El número 13 siempre ha tenido mala espina: martes y 13, viernes 13, los doce mandamientos bíblicos, que iban a ser catorce pero al final dice: Los doce se resumen en dos, bla, bla..., los doce apóstoles + Chus el Jipi en la última cena (sumen, sumen), las doce horas en las que dividimos el día, los 12+1 campeonatos del mundo de Ángel Nieto, los futbolistas que no se ponen el dichoso numerito en el dorsal y se lo encasquetan al portero reserva. El trece es un número maldito, de eso no hay duda, pero nadie se atreve a decir por qué.
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En un pueblo de la Alta Saboya el alcalde decide sancionar con impuestos graves a "aquellos conciudadanos que, no teniendo otra cosa mejor que hacer, gastan tiempo, fuerzas y dinero en visitar casas donde habitan señoritas de dudosa reputación".
Los vecinos aludidos han protestado enérgicamente, no tanto por el importe de la multa como por la inclusión de sus nombres mezclados con las palabras dudosa y reputación en el texto acusatorio, y tienen toda la razón, porque ellos son puteros, sin -re y sin que nadie lo dude.
-Y a mucha honra -dice el otro.
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La demostración de que la mayor parte del mundo vive en la inopia, felices y adormecidas las masas (ni con la heroína los de Bayer lo hicieron mejor), es que absolutamente todos llevan ropita de colorines con anuncios y marcas prestigiosas por los que pagan. Las camisetitas con el gigantesco logo de Nike, Adidas o lo que sea en el pecho y en el sobaco no sólo no las regalan, sino que encima a los que se las ponen les cuestan una pasta, felices y contentos todos, consumidores y consumidos, empresarios y empresariados, en la lucha final.
Un martes y 13 un señor residente en un pueblo de la Alta Saboya, con su habitual camiseta roja con el logo de Puma en pecho, se ha trajinado a una señora puta, en contra de las indicaciones de su señor alcalde.
El mundo es un pañuelo.
Escrito por Ultrasónica a las 22 de Junio 2006 a las 09:19 PM