Aprovecho que tengo que comprar eferalganes o cualquier otra droga para la cabeza que me den en la farmacia para ir también al Mercadona, que es nuestro Disneyworld local. Colas y colas de carritos atestados tirados por gente que espera este momento del supermercado para ilusionarse con tener, por una vez, poder de decisión sobre algo. Carne o pescado, queso o anchoas, pan de molde o pan de plástico, colesterol o directamente cáncer. Ninguna de estas personas que me acompaña en la elección de lo que nos matará está acostumbrada a la lectura, intuyo, porque si leyeran en los envases los ingredientes de lo que están comprando inmediatamente huirían despavoridos. Bolsas llenas de cosas que, seguramente, irán a parar a la basura porque no hay dios que coma tanto. En ningún sitio se siente Uno tan solitario como entre esta masa de consumidores compulsivos de lo que sea, más por justificar que seguimos todos vivos un día más en esta selva comprando comida de mentira que por hambre, que el hambre verdadera debe ser otra cosa.
En las colas se produce siempre el mismo fenómeno, que piensas que te has equivocado poniéndote en la más lenta, y cuando corriges la posición es cuando tu ex-cola avanza, hay que joderse. Y además siempre somos los mismos, en las mismas posiciones, y como todos los días, esa mujer que va delante de ti, llega, deja el carro vacío en su sitio y se va tan tranquila a buscar la compra. Cada dos minutos viene a dejar paquetes y a comprobar que nadie se atreve a decirle ni mu. Y qué decir de ese hombre que llega con un par de paquetitos de mierda y le susurra algo al primero de la cola, un joven apocado, vergonzoso y con estudios, que como son pocas cosas las que lleva, le cede el sitio, poniéndose by the face delante de siete personas, todas ellas hasta los huevos de gente sobrada. El poder de la sugestión y lo ridículo de la condición humana que nunca es capaz de decir No.
Son supervivientes, eso se nota a la legua, personas con un dominio mental sobre los demás que asusta. Y al avanzar, claro, tienes que tener un poco de vergüenza y darle una patadita al carrito medio vacío pero con derecho de pernada para que avance también, en ausencia de su dueño. Una vez me contaron que vieron una pelea con navajazos en un sitio como este por un asunto parecido, además con niño porculero incluido. Pero la vida es corta, no llegaré yo a ver una cosa así.
Bueno, también está la posibilidad de provocar de manera sibilina la pelea.Una forma fantástica de tener tu primer sitio en la cola y, de paso, divertirte viendo como los impresentables de siempre - con niño porculero incluido,claro - se dan de leches. Y tú con tus lechugas ya pagadas.
Igual consigues salir sin pagar y todo...Oh,yeah!