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20 de Septiembre de 2006

Un pequeño paso, un gran paso...

Mi abuelo, gran aficionado al fútbol, decía que prefería ver los partidos malos en el campo antes que los buenos en televisión, porque no terminaba de creerse ese invento de la tele retransmitiendo un acontecimiento en tiempo real. ¿Qué tiempo, el tuyo, el de Einstein o el mío?. Pensaba que todos esos muñecos saltarines que salían en la pantalla (supuestamente en riguroso directo, según el lenguaje al uso) eran mentira. Daba igual campeonatos futboleros, faenas taurinas, golpes de estado, concursos de Eurovisión, telediarios, Mariano Medina recetando borrascas y paraguas, todo mentira. Y yo, para chincharle, le decía: "Mañana todo esto lo leeremos en el periódico". No señor, lo único que el padre de mi padre creía real de la tele era a Fofó, Gaby y Miliki. porque no engañaban a nadie, eran payasos haciendo reir a niños y punto. No como ahora, que sólo salen cuatro hijoputas estafadores haciendo llorar a adultos.

1969: Pisoteando la Luna

Cuánta verdad, ahora que lo pienso. Escéptico desde el principio con el Aparato que hizo que las familias dejaran de hablar a la hora de comer, mi abuelo siempre pensó que la llegada de la nave Apollo XI a la bola blanca lunar era un montaje. Iker Jiménez no sabe lo que se perdió por no poder llevarlo a su programa a explicar sus teorías conspirativas de las tonterías televisivas. Cada 20 de Julio, aniversario de la gesta, ante las imágenes de los norteamericanos vestidos del futuro pegando brincos repetía: "Eso no es la Luna, hombre, eso es un campo de ajos de Montalbán o La Rambla después de la recogida, me van a decir a mí estos lo que es un campo de ajos".

Ahora leo El viento de la Luna de Muñoz Molina, una novela bastante autobiográfica, según me parece, en la que rememora esos años de un adolescente rural alrededor de un acontecimiento único que marcó una época en medio de la gigantesca turbulencia mundial del mundo rico: el rock, los hippies, la muerte del Che, el pelotazo inmobiliario español y las revoluciones del 68, el cambio de las costumbres sociales y sexuales. Y en esas recuerdo las reticencias de mi abuelo y de los que, como él, se negaban a aceptar que la máquina de luz que se coló en sus salones como Pedro por su casa fuera La Verdad. Pues no.

Miro ahora los programas y veo que tiene razón. Que no puede ser verdad tanto cretino contando pamplinas ante millones de personas creyentes en la verdadera fe, la fe de la Ilusión de los Panolis y en la Vida del Colorín. Vemos a un gilipollas que confiesa completamente serio (previo pago de su importe) que su primo borracho le pegaba por la noche a una hermanastra del vecino torero de un ex-concejal farlopero de Marbella que estaba casado con una prima de una modelo reserva de la pasarela Cibeles a la que le gustaba por la tarde el jamón con melón, y no sólo no cambiamos de canal, sino que aumentamos el volumen, no vaya a ser que cuente más verdades que Montesquieu y Thoreau juntos, y nos estemos perdiendo un Hecho Histórico.

Yo ahora sí que me creo la peli de Javier Aguirre Los astronautas, claro que sí. Tony Leblanc sí que es grande y es verdad. Lo juro por las siestas que me he pegado soñando ver al Séptimo de Caballería cabalgando por el desierto de Tabernas. Qué tiempos.

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