Jamás he entendido cómo puede haber decenas de miles de personas pagando una entrada para sufrir en el espectáculo taurino, pero sabiendo como se que a la gente le gusta la sangre como a un chiquillo un chupa-chups, comprendo que a lo que van realmente es a ver si, por una puñetera casualidad, ese día el toro le gana la partida al torero y lo coge por los huevos y lo revolea y lo mata.
Ese es el chiste, que pagas no por ver un espectáculo artístico, sino por una papeleta para presenciar el sorteo de la muerte. Y los primeros que lo aceptan son los que se ponen delante del bicho de quinientos kilos con un trapillo rojo, a hacer piruetas.
Antes, en el siglo XIX o XX, cuando había guerras en los países europeos, no hacía falta pagar para ver la sangre en la calle. Ahora eliges, sol o sombra, barrera o palco, y a ver si hay suerte y muere alguien mientras te comes el bocadillo.
Avanzamos, poco, pero avanzamos.
Cuando comenzaba mi relación con María le escribí esta nota dentro de una carta:
...
"El hada, viéndolo correr y retozar por la habitación, ágil y alegre como un gallito joven, le dijo:
-Así que mi medicina te ha hecho bien.
-¡Mucho más que bien! ¡Me ha devuelto al mundo!...
-Entonces, ¿por qué te hiciste rogar tanto para bebértela?
-¡Nosotros los niños somos así! Tenemos más miedo a la medicina que a la enfermedad".
(Carlo Collodi: Pinocho)
...
Ahora, al verla escrita varios años después, me parece que vuelvo a entender mi propio comportamiento en muchas situaciones. Es lo que ocurre cuando has escrito cosas que no recuerdas, y luego vuelves a encontrarlas. Esto de las cartas antiguas tiene su miga. Es Uno mismo, el que Era (y sigue siendo, pero con más mala leche), aunque no se sabe a dónde lleva esto, y ese es el misterio de lo que queda escrito para siempre, que a veces no sabemos lo que éramos, ni lo que somos ahora, y mucho menos la piltrafa que seremos.
¿Y qué hago yo leyendo cartas antiguas, que aunque haya escrito, no son mías? ¿Eh?. Me pregunto.
Líbreme el Señor de criticar a la gente que se casa, por Dios. He visto por la tele el casorio de Farruquito y, tal y como está la cosa, me han entrado unas ganas tremendas de casarme. Esos trajes, esas chorreras, esas madrinas vestidas de Cenicienta, esos caballos y esas melenas al viento, esa prueba del pañuelo tan respetuosa con la dignidad humana, el virgo mostrado al pueblo, que castizo y que bonito todo, y qué respeto por las ancestrales costumbres de los pueblos.
Y ese coche Rolls Royce en el que se han montado los novios, no sé si conducía Él, que ya tiene el carnet. Y esos jueces y abogados que dicen que no ha matado a nadie, que sólo cometió una falta de imprudencia por no ver al peatón que cruzaba el paso de cebra y que si ahora está muerto es por su puta culpa, por cruzarse en el camino victorioso del Divino.
Y esa gente que alega que no puede Uno criticarle nada de lo que haga por ser de etnia gitana, que eso es racismo. Y esos sapos que hay que tragarse, y ese silencio. Y que sean felices y que coman perdices y que sigan haciendo lo que crean conveniente, porque ya el fiambre no puede hacer otra cosa que pudrirse. Que no te pase a tí, hombre.
Me hago artista, sin dudarlo un momento, porque mi sueño es hacer lo que me de la gana y, si cometo un delito, que me absuelvan, porque soy un artista, que cojones.
Nunca imaginé que odiaría palabras, pero así es.
Por ejemplo, 'exquisito'. La odio con toda mi alma, no puedo con ella. Una vez, en los preámbulos del banquete de una boda, y a traición, mientras me desataba la corbata, un ex-amigo soltó, como quien no quiere la cosa:
-Este jamón está ex-qui-si-to.
Al principio creí que era una variedad japonesa de algo, pero no, se comía la carne a dos carrillos. Ya no he vuelto a hablarle desde entonces, y de eso hace quince años. ¿Cómo va a ser exquisito un jamón, tú has visto al cerdo revolcándose en un charco de mierda? El jamón estará bueno, como máximo... ¡pero ex-qui-si-to!
Y ni hablar de los derivados... exquisitez. Suena a matarratas de polvos. Ésta se la escuché en una presentación de un libro de autoayuda a alguien de la pre-aristocracia local.
Dime qué palabras usas y te diré cuántas veces voy a cagarme en tus muertos.
