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9 de Octubre de 2005

La amargura de mi quiosquero

Los lectores de novelas que no acostumbran a leer blogs o diarios íntimos creen que las personas que se dedican a contar su vida en capítulos ordenados por años, meses y días son, en realidad, novelistas frustrados a los que les falla la inventiva, y que suplen esa falta de imaginación fantaseando sobre su aburrida y monótona vida real, encerrados en una casa llena de libros y vacía de aventuras.

Cada vez estoy más seguro de que ocurre al contrario. Es imposible encontrar mejores argumentos de ficción que fuera de la vida literaria. Mi quiosquero, por ejemplo, podría ser el paradigma de un buen diarista, oculto tras su fastidiosa y poco grata tarea de entregarle a los clientes, a cambio de una moneda, su dosis de mentiras empapeladas, sus suplementos, deuvedés, enciclopedias de arte sacro medieval serbobosnio y demás pamplinas que regalan con los periódicos. Es huraño, un hombre de pocas palabras que oculta su alma tras los cristales de las gafas, de esas que en vez de empequeñecer los ojos, como a los miopes, los agrandan, lo que hace imposible averiguarle una cosa tan simple como la edad. Puede tener treinta años o cincuenta. No se sabe si tiene arrugas, ya que siempre está mirando para abajo.

Crucigrama en clave

Mi quiosquero, además, tiene fama en el barrio de ser hombre de malas o regulares pulgas, según esté el día soleado, claro, nuboso o amenazante de tormenta, y de hablar solo. Sin embargo a mí me resulta simpático. Hay veces, como hoy, que lo he visto de refilón al ir a comprar el pan, y en ese trayecto he sentido su mirada huidiza y su rencor. Se estará diciendo: “Otro que no me compra nada”, y a la vuelta me he parado a mirotear las revistas que tiene expuestas y me he llevado alguna, no porque tuviera especial interés en leerla, sino por él, porque creo que nos tiene a todos los vecinos un poco de envidia, nos imagina en nuestra fácil vida de domingueros compradores de prensa mientras él tiene que ingeniárselas para meter todas la aparatosas pilas de papel en su reducido estante.

Su mujer, no obstante, es muy charlatana y agradable con todo el mundo. Por ahí creo que le viene a mi quiosquero la amargura, porque piensa que el que ahora le compra un periódico o una revista de crucigramas, en el fondo lo que está haciendo es comprobar que él está trabajando en su triste garita para marcharse luego rápidamente a su casa y tirarse a su mujer, la quiosquera, que es mucho más simpática y está, por supuesto, de buen ver. Y no es un cliente, por tanto, sino un cabrón que además de ponerle los cuernos, encima viene a sembrar cizaña. Y le da muchas vueltas a la cabeza a lo largo de la mañana, y cada revista de crucigramas que vende a un comprador es un posible hijo de la gran puta que está diciéndole en clave, con esa sonrisa pretendidamente amable, que momentos después estará abriendo la puerta de su casa con una copia de sus propias llaves.

Y en eso consiste la vida, en gente que va y que viene, y que se afana en sus cosas para pasar lo mejor o peor posible el trago que va del bautizo al entierro, que por todos lados es un valle de lágrimas, unas veces dulcecitas de alegría, otras saladas de pena.

Trapo | Enlace permanente | Categoría: Ficciones

Comentarios


El resentimiento tan solo lo quita el bálsamo bueno de tu salivita... decía el Kiko.

Tu kioskero entonces sufre del rencor o tal fez de un resentimiento pasado. Que curioso. Yo conocí una vez a un hombre que rellenaba de agua una botella de lejía para así asegurarse de que nadie le quitara el agua puesto que se lo pensarían dos veces antes de robarlo un poco de agua. El hombre ya era mayor, tal vez sufriera cierto resentimiento con la gente o el mundo en general. Pese a eso, a mí también me caía simpático.

Escrito por Burdon a las 9 de Octubre 2005 a las 02:46 PM

Además está lo interesante de ver cada quien la vida como su constitución reflexiva le permite, esto hace que tanto el quiosquero como su esposa, reaccionen de diferente manera ante la vida, me parece.

Muchos saludos.

Escrito por Magda a las 9 de Octubre 2005 a las 05:02 PM

Podemos hacer las mismas cosas, y verlas desde un momento y lugar diferentísimo, unos y otros.

Y unos escribimos para los blogs, otros para las revistas, y otros para contar lo suyo hasta en servilletas y papelitos de lista de supermercado.

Escrito por noemi a las 10 de Octubre 2005 a las 03:32 AM
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