Magnífico artículo de Felipe Fernández-Armesto en el ABCD sobre los cambios culturales en la comida occidental a partir de finales del siglo XIX. Explica cómo hemos pasado a lo largo de los años de ser tristemente finillos a ser mayoritariamente gordos en Occidente. Ahora en EEUU se quedan flipaos con las limitaciones de la Pasarela Cibeles a las modelos extremadamente delgadas, una de las pocas noticias españolas que dan la vuelta al mundo, aparte de las famosas palizas a toros, lanzamientos de cabras desde el campanario, etc.
Siempre hemos sabido que, en el sistema tradicional de poder, las clases pudientes eran obesas y las trabajadoras flacas, porque lo que las diferenciaba era el acceso a la comida: sólo los que podían pagarse papeo abundante podían abusar de él, y eso los convertía en distintos. Ahora lo que vale una pasta son las clínicas y dietas de adelgazamiento.
Cuando la industria burguesa averiguó la manera de producir, distribuir y vender a mansalva alimentos, y por tanto se abarató infinitamente su precio, los ricos decidieron que tenían que seguir siendo distintos al populacho y dejaron de comer: así nacieron los delgados como modelo de riqueza. Fuera Rubens y muerte a la venus de Willendorf.
Aunque aún sigue habiendo grandes capas de población mundial obligatoriamente en los huesos, por falta de existencias, es cierto que las capas populares abandonan la lucha de clases para abrazar la comida basura y las porquerías precocinadas, el colesterol y la acumulación de kilos pa su cuerpo. Es el tiempo el que manda, y hay quien puede pagarse cocineros y hay quien baja al supermercado a comprar contrarreloj bandejas de cosas que no sabemos si se comen, pero que alimentan.
Admirables los ricos, esa gente tan lista. Nos meten por la tele todas esas bazofias que ya no les sirven para distinguirse de la masa, comida, coches, gasolina, turismo, y ellos mientras a lo suyo, a sacar billetes.