Aquí en España vuelven los niños a la escuela tras el periodo de descanso veraniego. Salen los padres muy contentos en la televisión, porque por fin van a descansar de verdad de tanto niño y tantas carreritas por el salón y tanta vida. Uno piensa que todos los que, sin vergüenza ninguna, expresan al resto de borreguitos televisivos su perra vida de guardianes-niñeros y echan pestes del gamberreo continuo de sus propios hijos serán todos miembros de las sectas anti-condón, y que su descendencia torturante es fruto del castigo divino, no de la voluntad paterna. Hay otros métodos más eficaces para quitárselos de enmedio, queridos paters amargados, el castigo físico, las palizas, la cámara de gas, matarlos de hambre, etc.
Eso es lo que Uno piensa ahora, probablemente cuando sea padre comerá huevos, y más vale pájaro en mano que ciento volando, etc...
A los chiquillos, por su parte, esto del colegio les da igual, saben que la mitad de las cosas que van a aprender no sirven para nada. Si siguen yendo es porque en su casa se aburren, y para ver a los colegas (y a esa compañera de 3ºA que está como el lomo).
-Hola, vengo buscado trabajo honradamente, hablo seis idomas y soy licenciado en tres universidades".
-¿Licenciaqueeeee? Sí, hombre, pa eso contrato analfabetos, que me salen más baratos y menos protestones. ¡Vete de aquí ahora mismo, honrado fracasao, que no tienes un puto Porsche donde caerte muerto!.
Niños, sabedlo bien: ni las carreras, ni la lectura, ni la geografía, ni la historia, ni la literatura sirven para nada. Si acaso las matemáticas, por aquello de contar el dinero y por conocer de antemano el precio de los cubatas en los puticlubs. Un niño sabe perfectamente que, si quiere progresar, debe dedicar sus esfuerzos e industrias al tráfico de esclavos, armas o droga, a robar coches de lujo, a especular con los terrenos y la vivienda, a la estafa bancaria de pequeños ahorradores, a ejercer de comentarista de sociedad o de la pelota, a envenenar a sus vecinos, a colgar en internet fotos porno de sus hermanas pequeñas, a presentarse a las elecciones y ganarlas, a ser respetado, en suma.
Ni los maestros quieren estar allí ni ellos tampoco, así que lo mejor sería que se cerraran las escuelas. Pero claro, los padres y el gobierno dirían que nanay de la china, que tres millones de pre-delincuentes campando a sus anchas por la calle causarían más destrozos que el Katrina en Nueva Orleans.
Niños, rebeláos, exigid una escuela que sirva para el futuro y que no os engañe nadie, nada más que vosotros mismos.
Un día I have a dream, y en mi dream todos los ventrilocuos (que ya desde pequeño me parecían unos locos de remate que entablaban graciosas conversaciones con un muñeco, y que, aquí está el quid, intentaban hacernos creer a los niños que era el muñeco el que hablaba, mientras sospechosamente lo mantenían sentado en su regazo, y encima con la mano o qué-se-yo metida por detrás, y en dicho sueño yo me levantaba y agarraba los muñecos y les arrancaba la cabeza y se descubría el pastel y me daban el Premio Nobel de Física por dicha revelación, básica para el buen funcionamiento mental de los niños del futuro. Los muñecos también tienen su corazoncito y no se merecen estos plastas. Es una cuestión de dignidad, no de arte.
Y algunos de estos graciosos timadores que hablaban con muñecos me parecían menos reales que varios de sus personajes de tela: Rockefeller, por ejemplo, cuando hacía contorsiones de pelvis con las manos metidas en los bolsillos de su frac, era mucho más persona que José Luis Moreno. Y Doña Rogelia, con ese dedo amenazante y esa voz de Lola Gaos, mucho mejor que Maricarmen, su jefa.
Y ese sueño debe tener algo de real, porque ya hace muchos años que no veo ventrilocuos.
Estos últimos meses no tengo muchas ganas de escribir. Y no es apatía o flojera, es bajón anímico, simplemente. Y digo esa memorable frase de Pepe Isbert en Bienvenido Mister Marshall: Yo, como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación y esa explicación que os debo, os la voy a pagar" (repetir varias veces).
Estos mandamientos se resumen en uno: Que si no escribo más es porque no me da la gana. Y punto.
El servicio beta de Google Print intenta digitalizar libros de las principales bibliotecas, archivos y editoriales del mundo. Este proyecto se ha encontrado con la oposición de los gobiernos europeos. ¿Por qué? Porque en principio, para todo el que aspira a convertir la red en una auténtica mezcla heterodoxa de usuarios y empresas de servicios y software, lo que huela a Google+Información es considerado un peligro para la libertad de elección, puesto que la empresa de Brin y Page va tendiendo a convertir en monopolio cualquiera de sus novedades, pero de buen rollo. Una especie de Microsoft guay con todos sus servidores corriendo en Linux y dando servicios informativos gratis.
