Si tuviera que hacer una lista de profesiones que jamás ejercería, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia, aunque me estuviera muriendo de hambre y de sed, aunque me dieran tantos millones como para alicatar un salón de bodas, aunque me jurasen o prometiesen una vida eterna llena de los vicios más lujuriosos y menos confesables, aunque me gratificaran con dos camiones de cestas de navidad hasta arriba de champán, ostras y señoritas en paños menores, aunque me ofrecieran tirar el último penalti de la final del mundial, aunque me torturaran con los discursos completos de los políticos españoles de los últimos treinta y cinco años traducidos por abajo al lenguaje de sordos, aunque me amenazaran con cortarme partes blandas del cuerpo con una cuchara de postre, ni aun así consentiría yo trabajar de:
hay alguna más por ahí, pero seguro que es un poco mejor que éstas, y en ciertos casos, aceptaría, como por ejemplo analista de mercado de empresa distribuidora de wáteres de bares, o payaso de fiesta en McDonalds, eso aún podría tener un pase.