Claro, cuando no existían los telefonillos ni los politonos ni las melodías antes-muerta-que-sensilla ni las cámaras de cinco megapíxeles incorporadas ni las manos libres ni la libertad siquiera, en esos momentos históricos las personas estaban desconectadas e incomunicadas, que mala suerte y qué tontos eran los antiguos, y sobre todo, qué aburridos.
Ahora por fin tenemos una identidad: qué gran alegría contestar, cuando alguien me pregunta mi filiación, "sí, yo también soy de Amena, con aquel no hables que es de Movistar". Y Hello-Moto y Siemens-Mobile, y que mi agenda tiene más memoria que la tuya, y marca los números eructando el nombre de mi amigo y que mi cámara tiene una resolución de seiscientosmil colores, y que se te vé en la cara, chavalín, que eres más pobre que una rata, con ese móvil de segunda generación que no tiene juegos en java.
Y es entonces cuando te quedas tranquilo, cuando sabes que aún hay gente que valora la libertad y eso. Europa ha muerto, viva Vodafone y viva la vida en colores y la felicidad. Porque ayer conocí a un tío que llevaba toda su vida sin teléfono y me quedé espantao. Le dí el pésame y mi número, para que cuando vea la luz me llame y me diga a qué psiquiatra va.