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23 de Julio de 2007

Homenaje a mis zapatos (I)

Hace ya un par de años quise hacer un recuento cariñoso del calzado que me he acompañado por la vida. Destrozo muchos pares de zapatos yo, debe ser porque tengo los pies planos, y de chiquitillo gasté durante un tiempo unas horrorosas y rígidas botas ortopédicas. Andar andaba mal con ellas, pero patadas pegué unas cuantas. Mis padres estaban preocupados de que el filete de carne picada que tengo por planta supusiera futuros problemas de espalda a la criatura.

Por otro lado siempre me he resistido a tirar cosas, entre ellas el calzado. No sé si es síndrome de Diógenes o qué será, la cosa es que recuerdo perfectamente cada par que tuve. Y voy a resumir lo que mejor recuerdo de mis vestidos del pie, sin orden ni concierto, al tun tun.

Cuando aún era muchacho mis amigos empezaron a tener la feliz idea de casarse (no entre ellos, con otra gente), así que me tuve que plantear pillarme unos zapatos medio decentes de vestir, que no era cosa de asistir al banquete con mis amados pisamierdas forrados de borreguito, una especie de Kickers baratos que tenían la suela medio de goma medio de cartón piedra, una cosa tremenda. Así que no tuve más remedio que ir a una zapatería de esas caras y me compré un par de la marca Snipe. Tras la primera boda llegaron las siguientes, y ya me había acostumbrado a limpiarlos tras la fiesta, así que nunca me compré otros.

Snipes de boda

Las bodas de familiares y amigos acabaron, así que empezamos a celebrar bautizos, divorcios y entierros. Y ahí siguen conmigo este par de zapatos lustrosos hechos por la fábrica de la familia Segarra, en Castellón. Aparte de que no los he tratado mal, me parecen muy bonitos y, por ahora, a no ser que me crezca el pie, no veo necesidad de cambiarlos.

Los veranos, desde hace miles de años, siempre gasto alpargatas de colores, de las de lona cosida con la suela de esparto y yute. Al principio las compraba del mercadillo, de esas baratas que tienen media suela de plástico, pero al final probé unas más caras comodísmas, que normalmente compraba en la alpargatería de la calle Toledo de Madrid, muy cerca de uno de los laterales de la Plaza Mayor.

La vieja alpargata

Aquello, para los incondicionales de las espardeñas clásicas, era el puto paraíso, alpargatas de colores imposibles colocadas en estanterías que llegaban hasta el techo. Granates, verdes, azules, amarillas, beige, he tenido de todos los colores. Creo que ha habido veranos que no me puse ni una sola vez otra cosa. Eso sí, hay que cortarse las uñas, criaturas, que se agujerean y luego es mucho más complejo quedar de guay en las reuniones sociales explicando que era por mejora del sistema de ventilación.

Ahora, gracias a la casa Castañer y otras empresas que se han apuntado a su misma experiencia, las espardeñas levantinas y catalanas triunfan en los desfiles de moda de grandes diseñadores y se venden en todo el mundo en tiendas exclusivas. Yo me apunté antes de dicha recuperación, ojo.

Algún que otro verano también usé eso que llamaron bambas, la natural evolución de la zapatilla deportiva de lona o tela vaquera con dos rayitas rojas en los laterales de la suela, y que al principio de los tiempos eran de marcas buenísmas y baratas de Elche, La Tórtola o La Perdiz, aparte de Paredes o Kelme. Los pre-pijos se reían de estas marcas, pero los tortoleros éramos más. Luego llegó el diluvio del baloncesto y se acabó, misteriosamente los niños ricos pasaron a ser la mayoría.

Tórtola vs. Converse

Esas fueron durante muchos años las que triunfaban en el colegio, hasta que llegaron las Converse All Star, las Adidas y las Nike, que eran igualitas pero con las letras en inglés, y todos esos niños aprendices de pijorraco descubrieron la esencia del capitalismo y su regla fundamental: el prestigio de la marca se basa en que venden lo mismo pero diez veces más caro, y por lo tanto lo tiene menos gente, y por tanto esos niños son mejores, y entonces el mundo se dividió en dos, padres que compraban a sus hijos cosas de marca o del montón. He aquí la historia del fin de la humanidad razonable y el principio de la Pamplina Universal, hasta hoy.

