto que es? ¡¡¡¡No hay galletas!!! ¡¡¡Me voy a cagar en todo lo que se meneaaaaaa!!!!" (segundos de blasfemias y juramentos irreproducibles). Miro por todas las estanterías, detrás del armario, debajo del sofá... nooooooooo... no puede ser, que catástrofe, lo del Prestige al lao de esto es una anchoa: la caja de Digestives de Hacendado en oferta 3x2 está más vacía que el copooooooon. Y yo sin galletas no funciono, no puedo pensar. Vamos, me refiero a que el cerebro no hace sus funciones en los niveles normales, que tampoco son tan altas (yo me atasco en la primera pantalla del cajero, donde dice 'Idioma que prefiere'). Buaaaaaa, me mueroooo, soy incapaz de salir a la calle desgalletado, es capaz de darme un yuyu o morirme o algo peor.
Tres segundos de reflexión. Busco una excusa. Llamo al trabajo: "Si, si, una enfermedad muy rara... si, me han dicho que es muy contagiosa... así que no se si hoy podré ir a currar... si, algo que da en el cerebro... menopausia o merovingia o algo así... ¿Cómo dices? ¿Meningitis? ... mmmmmmm (quito el dedo de la página del Pequeño Sopena Escolar Ilustrado)... sí, si, va a ser eso".
A pesar de mi trabajo de ayudante de enterrador en el cementerio municipal que conseguí con un poco de enchufe en unas oposiciones que ya de por sí estaban amañadas, soy una persona extremadamente sensible.
Todas las mañanas de lunes solía venir una enigmática mujer de mediana edad a poner flores en la tumba de su marido (ex-marido, claro), unas veces rosas, otras petunias, de vez en cuando claveles blancos. Iba siempre muy bien vestida y arreglada, despidiendo el aroma de la soledad a cien metros. Yo la observaba en silencio, cuando entraba por la puerta del recinto y pasaba por delante de mi mesa de trabajo. Mientras me afanaba en preparar el material, el yeso, el cemento, limpiar las palas, me imaginaba cómo sería su nueva vida a mi lado, la vida que merecía. Después de salir del trabajo y ducharme yo la acompañaría a dar un paseo, comeríamos algo y veríamos un rato la tele en el sofá. Una vida plena.
Un día decidí lanzarme. Me quité las gafas para impresionarla por fuera, ya que estaba seguro de que sólo faltaba una palabra de amor y una caricia para enamorarla por dentro.
Cuando la vi desde la nube de la miopía me di cuenta de que ella no era para mí, le vi los defectos, incluso me quedé mudo al pasar a su lado. La odio, no me cabe duda. Ahora mi vida es un asco, me equivoco haciendo la mezcla, me equivoco de pala, no acierto dónde cavar, pongo las lápidas al revés. Mi vida es un asco, y escribo esto a tientas, porque no se donde coño puse las dichosas gafas.