Tras intentar explicarme en pleno siglo XXI el espectáculo de los millones de paisanos bebiendo vino, cantando, rezando en plena borrachera, dándose golpes en el pecho, jurando que van a ser buenos, arrastrando mulos y carretas por medio país, tragando polvo y llorando alcohol en honor a la virgen del Rocío, pegándose de hostias por agarrar esa estatua de madera, saltando una reja a las tres de la mañana, tratando a sus caballos como la marca de distinción señoritil que son y zarandeando de mala manera a sus hijos pequeños para que se rocen con la Blanca Paloma y así no se metan de mayores en la Droga o se hagan rojos o gays o ateos, o las tres cosas, o cosas peores que cuando seas padre comerás huevos, tras ver eso, he decidido que no estoy preparado para entender este misterio, puesto que tal misterio es, como todos los misterios, irracional e irresoluble, y yo ya no estoy para darle vueltas a las cosas, sobre todo después de saber los millones por minuto que ganan los presentadores de los teleconcursos de la televisión pública donde se aspira a salir de pobre sin dar palo al agua, pero eso sí, con el dinero de todos los demás imbéciles contribuyentes en el bolsillito.
Sólo pido que estas manifestaciones se enseñen a la audiencia en horario de adultos, como las películas de Rambo, Emmanuelle, las bodas reales o esos videos en los que la gente hace guarrerías con los pastores alemanes y la mantequilla.
Y lo peor es cuando oyes a la gente del folklore sentirse orgullosa de pertenecer a ésta y otras castas de guardianes de las esencias nacionales, en este caso de la patria andaluza. A mi ya ni siquiera me da vergüenza que esto represente a Andalucía, hace mucho tiempo que me dejé el orgullo colectivo en el fondo de los wáteres públicos. Estas cosas de la religión se deberían enseñar en la escuela obligatoriamente, si señora, igual que el fist-fucking o la lluvia dorada. Igualito, todas forman parte de las cosas que no se pueden explicar con palabras, sino con hechos.