Por ahora lo que más me sorprende es que, ante esta oposición de gobiernos y editoriales para que se difundan libros en otras lenguas que no sean el inglés y se respeten los derechos del copyright, Google pedirá a las instituciones y empresas que les pasen una lista con libros que no deberían copiar. "Así que ahora, todos los que tengan derechos de reproducción pueden decirnos qué libros preferirían que no copiemos", dicen en Google.
Las cosas cambian, como en la película de David Mamet. Yo creía que hasta ahora lo lógico era que se hiciese al revés, es decir, que gobiernos, bibliotecas y editoriales facilitaran lo que sí se podría poner a disposición del público.
La Biblioteca Mundial del futuro no tiene por qué coincidir exactamente con este proyecto, pero creo que se parecerá bastante. Y si uno, desde su casa, puede tener acceso a todos los libros del mundo, ¿para qué las bibliotecas, para qué va a editar un libro una editorial? La industria editorial, salvo contados casos de best-sellers y poco más, sobrevive a duras penas. Decimos que los libros son caros, pero un libro te despierta la cabeza durante varíos días. No decimos que los cubatas son caros, ni el jamón de pata negra, ni los coches, y la gente se gasta una pasta en estas cosas.
La información tendrá que cambiar su modelo de negocio, igual que las empresas periodísticas, porque cuando se llegue a un estándar técnico para los libros electrónicos, la venta de libros en papel supongo que bajará.
Las cosas cambian, yo mientras voy a tratar de encontrar aquí textos que no hay dios que lea por otros cauces. Al final todos los modelos de transmisión de información coexistirán, igual que el cine no ha muerto tras el invento del VHS o el DVD, ni la música desparece por el intercambio de mp3. Y porque por ahora ni hacer tochos de fotocopias ni leer en pantalla me parecen alternativas plausibles. Adaptación, como los bichos.
Mario y Sila, Góngora y Quevedo, Mozart y Salieri, Belmonte y Joselito, Sherlock Holmes y Moriarty, Mazinger y el Dr. Infierno...
Grandes parejas de opuestos que han pasado a la historia como ejemplo de rivalidad.
¿Qué son, rivales, adversarios, enemigos? Son ejemplos vivos de eso que llama el saber popular 'llevarse como el perro y el gato', aunque no siempre es así de simple.
Joe Louis y Max Schmeling eran dos boxeadores que tuvieron la mala suerte (aparte de trabajar en el reparto de hostias, como Benedicto) de vivir en el periodo más convulso del siglo XX. Louis era negro y estadounidense, Schmeling era blanco y alemán. Todo normal si no fuera porque su trabajo era el boxeo en los años treinta. El alemán le propinó una soberana paliza al imbatido Louis el 19 de junio de 1936, y esto sirvió al ministro de Propaganda nazi Goebbels para declarar al mundo la superioridad de la raza aria frente a las demás: "Schmeling's victory was not only sport. It was a question of prestige for our race."
"Mu bien", dijo el bombardero de Detroit. En 1938, durante la revancha, tumbó a Schmeling en el primer asalto. Los estadounidenses lo celebraron como el triunfo de la democracia frente a la dictadura.
Luego el alemán trabajó para la resistencia judía contra los nazis y fue repudiado como héroe nacional. Después Louis se convirtió en el perenne campeón imbatible, no se supo retirar a tiempo, perdió combates y fortuna, vivió en la miseria hasta su muerte y, paradójicamente, quien más le ayudó en el aspecto económico fue un buen amigo suyo al que todos consideraban su gran enemigo: Max Schmeling.
Moraleja: No te fies de los amigos que no conoces, mejor hazte colega de los enemigos que te conocen bien.
Mi quiosquero tiene el don de saberlo todo sobre las más variadas cosas que a nadie importan. Es mucho más interesante que saber nada sobre todas las cosas.
Hoy me ha dicho que Picio, el famoso feo del dicho popular, era un zapatero de Granada que hace unos siglos fue condenado a muerte, y que cuando recibió la noticia del indulto se llevó tal impresión que se quedó sin pelo ni pestañas ni cejas y con cara deforme y llena de bultos. Desde entonces es el patrón pagano de los feos.
Yo le he respondido que la belleza es una cosa relativa, que el asco es aprendizaje cultural, y que los chinos comen ratas y les parecen estupendas, y que nosotros comemos caracoles, y que en la Edad Media alguien bronceado era tenido por desgraciado.
-Lo que para mi puede ser horrible para ti puede ser la hermosura más irrepetible. Sólo la maldad y los prejuicios conllevan a dictaminar la fealdad.
Y él ha torcido el gesto, y me ha puesto, sin palabras, un ejemplo: se ha llevado la mano a la nariz y ha estado hurgando cual excavadora de obra hasta sacar el fruto espléndido de sus secreciones moqueadoras.
...
Claro, quiosquero, tienes razón, hay cosas que no se pueden discutir, y con estos argumentos tan poderosos mucho menos.