Ya he dicho otras veces que el deporte profesional es una contradicción en los términos, una aporía. En el fondo se acerca más a la guerra y al simple intercambio mercantil de productos entre ejecutivos de empresas obesos, fumadores y viejos zorros de la economía y el derecho que al espíritu lúdico y saludable que se le supone.
Las olimpiadas, los desfiles de banderitas, los himnos, la entrega patriótica de las humillantes medallas a los vencedores, los campeonatos mundiales de fútbol o de petanca en pista cubierta, las fratrías de gente furibunda, ruidosa y coloreada para la ocasión delante de la televisión en la retransmisión de cualquier enfrentamiento, su carácter extraño, a medio camino entre las hordas pintorreadas de Braveheart antes de comerse al enemigo y el puro carnaval fiestero, todo ello hacen del deporte algo que me resulta fascinante desde un punto de vista antropológico, porque igual que los temas literarios principales se repiten una y otra vez por los siglos de los siglos, cambiando las formas y el estilo (si acaso), las pasiones por las que se mueven las masas tampoco han cambiado mucho desde Juvenal y su pan y circo, o antes: guerra y territorio, no sé en qué orden.
Y sobre todo eso: orden. Es lo que deben pensar los responsables públicos del Ministerio de Defensa español al soltar sus buenos billetes para patrocinar las camisetas de las triunfantes seleciones nacionales de atletismo o balonmano: que como ya quedan pocas cosas que unan a la gente alrededor de la palabra España y sus colores (aparte de las borracheras en las fiestas mayores de los pueblos, las procesiones y el bonito espectáculo taurino), pues nada, que cada vez que logren estas criaturas una victoria humillando al vecino, sobre todo Francia, Inglaterra o Italia, se vea bien el logotipo de las Fuerzas Armadas en el pecho ardoroso y atlético de los héroes.
Y más ahora que parece que ni dios se apunta al ejército, quizá porque la mayoría de los borreguitos de a pie que antes íbamos por cojones a pegar barrigazos con el cetme y a oir misas de campaña en mitad del campo ya no sentimos más colores ni más patria ni más himno que los politonos y las lucecitas de Amena, Vodafone o Movistar.
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Españolito que vienes al mundo
te guarde dios,
una de las tres telefónicas
ha de partirte el corazón
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En cualquier caso, mucho mejor gastar el dinero militar en publicidad, como CocaCola o McDonalds que en tanques. Así pues, se lo agradecemos los de aquí abajo aunque no seamos (espero) jamás sus clientes. Lo que no creo es que patrocinen a un equipo ciclista, no vaya a ser que se vean metidos en un caso de tráfico de pastillas, anabolizantes u otras drogas euforizantes que usan algunos para subir el Tourmalet en diez minutos. Recuerden la primera ley: la guerra es una cuestión de honor, nada de hacer trampas. La segunda es que lo importante es participar, como en Waterloo, pero ésta nadie la cumple.
Notas relacionadas:
[ El ruido y las nueces (o El ruido y la furia, o El orgullo y la pelota) ]
[ Duelo de pamplinas deportivas ]
[ Olimpiadas 1 ]
[ Olimpiadas 2 ]