Uno crecía, y con ello el gusto cambiaba. Las niñas mocitas, decían, se fijan mucho en los zapatos de los mocitos en edad de merecer, así que un invierno me apañé un par de Hush Puppies, esos zapatos del perrito inglés. Eran unos mocasines parecidos a los pisamierdas de toda la vida, pero parecía que mejores, y sin el caluroso forro de borreguito, que daba la sensación de que llevabas la ganadería de Ventura Benítez en los pies. Qué va, muy cómodos al uso, pero destrozados tras las primeras lluvias y descosidos a las primeras de cambio, y encima resbalaban. Qué desastre.

Mocasines Hush Puppies

Tirados de una vez los mocasines rotos, mi madre tuvo a bien regalarme unos zapatos de lujo a cuenta de haber aprobado tercero de BUP, supongo que para mejor venderme en le mercado de la carne adolescente y que no pareciera un cualquiera, así que me compró unos Camper Casco mallorquines, una especie de zapatos de indio sin tacón, con la suela llena de pequeñas pelotillas de goma y que eran de color rojo. Muy buenos, irrompibles. Años después actualizaron el modelo sacando la gama Pelotas. Con ellos, que dejé de ponerme aun estando nuevos después de varios lustros, me dediqué al aprendizaje de las miserias humanas.


Notas relacionadas:
Alpargatas al armario, en Trapo.

Trapo | Enlace permanente | Categoría: Neuras

Comentarios

nuestros pasos son los ríos que van a dar a la mar. Tus zapatos,los míos y los de todos, se hubiesen merecido un verso así. Pero Fray Luis era más metafísco. Con nuestros zapatos, alpargatas o espadeñas, resolvimos todos los caminos que nos ofreció la vida; fuimos de putas, nos fuimos a la mierda infinidad de veces y otras, nos llevaron por caminos oscuros y desangelados. Siempre mudos, sencillos, serviles, e impasibles al tiempo y a cualquier escalón no calculado.
Me sorprende que, con una cosa tan sencilla como tus zapatos, haya despertado a la modestia de las cosas que rara vez amamos y que tan buenos servicios nos han prestado.

Escrito por pedro a las 25 de Julio 2007 a las 02:51 AM

Los zapatos acaban formando parte de nosotros mismos. Me ha encantado es post. Saludos

Escrito por Burbujas a las 25 de Julio 2007 a las 02:09 PM

Señor Trapo,
Como bien sabe, su viejo amigo el Aldeano se acuerda de usté en la lejanía, entre las piedras y los palacios de la vieja Roma. Los zapatos se me pegan al asfalto. Un placer volver a leer sus historias. Espero su visita a www.enromado.blogspot.com
En agosto retorna el emigrante, espero verlo
Abrazos

Escrito por El aldeano a las 29 de Julio 2007 a las 11:28 PM

¿Pero...? alguíen ha visto alguna foto de esas zapatillas TORTOLA, yo las recuerdo con cariño, pero no he visto por internet ninguna foto detallada de ellas, excepto el cartel de "la mala educación". Me gustaria tener unas de recuerdo.

Escrito por jasv a las 9 de Febrero 2008 a las 10:58 PM

Perroflauta y de provincias, como si lo viera.

Escrito por Uno a las 2 de Marzo 2010 a las 04:22 PM

Al del comentario anterior: Imbécil, pijo y de capital, como si lo viera. Si quieres podemos estar así a base de prejucios toda la vida. Yo te llamo hijoputa fascista y tu me llamas rojo cabrón, y así sucesivamente. La diferencia es que tú eres una mala persona, y eso es difícilmente cambiable. Por acabar en tu estilo: vete a tomar por culo

Escrito por Trapo renaissance a las 13 de Mayo 2011 a las 07:37 PM
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