Sigue siendo un grande misterio esto de las bolitas amarillas y los niños cantores de san Ildefonso de cada Navidad. Entre cosas evidentemente cutres y bajunas, villancicos, polvorones, aguardiente, regalos, papanoles, vecinos disfrazados de reyesmagos, borracheras, peleas, amor, compañerismo, mentiras, comilonas e indigestiones varias, familia, amigos, hipocresía y pamplinas surtidas de todo tipo, surje de entre los muertos vivientes el Gran Bolondrón, la cárcel redonda de las Bolas de la Suerte, el Gordo de la Lotería, el numerito divino: nuestra Esperanza en un Mañana distinto, en que nos alejemos del Resto, esa gentuza pobretona como Nos (por ahora).
No he dejado de ser uno de ellos, pero este año me ha tocado la lotería. No mucho (50 ebros), suficiente para creerme un afortunado en el juego, pero menos aún me había gastao, concretamente 25 , es decir una rata humana. Qué mala suerte, me digo, si hubiera metido 10 millones hubiera ganado 20, esa es la lógica del postcapitalismo mangurrinista estilo maoísta, la sociedad de bajo coste que hace creer que eres el Rey, cuando en realidad eres el que lo paga.
Ese es el chiste de las apuestas, que cuando ganas una mierda, como en este caso, que no te da ni pa invitar a comer a cualquier chuloputas al que le debas favores, crees que vas a ganar siempre, cuando lo único que ganas es la seguridad de que, en alguna parte, hay alguien que se está poniendo las botas a costa de nosotros los borreguitos de a pie.