"Pegayesos tocapelotas", me dijeron. "Hijoputas lameculos" les contesté.
Bellas palabras, unión de dos distintas que forman un nuevo concepto y que son necesarias para entender el mundo. Para entender, por ejemplo, que un sacamantecas cejijunto que llevaba pegatinas de ciempiés azulgranas en el guardabarros de su motocicleta bicilíndrica se descojonaba del boquiabierto aparcacoches de monovolúmenes que, con un mondadientes de hojalata, comía coliflores mientras su tataranieto bailaba pasodobles en la bocacalle.
Las composiciones así hechas se acercan bastante a la escritura mecánica que defendían los surrealistas. Mejor dejarlo para Nochevieja, que se acerca.
Pues el otro día mi compañera se quejaba de que no podía tachar como incorrecto lo que había escrito su alumna: "una casa litoral".
Técnicamente "una casa litoral" no se puede decir, sino que debería ser "una casa en la costa", quizá incluso "costera".
Pero se quejaba mi compañera que si ahora llega Gabriel García Márquez y escribe lo mismo, todos dirían "¡Coño, una casa litoral, que ideas tan buenas tiene este tío!".
Otro amigo decía que la diferencia entre ambas es que García Márquez sería consciente de que está rompiendo una regla, mientras que la alumna, no. Por eso uno es arte y el otro error.