En la radio suena un anuncio con musiquita pegadiza que dice que ya basta de dormir mal en colchones de tercera categoría. Felices sueños con un colchón de laaaaaatex, tra-la-raaa. Mientras tarareo lo de dormir de puta madre en uno de esos jergones modernos de plastilina y esponjita, veo de lejos un grupo de gente en la carretera, todos vestidos iguales. El que está más cerca tiene todas las pintas de ser Woody Allen, pero no, es imposible (me acerco cada vez más) porque esto no es Manhattan, en Manhattan no hay olivos, así que debe ser su primo. Alto ahí, me dice el humorista con gafas con la mano derecha en alto. En la otra, metralleta al frente. Definitivamente, no es ni Allen ni nadie de su familia, porque habla más o menos en castellano. Detengo el vehículo de un frenazo, trago saliva, bajo la ventanilla, y por el hueco entra primero el cañón del arma; varios segundos después resuena una voz al otro lado del coche: Buenos días ¿dónde vamos?, dice el guardia mirándome claramente a los ojos delatores de infracción y/o crímenes hasta que no demuestre lo contrario.
Me parece tan gracioso este buenosdías-dondevamos dicho así, en plural, que esbozo una sonrisa y pienso Será dónde voy yo, ustedes se quedarán aquí asustando gente, que pa eso les pagan, pero no lo digo. Voy a mi casa, a tres kilómetros, le suelto.
-Me hace el favor de abrir el maletero.
Por lo que se ve, ya se acabaron las preguntas. No hay signos de interrogación, es una orden. Le abro el maletero y salen a relucir la mochila y el tocho de la 'Historia General de las Drogas', de Antonio Escotado. Qué es eso, dice el hombre. Un libro, le respondo. Sirve para leer y enterarse de cosas. El guardián mira alrededor y no abre la boca, debido a dos razones: probablemente ese objeto no es lo que busca, y seguramente tiene problemas de lectoescritura. Y qué llevamos ahí, dice el guardia.
-¿Ahí dentro? Bah, lo normal, cinco kilos de coca, dos tabletas de resina de hachís, tres bolsas de pastillas y un cartón de tripis de los de superman. No te jode.
Lo pienso, pero claro, no lo digo, que yo desde que vi el Expreso de medianoche cada vez que veo un señor guardia le digo lo que él quiera escuchar, que aún valoro en algo mi vida. ¡Señor, sí señor! ¡Nada de drogaína en el coche, Señor! Le digo que soy amaestrador de hurones salvajes y que ahora mismo llevo al veterinario un par de cadáveres de conejos degollados por uno de ellos, en descomposición y envueltos en varias bolsas de Mercadona, para que el doctor me confirme lo que sospecho.
-¿Y qué sospecha?, dice el Señor, que ya ha bajado medio metro la metralleta.
-Pues que al lado de mi casa hay una epidemia de mixomatrocolosis galopante y que puede ser que infecte a los humanos, y es una pena, porque en ese caso cualquier contacto, por mínimo que sea
Cachis en la mar, ahora que lo pienso, se me ha olvidado preguntarles una duda existencial que me asalta en las insomnes noches de estío: si te pillan conduciendo y a la vez en tareas de succión del pene, por ejemplo, ¿a quién le quitan los puntos, al acompañante succionador o al conductor? ¿de cuántos points estamos hablando? ¿y si el que succiona es el propio conductor, pero es capaz de demostrar que dicha actividad no supone riesgo alguno para la seguridad vial? ¿y si te pillan autochup...? Qué pena que se me haya olvidado preguntarle al hombre, porque no preguntes por saber que el tiempo te lo dirá, que no hay mejor placer que el saber sin preguntar, etc.
Ahora me dejan pasar cada vez que me ven, y me saludan como las azafatas del cuponazo, así con la manita tonta y la sonrisa bobalicona, porque no hay nada como las verdades a medias para hacer amistades. La otra media verdad es que venía de un bar de hartarme de comer un guiso que llevaba algo de conejo o ballena o algún bicho así raro.