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28 de Julio de 2006

Recuerdos millonarios

Viendo el otro día en el Aparato (diría que por casualidad para quedar bien, pero no: estaba viendo la tele a propósito), el concurso en el que regalan billetes por contestar preguntas, observo de pronto a un concursante que duda entre si el nombre del primitivo grupo The Beatles antes de ser famosos era The Nosequé o The Nosecuántos. Se pone nervioso, duda y habla.

Sobera quiere ser millonaire

Y al hablar, tengo testigos, reconozco que lo conocí hace ya la friolera de 17 años, cuando ambos aún éramos personas. No ha cambiado, ahora gasta barba, pero su voz es la misma, y es por ella por la que lo reconocí.

Me da miedo que guardemos en algún recoveco del cerebro un registro olvidado, una voz, y que al cabo de tropocientos años se vuelva a activar y vuelvan a la vida sus recuerdos asociados, la risa y la carcajada uno de ellos. Me parece que sería capaz de identificar a una persona por la risa que despide. Coño lo que hacemos los mecánicos con la mente. Igualito que mi puteada computadora.

Ya me había ocurrido con los caretos de algunas personas, redivivas tras veinte o veinticinco años, e incluso con el olor de un plato que mi abuela me cocinó una vez de chiquitillo y que volví a reconocer mucho tiempo después, ya de individuo socializado y amaestrado.

Acongojante, de verdad, qué miedo me doy, mucho más que Norman Bates a sí mismo.

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