Soy lector compulsivo de libros sagrados. Cada noche, antes de acostarme, no duermo antes de leerme diez o quince páginas del Corán, de la Torá o de la Biblia, elegidas a voleo, sin orden ni concierto pues en estas cosas de las creencias particulares no vale la pena hacer categorías. Aprendes bastante más de sexo y de ruina que con las series de Milikito.
Ayer decidí no volver a leer el Nuevo Testamento cristiano. Me siento engañado, porque repasando el Evangelio de San Mateo, en el punto culminante del Papeo Final, nadie dice nada de quién pagó la cuenta, y eso que Jesucristo (se supone) era de confianza, conocían a su Padre y tenía crédito. Hala, se va la pandilla del bar, con las barriguitas llenas de canapés y vino, se duermen su borrachera, se pelean, se traicionan, se ahorcan, en fin, lo de siempre, pero de quién acoquina el pastel, de eso ni mú.
Es lo que me revienta de las novelas malas, el final abierto.