Lo pesado y lo liviano

Me cuesta mucho hablar de cosas que no se pueden tocar, de sentimientos y del aire. ¿Por qué? ... porque más que mediterráneo, creo que tengo un carácter atlántico, de resguardo de la intimidad y de vergüenza exagerada.

Y sobre todo, porque hace muchos años alguien me demostró que el volumen no tiene correspondencia con la importancia o la calidad, contrariamente a lo que piensan los niños en las ferias, donde siempre van a preferir un gigantesco y rotundo algodón de azúcar a cualquier delicatessen enana, y los consumidores de refrescos, bolsas de palomitas y hamburguesas XXL-size de los EEUU, que piensan que el mundo se acaba y lo grande contribuye a la supervivencia propia.

Ni los niños ni los americanos han descubierto que el secreto está en la pequeña cantidad invisible de algo liviano sin envoltorio, desnudo, como las bizcotelas o las tortas de Inés Rosales, unas tortas de aceite finísimas que hacen en Castilleja de la Cuesta, casi siempre a punto de quebrarse, cuya esencia está en unos granitos de azúcar y en un sabor peculiar...