Leo en el libro de Andrés Trapiello sobre tipografía en España que en edición diferente los libros dicen cosa distinta. Es una cita de Juan Ramón Jiménez, el poeta de las inmensas minorías, cuidadoso (como el mismo Trapiello) de todo lo que tuviera que ver con el libro.
Cuando me asomo a una librería y veo montañas de libros con tapas doradas y letras e ilustraciones feísimas, y que la gente se los lleva a saco, pienso en lo elitista del gusto, de eso que se suele llamar 'buen gusto'. Al autor lo han puesto a parir por su subjetividad política algunos críticos, pero a mí me parece una de las pocas personas del mundillo literario que habla medio claro y que presenta un proyecto estético propio en este Valle de Lágrimas libresco.
Mucho mejor que el contenido de los libros sea bueno, sin duda, pero si los editores cuidaran un poco el tipo de letra, el papel, la portada, la encuadernación, las ilustraciones, los colores, etc., mucho mejor. Que para cosas feas ya está la tele, que es gratis.
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Un sueño es una acumulación de cosas que temes o que supones temer. Yo lo que más he temido siempre ha sido al fuego, no al viento ni a la tierra ni al agua, el Fuego con mayúscula. Esa cosa que extraña que destruye lo que era: arde lo que será, en el fuego de lo que fue. Te lo arrebata todo, en un momento, las personas, las casas, los libros, las cartas únicas de ese amor, las fotografías y recuerdos familiares. No en vano en la Biblia hay incendios por doquier.
A veces he soñado cosas rarísimas: una hilera de pingüinos enanos avanzando hacia el infinito, coches de gente conocida estrellándose contra paredes blandas, caídas humanas desde alturas inconcebibles (aunque esto, para los que descendemos de los monos, es normal), atracones de comer con finales estrambóticos, pintores comiéndose sus propias pinturas, con caballete y todo, procesiones en las que no se procesiona nada, etc.
También dicen que lo mejor que puede Uno hacer cuando se despierta de un sueño raro es apuntarlo rápidamente, y seguir soñando. Porque a la mañana siguiente no te acuerdas de nada, y son puntos que se pierden a la hora de conocerse. Hay que tener siempre papel y lápiz en la mesilla.
El último: un barco antiguo de vela, perfecto y poderoso, que navega por un mar en calma y que de repente entra en una tormenta y va perdiendo poco a poco el velamen, los aparejos, la arboladura y la madera, para quedar a la deriva, dependiendo de un mínimo golpe de viento que lo vuelque. Es, creo, una metáfora del amor. Es una cosa inexplicable, tanta destrucción en tan poco tiempo. Pero no hay que preocuparse, no lo he apuntado en la libreta, porque no tenía (ni quería) lápiz a mano.
Actualización 1/11/06: Al final el poderoso barco ha terminado por hundirse. Yo pensaba que iba a aguantar, pero se ve que el casco era de materiales poco sólidos. La metáfora es una triste realidad a la que no tengo respuesta. Y, por desgracia, ya no es un sueño.